31 de enero de 2019

332-CHARLIE-SALIDA- ANDALUCÍA SELECTIVIDAD 2019. NUEVA PRUEBA DE LENGUA CASTELLANA Y LITERATURA (01)


Preámbulo

Las entradas que se sucederán abajo son un modo de rebelarse y oponerse. Los españoles somos muy amigos de preguntarnos ¿qué pasará? Y nos cruzamos de brazos a esperar. ¿Qué podemos hacer? “¡Qué se le va a hacer!”, se lamentan. Estamos otros, de la misma raza, pero de otra casta que siempre nos preguntamos ¿Qué podemos hacer? ¡Es más!: ¿qué puedo hacer? Y nos lanzamos al tablero, aunque la vida nos fuere en ello, que no es ahora el caso. Me rebelo, me opongo.

Este año se cambió la prueba de Selectividad de Lengua y Literatura. La prueba es desequilibrada, injusta e impuesta. ¿Se puede cambiar? Lo dudo. ¿Qué se puede hacer? De momento aquí va mi comentario a la misma, un comentario doloroso, padecido, sufriente, rabioso… en defensa de la Asignatura y de los alumnos que hoy cursan 2º de bachillerato.

Le ruego que dé pábulo a esta opinión, pues de eso se trata, pero que opinen otros, que se muevan los demás… que hagamos… ¡Que ya está bien!




SELECTIVIDAD 2019

NUEVA PRUEBA DE LENGUA CASTELLANA Y 

LITERATURA

(01)

Reunión descoordinada de coordinación de la Selectividad donde se presume que un profesor de la Universidad, junto a uno de instituto coordinan a todos los profesores de la materia del distrito universitario de Jaén (o como se llame). Explicará cómo será la prueba en toda Andalucía: la nueva prueba en este caso este año. Se trata de la asignatura de LENGUA CASTELLANA Y LITERATURA II, Lengua castellana a secas o de “Comentario de texto”, como también la he visto citada, como digo: tendrá un nuevo formato.

Excuso decir que no se hablará de la calidad de los contenidos ni por qué se han seleccionado, etc., ni de cómo mejorar la enseñanza, las metodologías, de cómo elevar la ilusión en el aprendizaje e instrucción en la materia… Eso se da por descontado: no es que no sea lugar ni el momento para hablarlo: ¡es que no existe porque no importa! Los profesores de instituto vamos con la intención, desde hace quizá décadas, de que nos indiquen los coordinadores de la cosa cómo se corregirá para que nosotros podamos adiestrar a nuestros alumnos para que superen la prueba. Insisto: no se trata de cómo ayudar a mejorar a los futuros universitarios para que aprendan, se formen, se instruyan, disfruten… ¡no! Se trata de cómo y qué enseñarles, que lo practiquen, para que salten garbosamente y con nota la tapia de la Selectividad (también llamada PRUEBA DE ACCESO A LA UNIVERSIDAD, quizá porque de nada sirve, nada selecciona y me remito a quien estudió el asunto con detalle y consistencia, Mariano Fernández Enguita, catedrático, etc. etc.; en sus publicaciones y estudios lo encontraréis).

Vamos a ver si logro deshacer tuertos.

1. “¿Por qué se ha cambiado la prueba?” Se preguntan y se responden los ponentes: “Se vio”, “se dijo”, “se comentó” que era mejorable. Y usted dirá: “¿Y qué no lo es?”. Pues eso. No se dijo que sería más justa, más correcta, mediría mejor los conocimientos, no… “era mejorable”. Según se nos aclaró “el más antiguo” del grupo elegido para la coordinación a nivel andaluz (ignoro el nombre del mismo, ni me interesa) lo vio oportuno y así lo defendió en la reunión entre quienes preparan las pruebas: la antigüedad siempre fue un grado en la milicia, y en la enseñanza (hasta no hace mucho). Este cambio se comunicó el día 4 de junio de 2018 con gran reserva y sigilo. No se dieron las pautas por escrito, casi off the record se proyectó el contenido en una pantalla lo novedoso ¡Y lo recibimos no sabemos cómo por medio del whatsapp a los tres días en nuestros teléfonos…! ¡Magnifico ejercicio de falta de respeto y de ignorancia! (“si no quieres que se sepa, ¡no lo pienses!”). Triste modo de hacer el ridículo.

