21 de octubre de 2024

Hanff, Helen, 84, CHARING CROSS ROAD

 


Este libro nace de la correspondencia real entre Helen Hanff, quien firma el libro y es la protagonista del mismo. Ella es una muy singular lectora neoyorquina, amante de los libros hermosos de autores concretos y escritoraguionista sin renombre ni fama y Frank Doel, el gestor de una librería londinense situada en la dirección que da título al libro. El texto tiene un carácter novelesco, pero, en realidad, lo componen básicamente las cartas que cruzan estos dos corresponsales, si bien, después, se añaden las de algún otro colaborador en la correspondencia: algún empleado de la librería, una amiga actriz de Helen que pasa una temporada actuando en Londres, una hija de Doel…

El término ternura para el trato que Hanff depara a los libros que solicita a Londres quizá sea excesivo, pero sí, sin duda, es un trato exquisitamente sutil, solícito. Disfruta con las encuadernaciones en piel de obras antiguas ya descatalogadas, raras, de ediciones concretas pero que nunca valgan más de cinco dólares.

Tres constantes del contenido de las cartas son, primero, los listados de libros que la americana solicita al librero y el dinero que debe abonar (con los problemas añadidos del sistema cambiario de libras a dólares); segundo, el trato durante años del racionamiento de alimentos en Inglaterra, estamos en 1951, que anima a Helen, la escritora, a enviar cajas con huevos en polvo o frescos, latas de carne, etc. para los empleados de la librería, aunque ella no es una potentada; y, el tercero de los temas de conversación constante, es el deseo continuo de Helen por ir a Londres porque anhela conocer el Londres literario y visitar la librería y a las personas con quienes mantuvo correspondencia durante más de veinte años, mas el viaje no lo podrá realizar por motivos económicos hasta muy tarde, ya muerto Frank Doel y cerrada la librería de 84, Charing Cross Road.

En las cartas, además de los detalles de las obras que Helen quiere y la librería por medio de Frank le puede facilitar, se van entrecruzando temas más cotidianos que trenzan el consistente argumento de una amistad en la que también, como he escrito, participan los empleados de la librería y la esposa de Frank. Quiero resaltar del libro el estilo, digamos, divertido que transluce la personalidad extravertida, impaciente, simpática, irónica… de la autora. A estas alturas me planteo y así creo que es… la obra admite absolutamente el calificativo de “novela epistolar” o “documento epistolar” y de este género participa en sus características.

Veo con agrado la película realizada sobre esta obra. Quiero volverla a ver. El lector podrá disfrutar de ella si puede acceder a Netflix. La titularon La carta final (1987). A mí me parece mucho mejor, más sugerente por lo enigmático el título del libro que el de la película, pero es lo que hay (tampoco me gustó el título que se le puso en Hispanoamérica: Nunca te vi, siempre te amé). La película con un excelente reparto: Anne Bancroft y Anthony Hopkins fue muy reconocida y premiada. Transmite al espectador la pasión que muchas personas sentimos por la lectura y por los libros (seamos o no bibliófilos), siendo estos un puente con miles de carriles que pueden desembocar en amores más o menos platónicos entre lectores y libreros, lectores y autores, lectores y libros… En este caso se establece un suigéneris enamoramiento entre Helen Hanff (Anne Bancroft) y su librero londinense Frank Doel (Anthony Hopkins). Veinte años intercambiando cartas dan para que crezca una sobrada amistad que reverbera unos tornasoles delicados que van más allá del amor de benevolencia, si bien, todo tiene la naturalidad de un hecho así entre dos personas adultas y fieles a su propias convicciones y circunstancias, pues el librero, aún cuando pueda sentir ese punto de amor que excede al de amistad, permanece correcto en sus cartas y fiel a su esposa, quien terminará teniendo también, como he escrito, una amable relación con la escritora neoyorquina, a quien le confiesa que llegó a estar celosa. Este perfil del amor es más manifiesto en la película que en el libro y de ahí quizá el título de la misma en Hispanoamérica.


Merece la película ser vista con atención porque no ha perdido el valor que tuvo en el momento en que se rodó y los actores, todos, están sobresalientes en la representación de sus papeles.

