A
Bernardo L. M.
Señor Vargas Llosa:
Durante décadas los historiadores, desde muchos ángulos distintos, se
han preguntado por qué el nazismo surge en una Alemania culta y rica: cómo esta
ideología extrema y brutal prende incluso en personas de un refinamiento
cultural, intelectual, admirables. Nazis elegantes y cultivados: melómanos y
lectores de delicada poesía ejecutan, al par, sin vacilar, a cientos de judíos
con sus propias manos. Al interesado en el asunto lo remito a una obra de Christian Ingrao.
George Steiner se preguntaba, “¿Cómo se puede
tocar a Schubert por la noche, leer a Rilke por la mañana y torturar al
mediodía?”. El planteamiento es erróneo. Partimos de la falsa premisa que considera a las personas menos
cultas capaces de atrocidades y no así a quienes son cultos. Falso. Queda
demostrado. La altura moral de una persona no es directamente proporcional a su
supuesta altura cultural. El mal está por doquier.
Como la hipérbole es figura
literaria, que usted emplea, me la permitiré también yo al afirmar que este
podría ser el caso de las necedades que a veces le leo, siendo todo un premio
Nobel de literatura: sus razones, sus argumentos para defender, en este caso,
el aborto son tan precarios que aflige su vacua senilidad. Se siente vergüenza
ajena leyendo su artículo publicado en Elpaís en defensa del aborto, ¿o era una excusa para atacar a la Iglesia
católica?
Voy a hacer un comentario
pormenorizado del averiado artefacto intelectual que es su artículo.
Quienes defendemos la vida, dice,
situamos a los abortistas como usted, “defensor de asesinato” de criaturas
inermes e inocentes, en una cultura de la muerte. Usted nos sitúa a los
católicos en la caverna y el oscurantismo, “horror de horrores”. Su argumento
es el de José Alfredo Jiménez: “Y mi palabra es la ley” y añade que vio, asegura,
a unas mujeres españolas y peruanas, que fueron a abortar a Inglaterra (seguro
que eran personas sin medios de ninguna clase, ¡pobrecitas!); porque o se legaliza
el aborto: o este seguirá practicándose en situaciones donde las mujeres se “juegan
la vida corriendo el riesgo de desangrarse o contrayendo infecciones que ponen
en riesgo su vida”. ¿Este es el modo que usted tiene de enfrentarse al mal? ¿Acaso
se combate el mal con otro mal? ¿Realmente le preocupan esas mujeres que toman
esa terrible decisión que “suele acarrear traumas y conflictos psicológicos de
larga duración”, como usted reconoce, o el suyo es mero toreo de salón, banal
tertulia de casa con 13 baños mientras toman té con pastas? Sus argumentos por
compasión y ejemplo son flojas falacias, desfallecidas que no levantan medio
palmo, razones de escolar de secundaria.
Hay un principio ético intangible
y necesario si no queremos vivir donde ya vamos viviendo: en los abismos de la
selva, donde el más fuerte impera y ejecuta. Este principio afirma que el fin no justifica los medios. El mal
campa por doquier, me escandaliza y no lo comprendo, pero admito que alguien
diga que “deseo abortar porque me conviene”, “porque me interesa”, “porque me
viene bien”, “porque no deseo a esta criatura que vive en mis entrañas…”, pero
las milongas, las monas vestidas de seda y sus respectivas justificaciones y derivados
son para perros con menos dientes y menos ferias. No me importa matar al hijo de mis entrañas: no va más. “Quiero
además hacerlo con el beneplácito de una ley que me cubra y reconforte, aunque
mi conciencia reclame por sus fueros, y lo seguirá haciendo”. “Demando la
libertad para abortar”. “De un veleidoso acto querido en un momento determinado
-lo de las violaciones y esos caballos de Troya que se los cuenten a otros-,
con sus consecuencias: un embarazo, ¡no quiero responsabilizarme!” “Quiero
retornar a un punto cero”. “¡El fin justifica los medios…! ¡Viva mi libertad
(?)!, que la del no nacido no cuenta para el caso”. “Quiero que me permitan
abortar y me lo paguen”. Lo comprendo: es el mal.
Señor Vargas, no deja de arrimar dinamita
y mecha a la Iglesia, ¿por que no recibió formación sexual? Tenga en cuenta
que, cuando usted fue a la escuela, se escribía con plumín y palillero, ¡y se mojaba
en un tintero! No se daba esa formación en ninguna institución. Le recuerdo que
el 28 de marzo cumplió 82 años; y que usted ya no es ningún adolescente. Los malos y el infierno y los responsables
son siempre los demás: la instrucción sexual se la pudieron dar sus papás en
casita, pero tampoco la daban: ni entonces y rara vez aun hoy. Usted supone que
con esa formación dejaría de haber abortos… Parte de falsa premisa: relea el
primer párrafo de este artículo. En España se llevan dando instrucciones desde
hace décadas en todo tipo de instituciones -fomentándose la promiscuidad- y en
2017 hubo en España cerca de 100.000 abortos… ¿estos también los cometieron,
como las atrocidades nazis, personas paupérrimas, incultas, zotes y perversas
que nunca oyeron hablar de los medios anticonceptivos…? El mal es ausencia de
bien.