Si ustedes se dedican al ramo, se preguntarán: “¿Se dieron datos de las pruebas de campo, y su consistencia, realizadas antes de poner el examen el próximo junio?”. No, señorita. “¿Se ha contrastado, insisto, la consistencia, la adecuación, etc. de las pruebas sometiéndolas de algún modo a algún grupo de alumnos antes de imponerlas?”. No, que yo sepa, señorita. Se dirá usted: “Luego, ¿mi hijo, que desea estudiar Bombero en Lanzarote, es posible que su nota no le alcance porque en Lengua su rendimiento baje mucho…?”. Es posible, señora. “Es decir: ¿dieciocho años en escuelas, academias, instituto… y ahora es posible que por una arbitrariedad se pueda ir al garete todo ese esfuerzo personal, familiar, social…?”. Sí señora, es posible. En vez de hacer Medicina, a su niño, le regala usted el maletín de enfermera de la señorita Pepis. “¡Pero es que esto es muy serio!”. Sí señora, ¡y tanto! (Espere: siga leyendo).




29 de enero de 2019

CHARLIE-SALIDA-339-DE NUEVO CON EL CANON LITERARIO Y LA FINALIDAD DE LA LECTURA


“Las personas mayores nunca comprenden nada por sí solas y es agotador para los niños tener que darles siempre y siempre explicaciones”... y añadía Gidé en este sentido: “Todo está dicho, pero como nadie escucha es preciso comenzar de nuevo, continuamente”. Estas dos citas, la del principito y la de Gidé…, las he repetido innumerables veces en este blog.

Hace muchos años, cuando era joven e iluso, pensaba que hablando se entendía la gente… Es mentira o, al menos, no necesariamente es así. A veces, sin embargo, sí es suficiente hablar para que se declaren guerras, trifulcas, batallas cotidianas, porque expresarse bien y comprender bien no está al alcance de cualquiera. Saber hablar o escribir no comporta tampoco saber hacerlo bien. Queda claro que escribir o hablar supone una exposición innecesaria a la palabra vacua, necia y hasta ofensiva. Por lo cual: el silencio es oro, en boca cerrada… y en san Mateo, como siempre, en el 12:36 se amplía la retahíla. Dicho todo lo cual, digo, cuando iluso y joven, me preguntaban por qué leía, respondía que me gustaba, me apasionaba, e interpretaba que la lectura era un medio de formación, de distracción, de disfrute de cierto gozo armónico de una realidad tan viva y presente como de aquellas otras abstractas, imaginarias, amables, unas y otras. No, no es fácil explicar todo ello a quien, al final, no quiere aprender nada: “le pica la curiosidad malsana”, pero no tiene ningún afán e interés real por aprender, por conocer. Hoy cuando me preguntan por lo mismo, por qué leo, depende de quién sea y cómo lo haga, contesto invariablemente con dos respuestas: “Para nada”, si quien me pregunta es un impertinente desinteresado; “Para ser feliz”, si veo un prosélito en potencia, un lector…

Lean por favor con atención estos dos textos:

¿Que proponemos? En primer lugar, sustituir el concepto de canon –conjunto cerrado y estable de libros de lectura o mención inexcusable– por el de corpus escolar, entendido este como un conjunto abierto y cambiante de textos cuya lectura se considera adecuada en los años de la adolescencia y que pueden contribuir a la formación de lectores cultos y competentes capaces de orientarse en un futuro en la biblioteca de la humanidad[1].

Necesitaremos estar bien atentos, después, a seleccionar entre ese enorme firmamento de clásicos cuales pueden ser llevados a las aulas de secundaria, porque el canon escolar no puede ser una reproducción sin más del canon académico, sea este el que fuere.

Ustedes, vista la contradicción a la hora de nombrar ese listado de libros de inexcusable lectura, pensarán que los dos párrafos están escritos por dos personas distintas: se equivocan. Están escritos por una misma persona, supongo, y además muy próximos un párrafo de otro, en el mismo artículo, insisto: firmado por la misma persona.

