1 de febrero de 2012

Las campanas doblan por mis botas...


                                      En homenaje al padre de Jesús García Cordero, zapatero que hizo por primera vez las APACHE en España, en La Puebla, donde mismo naciera Fernando de Rojas.

 
         Cuando David Carradine no era ese cadáver con los testículos y el cuello atados a un armario, que es como murió, sino el actor silencioso y chino que interpretaba a Caine, ¡ese pequeño saltamontes en el Far West!, yo lo veía con entusiasta pasión. Me gustaban sus modos pausados, su talega (tienes más chominás que la talega de Kun-fu, decía el pueblo siempre atento a la que salta) y sus botas colgadas… ¿Para qué coño llevaría, charlie, siempre las botas atadas?, me preguntaba. La verdad es que si alguna vez lo explicó lo olvidé… Un monje shaolín, Kwai Chang Caine, se bandeaba por el Oeste a golpe de paz, de filosofía y unas leches que metía a los malos que partían la manta…, ¡y con las botas colgadas a la talega!
         Uno no niega, charlie, que sea un sentimental a ratos, en momentos. Sin duda, los sentimientos nos hacen vulnerables, pero nos humanizan. La carencia de sentimientos nos embrutece y nos acerca más a lo animal que a lo racional. Te escribo esto porque no quiero despedirme de mis botas sin escribirles algo, aunque ellas lo ignoren. No son pocos quienes escriben a sus perros que no leen; a cipreses que no leen tampoco; a personas que ignoran qué sea leer.
         Mis botas me las compré con una beca para libros que me concedieron allá por el año 76. Llevaba años tras unas botas APACHE, ¡pero las que hacían en La Puebla de Montalbán!: ahora las hacen Mallorca, creo. No llegaron a costarme 4.500 ptas. (27,05 euros): eso era entonces un capital… Anduve con ellas en seco y en barro, en verano y en invierno, generalmente por el campo, aunque también por la ciudad. Subí y bajé. Las engrasé mil veces. Les rompí cordones, les cambiaron las suelas en la casa… Las cosió y recosió el zapatero: acá y acullá… Las cuidé con mimo. Los cortes de las botas nunca se rajaron hasta calar: ocho milímetros de piel, son mucha piel que agujerear…
         Hoy, treinta y seis años después, terminada la temporada de caza 2011-2012 las tiro a la basura porque enterrarlas me parece excederse, como hacen esas viejas que disecan el gato cuando se les muere. No, no las voy a poner en la estantería tampoco. Se van ya camino de la basura, así, tal cual, con su barro de La Cambronera donde hollaron por última vez, colgadas del cubo de la basura, como si de la talega de Kun-fú estuvieran.
         Muchas gracias a quien las hizo, a mi padre que me permitió invertir ese dinero que iba para libros en botas… y a quien me presta el tiempo y que me permitió tanto patear con ellas.

1 comentario:

  1. 4.33
    http://www.youtube.com/watch?v=hUJagb7hL0E
    Dicen que John Cage compuso esta obra un día en que el ruido del tráfico en la ciudad era tal que le impedía concentrarse para trabajar en su música. Es algo circunstancial, en realidad, estoy convencido de que fue solo su profundo conocimiento del taoísmo zen lo que verdaderamente le llevo a componer esta obra, a mi juicio una de las cumbres musicales del siglo XX. Supone no solo una reivindicación social desde la música, un grito de protesta desde el silencio más profundo, sino la manifestación de la totalidad minimalista. Se trata de una obra plena, llena de nada, la consecución del puro vacío zen. Es el vacío lleno de la nada zen. Absolutamente maravillosa, impecable, sin una nota de mas, la exaltación de un signo musical, elevado a su máxima expresión. Es la búsqueda de un ideal, el silencio pleno, puro, al parecer no imposible de conseguir.
    Supongo que no es algo muy frecuente llegar a tener la sensación de que no tienes nada que decir. No me refiero a no decir nada, absolutamente nada. Uno tiene que seguir viviendo y realizando todas las funciones de la vida cotidiana. Me refiero a la sensación de no tener nada verdaderamente importante que comunicar. Es mi caso, tengo la sensación de que todo está dicho, desde hace tiempo, y que por supuesto, no soy yo quien para decir nada. No me siento con la capacidad suficiente para aportar nada, me recojo en la humildad aprendida de quien guarda silencio, de quien escucha y en realidad oye un estruendo disparatado en este mundo. En mis comunicaciones escritas, que quedan, que ofrecen la oportunidad de volverse a leer, me dan esa sensación de que sobraba todo lo dicho, que carecía de importancia alguna, que estaba de sobra.

    Hace tiempo que busco el silencio. Un silencio olvidado, necesario, quizás desparecido. Hoy parece imposible encontrarlo, a veces pienso que si no tuviera obligaciones intentaría ingresar en un monasterio. Me falta tiempo para esa búsqueda. Según Gómez Dávila, no recuerdo literalmente, pero dice algo así como que ante la fealdad de este mundo de hoy, solo cabe la posibilidad de recluirse en un claustro. Sin embargo, la semana pasada leía en una buenísima novela de Balzac, El Médico Rural, que el protagonista había pensado, una vez en su vida, ante esa posibilidad de ingresar en un convento, que en realidad esa opción no suponía otra cosa que un lento suicidio.
    Sin opción al silencio, a la reclusión, queda, al menos, el paseo diario por el campo. De lejos llega a veces el ruido de los motores en la lejana carretera, otras solo se escucha el jadeo de mi perro. Que escritor francés era el que decía que los problemas del mundo se solucionarían con que los hombres fuesen capaces de sentarse en una silla, en una habitación a solas y pudiesen estar tres o cuatro horas sin hacer nada? No recuerdo ahora, me encuentro fuera de casa en el momento de escribir, no puedo echar mano de mis libros. Mis libros siguen siendo la salvación, no solo para mi memoria, sino para mi presente.
    Solo quería agradecerte tus cartas, tu recuerdo, tu artículo sobre las botas, que he colgado en el blog de Balrey, http://balrey.blogspot.com.es/ , y hacerte saber que solo tengo agradecimiento hacia ti. Aunque muchas veces he pensado en hacerlo, algo desconocido parece impedírmelo, esa búsqueda de silencio. Desconozco si será una búsqueda pasajera.
    Un abrazo,
    Jesús

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