Lo que usted afirma sobre la igualdad de los géneros… sigue siendo
risible; sin embargo, es muy razonable lo que usted afirma: como los abortos no
cesarán, legalizados o no, los admitimos legalmente… “como mal menor” y por
supuesto “en favor de los pobres”… Qué hermosos argumentos de compasión, de
nuevo, y tan falaces como ellos solos y como los anteriores… Son muy semejantes
a los que dan los alumnos secundaria cuando escriben sobre el tema… Por cierto,
lo del mal menor es tesis de cristianismo condenado por bastardo. ¿Lo aprendió
en su cole?
“No hay otro campo donde la
diferencia económica entre pobres y ricos (o simplemente afluentes) se dé como
en éste”: le admito, con mi media sonrisa, su hipérbole. ¿Seguro que no hay
otro “campo” donde no se den claramente las diferencias económicas? Estoy
escribiendo a más de 30° en Jaén, mientras usted está de vacaciones en las Maldivas
junto a Isabel Preysler, según dice el Hola…
Supongo que eso no se debe a razones económicas, sino a gustos personales y a
ignorancia: he tenido que mirar dónde están esas islas en el mapa, por eso no elegí
ir allí. Quizá, como en eso no afecta la economía, mañana me alargue a
presentarle mis respetos (mientras, póngame usted a los pies de su señora). “Los
ricos vivimos siempre bien en cualquier parte”, que decía aquel… Las panzas
llenas y la billetera gorda tienen eso: saturan las cabezas de místicas palmeras,
aguas cristalinas y playas sin fin.
Como usted escribe “Votar en
contra del aborto no garantiza en absoluto que éste vaya a desaparecer”, es
cierto (tan cierto como que el pronombre ‘este’ ya no lleva tilde desde 2010). Creo
que convendría que todo lo ilegal que se dé con cierta frecuencia: el robo, el
asesinato, el acoso, la conducción temeraria, la violación que no cesarán…,
como el aborto y… el egoísmo, y la vanidad, y la injusticia… todo eso conviene
que tome carta de naturaleza y normalidad, aceptación por vía de los hechos, en
nuestras sociedades y que cada uno campe por sus respetos, ¡y que Dios nos coja
armados!
Los dos siguientes párrafos,
caballero, son de una impertinencia execrable y vergonzosa. Mi maestro me
enseñó que a eso, hecho en una obra escrita, un examen, una novela, un informe, etc.
se le llama “hinchar el perro”, puro relleno y filfa, enrollarse sin fundamento alguno, que llamamos los estudiantes. En los toros se denominaría “faena de aliño”. ¿Se
le acabó el romo e infantil argumentario que venía desplegando, de lugares
comunes, necedades al uso, etc. y aprovechó para contarnos que los culpables somos
los miembros de la Iglesia católica? Hasta usted mismo se sorprende de lo grosero
e inoportuno de su argumentario que no le queda más remedio que añadir “¿A qué
viene esto?”… Esto viene a que de algo hay que comer y siempre será caro viajar
a las Maldivas… Hay que escribir artículos que le pagarán, merecidamente, al
precio que cobre, pero este acúmulo de generalidades, de nuevo, lo deja en una
ridícula postura; vergonzosa para persona de su edad y supuesta calidad: da
vergüenza ajena. Usted debió ir a pésimos colegios -¿u oscureció después su
conciencia?-, pues tampoco ni en ellos, ni sus papás, le enseñaron que la elección
del mal menor siempre es un mal: no porque lo diga Hannah Arendt, por ejemplo,
sino porque hay un principio elemental que afirma que se debe hacer el bien y evitar el mal…
Mientras usted se remoja las pelotas
en el Índico con su señora esposa (ya sabe: póngame a sus pies), muchas decenas
de miles de sacerdotes de la Iglesia católica, muchos millones de cristianos,
con nuestros pecados y limitaciones, queremos seguir haciendo el bien y que
brille la luz donde antes otros malos cristianos, o paganos, opacaron y
redujeron la visibilidad del Bien y la Luz… La claridad no es la verdad, pero
ayuda a verla. Usted y tantos como usted, enemigos de la Iglesia, nunca
entenderán que la Iglesia está asistida por el Espíritu Santo: ustedes no lo
saben porque lo desprecian y no creen en Él, pero las puertas del infierno no
prevalecerán… ¿Se ha dignado a leer la historia de la Iglesia con todos los
pecados y aciertos de quienes la conformamos? Además, ¡me asombran sus tesis! Aunque
yo fuera el mayor bellaco del mundo, un ser despreciable (que no es el caso de
la Iglesia), no por eso deja ser verdad mi afirmación de que la Luna es el
único satélite natural de la Tierra, que tras la noche viene la mañana… o que
el aborto es un asesinato. La Iglesia no es dueña de la verdad, como no lo era
Agamenón… ¡o su porquero! Veritas liberabit
vos
Que siga disfrutando de su
preocupación por los pobres del mundo desde las Maldivas, señor Vargas Llosa, pero
no haga el ridículo, hay quienes queremos apreciarlo.
Gracias, Antonio. Dios te lo pague. Un abrazo
ResponderEliminarMil gracias Antonio; este artículo debería ser ejemplo para muchos periodistas y gente que dice mucho , pero no dice nada, porque no sabe lo que dice
ResponderEliminarmás clara ni el agua donde se remoja este facineroso de la palabra
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