No por cambiar el collar al perro deja este de ser el mismo. Ni la mona vestida de seda… canon académico, canon escolar, corpus escolar –con o sin cursiva, que es de la autora- todos ellos vienen a ser lo definido por la autora como ese “conjunto cerrado y estable de libros de lectura o mención inexcusable”… En definitiva estos son los libros que DEBES LEER si quieres que se te considere una persona culta o leída: la consideración de los demás es capital. Si no has leído este listado de libros, el que fuere, o no estás en ello, serás arrojado al averno de la incultura, serás declarado un patán.

Quien esté libre de pecado… Quien más quien menos somos muchos quienes hemos caído en la vacua grandilocuencia que esconde la ignorancia o la inexactitud. Siempre de mala leña conviene coger gran brazado. Vamos a verlo:

Llevar los clásicos a las aulas de secundaria no debiera responder a un tributo acrítico a la tradición, sino a la convicción de su capital importancia en la construcción de nuestra identidad, en nuestra capacidad de leer el mundo que habitamos e imaginar otros mundos posibles.

Los relatos son también decisivos a la hora de conformar imaginarios compartidos, ese repertorio de situaciones, personajes, experiencias y símbolos a los que una comunidad recurre para explicarse su historia común y para reflexionar también sobre los conflictos del presente.

En primer lugar, reivindicando la necesidad de recuperar «los grandes libros», pero extremando el cuidado en los criterios de selección estos.

Suficiente. Ignoro si alguna vez escribí algo semejante a los tres párrafos citados de la misma autora que los anteriores[2], pero los tres pueden pasar por un hermoso brindis al sol… Las clases de Literatura ya apenas existen, señora, ni interesan a los propios profesores de la materia; esos mismos y propios profesores son apenas lectores (me refiero a los filólogos y a los profesores “de letras” y a algún ser extraño “de ciencias”); los alumnos sienten aversión a la lectura: esta ha desaparecido de su mundo porque tampoco está en el de sus papás…

Resumen: canon literario o como se lo quiera llamar, con los adjetivos y aditamentos que se quieran, necesita de un acto de fe para creer en él; los profesores, los maestros, los educadores son una pata más que no puede soportar además el fomento de la lectura desde sus limitados medios y hacerse responsables; la buena voluntad, el voluntarismo, es insuficiente a todas luces (la lectura es buena, pero leemos cuatro…); la lectura siempre fue actividad minoritaria y lo seguirá siendo: quien se engañe es porque quiere; la suma de todos los esfuerzos dará pie, como mucho, a un grupito de avezados y competentes lectores (la inmensa minoría juanramoniana) que hallarán parte de su felicidad personal entre letras y páginas, y títulos y autores, e historias maravillosas y versos que nos sitúan en la estela de la genuina cultura humanista… El sentido de la existencia, la belleza, la felicidad, sus caminos, ojo, no se enseñan ni se muestran: se hallan cuando se buscan.





[1] Las negritas son mías.
[2] Jover, Guadalupe, ¿Qué clásicos para la secundaria obligatoria?, Textos de Didáctica de la Lengua y de la Literatura, nº 82, Ed. GRAÓ, Barcelona, 2018.

20 de enero de 2019

338-CHARLIE-SALIDA-INTELIGENTES Y LISTOS




Hablo con un amigo sobre una realidad que, con frecuencia, genera, si no debate, sí conversación en los centros académicos; también en la calle. Un alumno determinado, una persona, ¿es “inteligente” o “lista”? La disyunción no es necesaria: se puede ser “inteligente” y “listo”, pero el acuerdo siempre llega hasta el reconocimiento de que una y otra realidad no son idénticas. No ha mucho que recordé el aserto atribuido a Epicteto: si duo dicunt idemnon est idem. La sinonimia enriquece, pero admite la distinción; voy a ver si marco una raya y me aclaro y aclaro algo.