El libro, por su parte, 84, Charing Cross Road, me parece igualmente excelente, pues las grafías que se emplean demuestran bien la personalidad de los protagonistas, sus matices, aunque, insisto, sin duda los actores representan de maravilla el texto al que son muy fieles. Aclaro: el entramado del libro es sencillo, cotidiano… como la vida misma y esto siempre es de mi agrado (no me llevo bien con Bond, James Bond: me aburre su impostada espectacularidad).

Muy bien me lo he pasado con el libro y la película, se los recomiendo. 

14 de octubre de 2024

515- ANTOLOGÍA POÉTICA DE LA COPLA FLAMENCA. Aproximación al flamenco a través de sus letras

 


En enero del año 2023 recibí un wasap de un señor que no conocía y que me solicitaba permiso para publicar un poema de mi abuelo, Antonio Alcalá Venceslada. Se trataba de la edición de un libro que llevaría por título, me dijo, Antología poética de la copla flamenca y la edición la haría la editorial Renacimiento de Sevilla. Como comprenderá el lector di permiso a quien me lo solicitaba, le agradecí el detalle de pedir permiso, etc. y sencillamente me olvidé de aquel suceso: uno más entre los muchos que la vida depara.

Hace unas semanas, sin embargo, recibí con extrañeza un libro que no había pedido, que había olvidado que había pedido, supuse y cuando abrí el sobre y al ver el título me volví a acordar de aquel suceso acaecido hacía más de un año. Ahora el detalle era mayor: se me enviaba este precioso libro como correspondencia al poema editado de Alcalá en esta hermosa Antología poética. Lo cierto es que Renacimiento tiene gusto en la edición de sus obras, en la elección de portadas, la tipografía, etc. Servidor no sabe mucho de todo ello ni es un esteta de los libros, pero sabe apreciar lo bueno, lo armonioso, lo elegante cuando se presenta el caso.

La obra está dividida en dos partes. Una primera, la más corta, con cuarenta y cuatro páginas, que sirve a modo de larga introducción, aunque así no lo llaman: se presenta el libro, se da explicación de la ingente labor que ha conllevado su composición (son muchos los autores de quienes se publican poemas) y se hace un útil repaso de las letras flamencas: sus letras y palos; se recuerda o se avisa a quien no sabe de la insegura autoría de los poemas; se trata la temática y los aspectos literarios (las estrofas, la métrica, la rima y los recursos estilísticos más frecuentes), todo ello sin agobiar ni apabullar al lector. Se atiende al lenguaje característico de estos cantes, su clasificación, etc., insisto, sin abrumar: en corto y claro. Se cierra con una bibliografía de interés, al menos, para mí también.

La segunda parte de la obra, la más larga, lógicamente la compone la selección realizada por los ocho antólogos que se han ocupado de la obra. Es ahí donde el lector puede dejarse llevar por este, permítaseme la figura, manantial de letras populares cargadas del sentir y pensar, del mirar y escuchar, de un pueblo que es Andalucía porque, como los propios autores afirman, refiriéndose al lenguaje, “EN LAS COPLAS FLAMENCAS se usan frecuentemente palabras y construcciones propias del andaluz, lo que es normal al ser el flamenco un arto de origen popular y surgido en Andalucía”: el manantial no es de difícil acceso, pues pienso que todos pueden beber del agua limpia y emocional de un pueblo que se aleja de tantos tontos tópicos como muchos reparten desde su inopia, su inepcia y su malicia. La selección, con imagen vieja se ha nutrido de los viejos odres del cante y de los modernos. Escriben los antólogos en la contraportada, que reproduzco al hilo de esta segunda parte porque nadie mejor que los autores pueden explicar lo que pretendieron, y creo que han logrado: “En esta antología se realiza una aproximación poética al flamenco, con una selección de algunas de las letras más populares y tradicionales, junto con otras más recientes y de autor conocido. Para la selección se han seguido criterios poéticos, pero también se ha tenido en cuenta el valor histórico y tradicional de las letras dentro de los estilos flamencos. La presentación de estas, agrupadas por palos, facilita una aproximación a la compleja estructura de los estilos flamencos. Además, para resaltar la importancia de los letristas y sus letras dentro del flamenco, se acompaña un listado de los autores conocidos de los que se han seleccionado algunas de sus creaciones”. 