Importante en esto, como en tantas otras disputas, si se quiere huir de sofismas, es aclarar de salida qué entendemos por un término que en su ambigüedad encierra el gato que no se deja meter fácil en la talega. Ambas cualidades, la inteligencia y la listeza, lo son de las personas, que no de los animales irracionales. Podremos decir de nuestro perro que es muy inteligente, pero lo hacemos mediante una asociación analógica impropia, basada en cierta semejanza (seguro que si buscan en internet -cosa que no haré- hallarán defensores de la inteligencia de los monos, los perros y las hormigas…). El inteligente, para servidor, es la persona que, con sus capacidades, innatas y adquiridas, resuelve problemas y no los crea; primera y principalmente, cuando hablo de problemas, me refiero a los cotidianos: es capaz de resolver la compra en el supermercado, negocia la conducción de su vehículo cuando va al trabajo y lo disfruta, mantiene unas relaciones amables con sus próximos, sabe conducir con acierto una dificultad en el trabajo con otro compañero, etc. y todo ello lo hace a satisfacción de todos, sin aspereza y con resultados que a todos benefician, ¡o demuestra lo irresoluble de la cuestión de lo planteado y pone punto y final sin hinchar el perro!

El listo también resuelve problemas, pero su método tiene la lógica del “corazón” que predomina y manda sobre la inferencia, la deducción. El listo es astuto. No necesariamente egoísta, aunque esa faltriquera de sus intereses se halla a mano, cercana. El listo es habilidoso y aprende rápido lo que le interesa y el resto… lo desprecia. No se anda, digamos, con chiquitas: va a lo que va, sin detenerse en nimiedades y detallitos. Lo que tiene que hacer lo resuelve normalmente con eficacia. Se mueve en ámbitos concretos: no le interesa el mundo, digamos, en general, de lo humano solo le interesa lo que le reporte beneficios inmediatos. No suele el listo avizorar el futuro lejano, sino que su ámbito de acción es lo inmediato. El listo es agudo, avispado, digamos que está en lo que está, para lo que está y los daños colaterales de su actividad, materiales y humanos, son meros gajes del oficio.

Ayuntar al listo con el inteligente sería magnífico: y con la belleza, y la armonía, y la riqueza, y…, pero hay lo que hay. El inteligente puede llegar a sabio. El listo, no. Al inteligente le atraen los problemas, quiere saber de ellos, desentrañarlos, conocer su intríngulis último… El listo evita los problemas en general: los elude: no son sus problemas y a él solo le interesan estos, los suyos, y que los demás se las apañen como puedan. El inteligente no necesariamente llega al éxito en sentido lato y como es reconocido hoy por hoy. El listo tiene muchas posibilidades de alcanzarlo, y de desperdiciarlo. El inteligente sabe, conoce; el listo intuye, se malicia, sospecha. El inteligente se mueve por deducciones e inferencias; el listo por corazonadas que necesitan de la suerte y el viento de popa. Supongo que la inteligencia, cierto tipo de inteligencias, que no todas, se pueden medir; entiendo que también la listeza, pero dudo que al listo le interese lo más mínimo que se le apliquen medios de medida: no dispone de tiempo para eso. A quien no tiene estudios se le aplica con más frecuencia el adjetivo de listo que el de inteligente; y al contrario: el zapatero es listo, el ingeniero inteligente.

La sobredotación de los alumnos es una plaga: supongo que lo dará la alimentación actual. Salen genios de debajo de las baldosas y las aulas se llenan de alumnos inteligentísimos que suspenden, repiten y abandonan sus estudios porque son incomprendidos: “Los maestros no lo entienden. No saben tratarlo y se aburre en clase. Él necesita otra cosa”: “¿Y qué cosita es?”, que se decía en el juego infantil del “Veo, veo”. Los listos inteligentes buscan carreras con salidas (la más inmediata: la de incendios) y los inteligentes se procuran la felicidad de sus próximos como garantía de asegurar la propia.

“¿Y del tonto qué…?”, nos podemos preguntar. El tonto ya no existe como tal. Al antiguo “tonto”, aquel tonto como Dios manda, que decía Cela, aquel que no quemaba bien el gasoil, y que todos conocíamos en el barrio por sus obras, y las aulas por sus resultados… ha desaparecido y creo que para muy bien. El tonto padece algo: desestructuración familiar, alguna enfermedad o carencia… y así el tonto-enfermo se separa, a ratos, en aulas especiales donde supuestamente se le refuerza, se le apoya, se le ayuda… con los medios de que se dispone y rara vez esa persona se integra con normalidad en el grupo: sigue jugando aparte en el recreo, sigue siendo hostigado por los malos (“los niños son crueles”; el animal, y el hombre lo es, es cruel con el peor dotado), sus resultados académicos lo dejan en la cuneta y, como todos debemos estudiar, él no llega a ninguna parte valorada hoy. Todos supuestamente debemos servir para los estudios, pero hay inteligencias que no se abren a estos, inteligencias que están en otras realidades, pero aquí, hoy y ahora, todos debemos ir a la escuela: inteligentes, listos y tontos-enfermos-limitados. Y en realidad, ¡cuántas veces habrá que repetirlo!, de lo que se trata de es de alcanzar la FELICIDAD.


9 de enero de 2019

CHARLIE-SALIDA-337- LA MUDANZA INTERMINABLE




Si les dijera que les voy a hablar de un pájaro llamado científicamente pica pica, posiblemente solo les suene a los polvos de tal nombre que los Hombres G popularizaron hace muchos años. No: el pica pica del que deseo hablarles es la urraca común…, la picaza de Castilla: tal nombre lo aprendí en los libros de Delibes cuando era yo apenas un niño. De la urraca siempre se contó, como rasgo especialmente distintivo, que todo cuanto brilla lo coge con su pico y lo atesora en su nido… No tiene esta ave un vuelo hermoso, ni grácil, ni veloz. Su canto es horrísono y nada armónico: más que cantar chilla. Llama la atención su plumaje blanco y negro, su larga cola con irisaciones de azul que también se reflejan en sus alas. Reconozco que no me es agradable el avechucho.

Seguro que algunos de ustedes se habrán visto obligados a hacer alguna vez en su vida una mudanza, pero ¿han hecho una mudanza de casa ajena? La casa de sus padres que abandonaron hace décadas, la casa de un hermano caído en desgracia, la casa de la abuela que permaneció cerrada durante décadas y que, ya muerta, en la residencia… alguien debe desmantelar. Estas mudanzas son terribles. He estado en estas semanas en una de ellas. Uno carece absolutamente del discernimiento y el criterio necesarios que invita a guardar tal o cual objeto, o escrito, o libro, o el retrato, o bien tirarlos todos y todo a la basura. ¿Qué hacer con el cuadro -pésimo- que repescado de un regalo de bodas aterrizó hace treinta años en el hogar familiar con motivo de la boda del hermano mayor? ¿De dónde saldría el puñetero cuadro? “Es un óleo”, se apunta. Tres mudanzas posteriores se hicieron desde que llegó al hogar y sentó plaza como uno más de la familia: en ninguna de ellas se perdió; nadie se atrevió a decir que la basura era su espacio natural más idóneo; y nadie intenta ahora, tras ser tan de la familia, ponerlo en la puerta de la calle: seguro que no se lo lleva nadie ni por piedad. Hemos abierto el cajón de una cómoda, siempre tan cerrado como misterioso, y ¡oh feliz hallazgo!: invitaciones de bodas de los hijos, cinco copias del menú de la boda de la tita que nunca volvimos a ver, unos bolígrafos de propaganda con la tinta seca, una baraja de cartas a la que le faltan los ases… y una guía de teléfonos donde más de la mitad de los abonados en ella están muertos y el resto carece de teléfono fijo. Pero, ¿y la maleta del fondo del trastero que pesa más que una vaca ahogada? ¡Ahí, seguro, que está el tesoro de la prima Angélica! Efectivamente, un riñón nos cuesta tirar del maletón: ¡vaya si pesa!, y su contenido se mueve como un objeto solo al compás del vaivén…, ¡la mar y los barcos!: discos de pizarra del gramófono del abuelito que se perdió en la guerra… de Cuba, coño, pero ¿quién ha guardado esto aquí durante décadas? Quien lo empaquetó se olvidó de aquello y ahí siguió hasta hoy, cuando absortos y asombrados tres de nosotros miramos la maleta, los discos y nuestras manos sucias de tanto polvo…