Me he tropezado con poemas de los Machado algunos  de los seleccionados los comenté en mi etapa de docente, de Caballero Bonald, de Fosforito, de Chano Lobato, de Lorca, Manuel Alcántara y que me perdonen los no citados que, seguro, son escritores, cantaores, compositores de altura que servidor no sabe valorar en su justa medida por su ignorancia.

Concluyo recordando a algunos de mis amigos, excelentes conocedores del arte flamenco, a quienes dedico esta entrada y animo a que lean el libro que, sin duda, les gustará. Quienes crean que están lejos del flamenco, si se acercan sin prejuicios a esta obra, seguro que recogen saberes, flores, aromas y bellezas que les sorprenderán.

Muchas gracias a los antólogos y me permito reproducir aquí el poema de Alcalá Venceslada que la obra recoge, una soleá larga que dice así:

Jilguerito, tú que al alba
cantas al pie de mi reja,
no vengas a despertarme
que estoy soñando con ella.

Y por dejar completica la entrada dejo referencia de los antólogos en un corta y pega:

 


1 de octubre de 2024

514 - Miralles, François, EL LIBRO DE LA TOALLA



No es costumbre, es norma: no leo libros que no vengan aconsejados por alguien con conocimientos en la materia y sea de mi confianza. Tampoco bailo con cualquier mujer ni bebo cerveza con el primero que me encuentro: no tengo ni edad para eso, ni tiempo que perder en ninguno de los tres casos. ¡Y a veces cedo y me equivoco!

Tomé nota del título de este libro, pero no recuerdo dónde leí la crítica. Me resultó de confianza e interesante por el momento que atravesaba: me iba unos días a la playa, no quería llevarme libros extensos ni densos, quería estar mirando las olas, sentado al sol, caminar bien temprano por la playa, no dedicarle tiempo al ordenador y este libro, su título, y su contenido me resultaron sugerentes e idóneos.

El libro lo componen 99 articulitos: no más de cuatro ligeras páginas cada uno, bien escritas, con muchos blancos, con algunos dibujos esquemáticos en azul (color supuestamente del agua de las piscinas y del mar, entiendo). Lo que he llamado artículos son independientes unos de otros, aunque les una un sentido último: el autor quiere sugerir ideas, más que exponer argumentos, de la importancia que tiene la inversión de tiempo en no hacer nada, para crecer como persona, para descansar. No se trata de perder el tiempo, sino de invertirlo en la propia persona en sí por medio de actividades que se aproximan al naneo para quienes tenemos, yo la tengo, una mentalidad que le supone al tiempo un interés necesario en rendir… 


Mirar al mar, pensar, estar relajado, mirar por la ventana cómo las personas pasan, ver llover, mirar las llamas de una chimenea… son actividades que no necesariamente comportan perder el tiempo, sino invertirlo. Pasear sin destino por una ciudad o por el campo, una playa, un bosque, sin buscar nada el particular, salvo sentirse, pueden ser buenas actividades para ensayar, literalmente, sobre el ser propio. “Perder el tiempo” es ocuparnos en algo o de algo que no nos ayuda a crecer como persona: toda implicación en el mal y lo malo es una pérdida de tiempo. “Ganar tiempo” es Invertirlo en cualquier actividad que genere un tempo, un espacio, interior y exterior, que nos ayude a hallar momentos que nos eleven y favorezcan el crecimiento interior que conduzcan a lo mejor o a alcanzar una vida lograda; acometer una actividad, un quehacer, un obrar (¡ojo no confundir “obrar” y “hacer”!) que merezca la pena, que sea necesario, es ganar tiempo.

Reconozco que no sé descansar. Tomé conciencia de esto hace más de cuarenta años ¡y en ello sigo! Tiendo a cambiar de actividad. Muto lo ordinario y cotidiano por algo extraordinario, ajeno, lejano, inusual… que pronto, sin embargo, me apropio y hago objeto de mi afán, de mi interés y que me termina por cansar física, psíquica y espiritualmente. No, no es fácil descansar. No se trata de quedarnos mano sobre mano, porque pronto comienza esa conversación “con el hombre que siempre va conmigo / quien habla solo, espera hablar a Dios un día” y por no esperar empiezo un rato de oración mental o vocal o proyecto y doy pie a soliloquios ¡a un no parar “por dentro”! El libro me venía y me vino como anillo…

El nombre del autor es un pseudónimo. Ignoro por qué lo usa, pues tampoco he leído ninguna otra obra suya, algunas de gran éxito según el propio autor. Su verdadero nombre es Francecs Miralles, “experto de alcance mundial en todo lo referente al desarrollo personal y la espiritualidad”, según reza en su página web (https://www.francescmiralles.com/).

No deja de asombrarme el experto que, entre las innumerables anécdotas, citas, comentarios de vidas y hechos de otros, dichos… no hay ni una cita bíblica, ni una enseñanza cristiana ni un ejemplo digno de un cristiano entre millones de ellos en más de dos mil años. Decididamente echa mano del mundo oriental, y miles de años de ascética, de enseñanzas derivadas o dichas por un tal Jesús y sus discípulos a lo largo de los siglos, modelos de vidas logradas, los santos… son ignoradas, marginadas, ninguneadas, desdeñadas, ¿será que no lo conoce?, y no hay ni una referencia. Muchas de las ideas genialoides de personajes famosos, conocidos, etc., que nos tropezamos cada seis páginas en El libro de la toalla, las podemos hallar en el Biblia con unos poquitos siglos más de antigüedad. Citas de sabios orientales, chinos, japoneses, hindúes… que serán muy conocidos en su casa a la hora de comer… y que forman parte del acervo humano de toda ascética que busque alcanzar una vida lograda. Miralles sabrá por qué. Servidor se lo teme. Tampoco ni un mal refrán del tan nutrido refranero castellano… ¡ni uno!

El libro, sentado en las playas de Conil, me ha servido para meditar, para recordar. Nada nuevo bajo el sol, pero ya sabemos que el hombre es animal tozudo que tropieza y olvida… (por cierto, Miralles tampoco se detiene a clarificar realidades de abstracta comprensión que cada lector puede entender sepa Dios cómo). No me senté en la toalla mismamente, que dijo mi paisano (“Señoría, el navajazo no fue mismamente en la reyerta (?), sino un poco más arriba”), pues eso, que soy más de silleta de playa, más arriba, donde leo con más comodidad. En cuatro ratos me he despachado el libro. Leía y meditaba aquello que me afectaba, soltaba el libro: bañito, paseo de kilómetros y kilómetros… que andar y pensar son actividades complementarias… Meditar. Comparar lo que sé y lo leído con mi vida (comparar es necesario… por mucho que diga uno de los sabios citados por Miralles). Y así me zampé El libro de la toalla.

Muchas de las ideas expuestas por Miralles se pueden refutar con sólidos argumentos con siglos de sólida cimentación y crecimiento, por vía intelectual y experimental, pero un libro de este perfil, creo, no está para discutir con él ni con su autor, sino para disfrutarlo sentado frente al mar y dejarse llevar por las olas y los renglones suaves que mueren sumidos en las arenas de las páginas.

Me repito: Doy las gracias al autor porque me ha hecho meditar serenamente en las playas de Conil de la Frontera sobre extremos reiterativos de mi existencia. Cierto que nada nuevo, pero es absolutamente necesario que nos repitan mil veces, incluso desde distintas perspectivas, una misma realidad que debemos mejorar… ¡hasta que caemos en la cuenta o aprendemos el camino! o no. Esto defendía el Principito al menos…, tipo listo este.


25 de septiembre de 2024

Sánchez, Mamen: LAS OREJITAS DE LA SUERTE

 


Conil de la Frontera es un pueblecito de la costa blanca de Cádiz. Pueblo de pescadores que, como todo pueblo de costa y pesca que se precie, se ha convertido en espacio de confluencia e invasión donde los turistas paramos para intentar descansar, o sencillamente consumir ocio. Servidor va a un hermoso rinconcillo, discreto y claro, acogedor como si fuera propio, donde una amiga nos da cobijo y amparo y donde recalamos de vez en cuando.