Cartas con remites distintos y apellidos que nos son familiares o absolutamente ajenos. Fotos de personas que no conocemos ni tenemos posibilidad de ubicar en la familia, entre los amigos de los abuelos. Escritos de papá, entonces novio, dedicados a la madre novia… Libros dedicados por personas que desconocemos, con títulos sugerentes, con títulos algunos que invitan a tirarlos…: El ajo perruno (Allium sphaerocephalon) y su cultivo en el bajo Guadalquivir. Una foto de mamá joven apoyada en la barandilla de un parque con su mirar cargado de futuro y una sonrisa ajena a tantos sufrimientos como después llegaron. Un listado de los primos que vinieron a nuestra boda: algunos de ellos ya murieron, con otros apenas tenemos relación y de otros sabemos de navidad en navidad (felicidades): es la vida.

Miramos durante largos minutos la interminable mesa de una familia numerosa de antes: sobre ella hay decenas de objetos de lo más variado. Allí se han ido dejando los objetos pequeños que ocupaban espacios en baldas por toda la casa. Imposible una pauta que dé coherencia al batiburrillo: un pequeño chino siempre alegre, unos patos de cristal de murano rotos, imanes que recuerdan el paso por Lieja, Oporto, París, Londres, Fuengirola, Moscú, La Coruña… Un jarrón metálico con una flor seca cuyo significado ignoramos. Unos soldados de plomo grandotes y vistosos: a uno de ellos, en un despiste, le han birlado el arma. Ceniceros inútiles en un tiempo en que ya nadie fuma en casa: de plata, de propaganda, de México D.F., con forma de barca. Figuritas de distintas facturas y materiales, ninguna excepcional, ya a estas alturas del despojo: queda lo que arribó a esta playa tras rodar por muchos puertos. Una pareja de viejos en barro mira a ninguna parte. Un chico joven con aspecto años sesenta parece perdido entre un tintero y una cajita de madera. Varios mecheros de sobremesa que nunca vimos encenderse esperan turno. Dos abrecartas sin filo, y uno despuntado, conocieron tiempos mejores. Varios lápices y bolígrafos distintos. Agendas sin usar de años que ya fueron. Relojes parados sepa Dios cuándo.

Opto por no entrar en la cocina donde tantos y tantos ratos excelentes vivimos muchos juntos. Desde el comedor veo que el expolio ha llegado a los altillos. No quiero ver ni saber más nada. Me rindo. Imposible agotar muchas décadas de muchas vidas en unas semanas de mudanza. Imposible llegar al fondo de tantas realidades que son recuerdos, vivencias, memoria, evocaciones…

No, ya hubo quien se encargó de las ropas de papá y de mamá: eso, todo, metido en una vieja funda del colchón, salió por las puertas el primer día: menos mal que siempre hay ese alguien, bendito sea, que nos evita los hallazgos peores.

Se acabó. Me acuerdo del pica pica, de la picaza, de la urraca y pienso que los hombres algo tenemos de ellas… La parte animal que nos avecina nos lleva a guardar y guardar… y guardar sin medida. Increíbles las mudanzas interminables, sin principio ni fin, Dios nos libre de ellas.




4 de enero de 2019

Thomàs, Jose Maria: JOSÉ ANTONIO. REALIDAD Y MITO




Menos de veinte páginas para terminar el libro y hasta aquí llegó mi ánimo y mi paciencia. Si usted la tiene, continúe esta lectura y sabrá por qué.
* * *
¿Cuántos años han de transcurrir hasta que los españoles vean la guerra civil del 36 con la suficiente distancia como para no demonizar a los otros y santificar a los propios? He hecho una serie de cálculos históricos y, no se preocupen, ninguno de cuantos lean esto ni yo que lo escribo lo veremos… Nos vamos acercando al siglo y, según mis cálculos, otro par de ellos aún se necesitarán, mas eso, quizá, para esas alturas, nos importe una higa. Mientras tanto hoy y ahora, un siglo casi después del final de la guerra (no hay otra), seguimos dando en el yunque y en frío. “El infierno son los demás”.