La primera vez que oí hablar de estas orejitas que dan título al libro que hoy comento fue dando un paseo con unos amigo en una playa de Fuengirola: ellos las coleccionaban y tenían botes llenos de ellas; sin embargo estas conchitas tenían historia aneja que ellos ignoraban o que no me contaron y que ahora averiguo por mano de la autora.

Mamen, mi amiga, es la madre de Alejandro, quien era hace tres años un hermoso bebé y que ahora es un niño andarín que va y viene por la finca con su perro Nano y bajo la minuciosa vigilancia de su madre que no le quita ojo al crío. Bromeo con el niño y le digo que si quiere mi perra negra. Alejandro, si le regalo a mi perra Noé, se la quedaría me dice. Le contesto que se la vendo. El problema es que no me la puede comprar, argumenta, porque se quiere ir de viaje y está juntando un dinerillo para ello.

Su madre, cuando hablamos la última vez por teléfono, me dijo que ella, como yo, también escribe. Escribe y ha editado un hermoso libro que esconde una historia sencilla, lineal, íntima con unas preciosas ilustraciones de Cristina Geneiro. El libro lleva por sugerente título Las orejitas de la suerte.


Una historia sencilla, 
lineal, íntima

“Mi libro se lee en un rato”, me dijo Mamen, y no exageró en absoluto: en un rato corto el lector interesado puede pasearse por el cuento que Mamen ha escrito pensando, seguro, en Alejandro, quien es el narrador de un cuento que tiene una base real donde está implicada Carmen, la madre de Mamen y abuela de Alejandro. Supongo que este conocerá el cuento de sobra porque su madre se lo habrá leído y enseñado muchas veces y que lo podrá leer a no mucho tardar…

Donde hoy todo es tan complejo, tan innecesariamente extenso esas novelas de miles de páginas, varios volúmenes, etc.–, la obra de Mamen nace del cariño a su hijo y del agradecimiento a su madre. Abuela y nieto son los protagonistas de esta historia que brota del mar, en los paseos tan comunes en las preciosas playas de Conil, donde nos damos cita cientos de caminantes que más que holgados, en paralelo a la orilla, vamos y venimos: personas de todas las edades y condiciones, solos o en grupos, parejas, turistas de toda laya y nativos del lugar… Una abuela, Carmen, y un nieto, Alejandro, recorren las páginas de esta obra y esa orilla del mar en busca de límpidas verdades que pasan de unas generaciones a otras. Las olas, y quienes en ellas habitan, traen y llevan en esas orejitas, las vidas de quienes saben escuchar, de quienes aprenden a ser pacientes y dejan calar la hermosura de un cuento sencillo en el hondón de su ser. El mensaje de las orejitas que tantos nombres reciben, bolma rugosa es su nombre científico, solo lo pueden alcanzar las almas sencillas.

Gracias, Mamen. Quedamos a la espera del siguiente.

6 de septiembre de 2024

Pieper, Josef, DEFENSA DE LA FILOSOFÍA

 








Dedico esta entrada a tantos de ciencias puras que,

ante un melón, solo ven una cucurbitácea y no un retrato de sí.

 

Al profesor Joaquín Valdivia, que enseñaba y enseña filosofía.

 

Mi sincera admiración por el autor de este libro de quien tantos leí. Me sirvió muy especialmente para aclararme muchas de mis precarias ideas su obra Las virtudes fundamentales, que recomiendo vivísimamente. Este autor y sus obras, en mi caso, son un estar amable por casa, como alguna otra vez dije de otros autores y otras obras.

La filosofía se halla irremediablemente frente al hombre práctico; lo dijo Platón y es una realidad constatable. El hombre que filosofa es aquel que por todo ¡todo es todo! se pregunta y quiere saber sin techo ni fondo por el sentido de todo cuanto se halla en la realidad: quiere conocer la realidad misma. Alfred North Whitehead en un simposio público organizado en la Universidad Harvard para celebrar su septuagésimo quinto aniversario dijo que filosofar es sencillamente preguntase qué hay sobre «todo esto»: what is it about all? No solo de pan vive el hombre. Recuerdo los libros de mi admirado y leído Viktor E. Frankl, que comentaba cómo los prisioneros de los campos de concentración, cuando se morían de hambre, se preguntaban por el sentido de todo aquello: el sentido… Quien filosofa, insisto, es incapaz de satisfacer su ansia de saber, como afirma Reichenbach, porque todo cuanto aquello con que se tropieza es objeto de su pensamiento en busca de su razón última y su significado… ¡Y es que hay gente pa tó!, que dijo Rafael el Gallo y el citado Reichenbach remachó que «El filósofo parece ser incapaz de dominar su ansia de saber» y ahí, con nuestras cortas luces, nos situamos enanos en los hombros de gigantes.





Cierto es que corren malos tiempos para la lírica, que cantaban “Golpes bajos” y, por lo tanto y por lo mismo, para la Filosofía. ¿No sería, acaso, razonable que estando aupados por la Ciencia nos hallásemos, como humanidad, mejor que nunca? Algo no va bien, que decía Dilthey ya en 1900. En mis últimos años de docencia recuerdo que la asignatura de Filosofía ya solo la defendíamos, con todo el ardor posible, solo unos pocos, pues éramos conscientes de estar hablando a las piedras y a las cucurbitáceas, de mayor o menor tamaño.

¿Necesita la filosofía una defensa? Creo que todo bien la necesita de continuo porque el mal no cesa para socavarlo, derrotarlo e intentar borrarlo de la faz de la tierra. El homo aeconomicus, el homo utile, el relativismo, la mentira, la codicia, el egoísmo, la soberbia… El mal, lógicamente, tiende a laminar todo bien: no debate con él, lo denosta, lo desacredita… y termina queriendo devastarlo y hacerlo desaparecer.

El índice de la obra es excelente y en él podrá hallar el lector muy desgranados los temas y aspectos relacionados con el contenido de la obra: la relación de la filosofía y la claridad del lenguaje y el léxico que la comunican (Pieper arranca de la conocida idea de Wittgenstein escrita en su Tractatus: «Lo que en principio se puede decir, debe poderse decir claramente, y sobre lo que no se puede hablar, vale s callar», servidor, ya sabe el lector de este blog, en sus cortas luces, habría repetido con Ortega que “la claridad es la cortesía del filósofo”; la idea del Tractatus es comentada con detalle por Pieper); de especial interés para mí es el “debate” que Pieper establece con Heidegger y Jaspers sobre la realidad posible, necesaria o imposible del creyente que filosofa: me quedo con los razonamientos de Platón y Pieper: “¿Forma parte del auténtico quehacer del que filosofa el incluir en su consideración informaciones sobre el mundo y la existencia, que no proceden de la experiencia y de argumentos de razón, sino de un sector que conviene designar con nombres, digamos, como «revelación», «sagrada tradición», «fe», «teología»? ¿Se pueden incluir legítimamente en el filosofar tales aserciones no demostrables empírica y racionalmente? Ahora bien, a esta pregunta respondo yo que esto no sólo es posible y legítimo, sino incluso necesario. Desde luego, antes de comenzar hay que poner esta tesis al abrigo de algunos posibles equívocos. Ante todo, hay que aclarar lo que no quiere decir. […] la tesis que tratamos de discutir aquí, dice más en concreto lo siguiente: un cristiano creyente, si al mismo tiempo quiere ser una persona que filosofa con seriedad existencial, no puede dejar fuera de consideración la verdad de la revelación aceptada por él con fe como divinamente garantizada”…

No entro en más detalles que luego, por conducto interno, correos o wasap, los fieles de esta parroquia me echan el perro: “Menos mal que has hecho un resumencillo general, pues si solo haces un resumen tendría que haberlo terminado mañana. Un saludín majete”.

 

Sin duda este libro, pienso, no es como diría Blas de Otero “para la inmensa mayoría”, sino como dijo Juan Ramón, “para la inmensa minoría”.  “Entre el clavel y la rosa, su majestad es-coja”, que le dijo Quevedo a la reina…