Corto y copio de una crítica a este libro: “El reto aquí es conseguir un retrato equilibrado del personaje en cuestión, equidistante tanto de los ditirambos de unos como del odio cerval de sus adversarios políticos. No se trata de apuntarse al término medio -eso sería muy primario- sino algo mucho más complejo: hallar al verdadero José Antonio entre la maraña de interpretaciones de su vida, sus actos y su doctrina. Podemos adelantar ya que Thomàs sale muy airoso del empeño. Obviamente el retrato que hace del dirigente en estas páginas no es el único posible -siempre caben otras interpretaciones- pero no se puede poner en duda que el autor ha hecho un gran esfuerzo por comprender al líder carismático, al ideólogo y al hombre sin hurtar ninguna de sus aristas. (Núñez Florencio, Rafael, El Cultural, 24/02/2017; las cursivas son mías). Dejo al margen el “odio cerval”, del que nunca antes oí hablar: el miedo cerval, lo comprendo y lo podría explicar por extenso, pero ¿el odio?

Nunca en mi vida había leído un libro sobre José Antonio. Lo más que de él supe era lo que se escribía en la Enciclopedia Álvarez y no recuerdo más: fundador de la Falange, fusilado en Alicante el 20 de noviembre del 36… ¡y este libro de ahora!

Si en el odio cerval no estoy de acuerdo con Núñez Florencio, sí que lo estoy con seguridad, a pesar de lo antedicho, con que caben “otras interpretaciones” y sobre todo otros modos de contar. De José Antonio es posible que supiera bien poco hasta leer este libro, pero de expresión escrita estoy razonablemente bien despachado (siendo la humildad la verdad). Ignoro si la parte, digamos, biográfica, ideológica, se ajusta o no a los hechos sucedidos que relata, interpretables muchos de ellos, ¡es lógico!; pero la adjetivación subjetiva, ¡vive Dios!, de muchos de dichos escritos y hechos son de Thomàs, que no del biografiado y así, sin solución de continuidad y a piñón, en este libro: siempre los políticos de la derecha de la época son malos, los falangistas unos pistoleros (los militantes de la izquierda, sor Citroën), los falangistas son grandes tiradores porque siempre asesinan a muchos rojos malos y estos no le dan un tiro ni a un cortijo cerrado (asesinan a alguien el autor pone sordina), aunque algunos falangistas no son asesinados, sino que caen –ya sé que se les llamaba caídos-, pero también lo son para el historiador (¿o es que es falangista el profesor Thomàs?): podría reproducir pasajes y pasajes donde se muestra de forma inequívoca el plumero tendencioso que quita polvo de unas figuras y sobre otras lo acumula y ensucia.

José Antonio ni me va ni me viene… Me interesa como Azaña y como Prieto y como “el Botas”…, pero lo que sí me molesta es que me quieran tomar la coleta con los años que ya tengo… No, no me ha gustado nada el libro y me ha molestado por el dinero invertido y más aún, qué duda cabe, por el tiempo dedicado a la lectura de la obra. He perdido una ocasión de oro de leer algo más equilibrado: ¡lástima! (¿Alguna sugerencia?).

¿No he aprendido nada del presente libro? Sí, claro, pero desconfío a veces de quienes dicen “mentiras piadosas”, “mentiras a fuer de inexactos”, porque suelen coincidir con quienes también las dicen menos piadosas… Tergiversas la realidad a base de enfoques, adjetivaciones, hipérboles, etc. y termina uno por no saber a qué carta quedarse: si fue como se describe o sobran matices y adjetivos y cuando lo maniqueo se repite una y otra vez… ¡gualo gualo jalalamanduchi!, que decía el mago.

No me vaga entrar en detalles, no me merece la pena, pero quien quiera conocer a José Antonio, si tiene otro camino, que no escoja la obra del profesor Thomàs, que son su pan se lo sope.

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Portada del libro que muestra un José Antonio "estrecho de pecho".