La memoria es simpática
o no, según: continua, alterna, discontinua e incluso inexistente. A veces nos
acompaña y asesora, nos recuerda aquello que necesitamos y en otras ocasiones
huye, se esconde y dimite: nos deja suspensos. Recuerdo perfectamente en qué
circunstancias compré este libro que uso de Juan Ramón. Lo hice en su casa
museo en Moguer y yo acompañaba al poeta Carmelo Guillén Acosta de feliz y
amable recuerdo siempre. Fue al principio de los 80.
Cierto que usted no me
pide explicaciones de por qué releo Arias tristes… a estas alturas.
Tampoco tengo yo muy clara la explicación. A lo peor es, como tantas acciones y
quehaceres que uno acomete: porque me da la gana, dicho sea con tanto perdón
como claridad (no hay más libertad que la que uno se toma). Reconozco que me
gustó siempre Juan Ramón en general, como me gustan los Machado o Pedro
Salinas, entre los poetas, por poner un poner. No tengo una clasificación
puntuada. A lo mejor, sencillamente estos poemas de Arias tristes, de un
mundo difuminado (así lo llamó José Hierro) y esquivo se acomodan a la realidad
de una vida que va hacia el atardecer, y la noche.
Es otoño hasta el 21 de
diciembre, pero tanto me da. Cierto que las estaciones, como la memoria, como
hoy la verdad, hoy... son como me peta, como me apetece, como las siento…,
dicen; sin embargo esto es cierto sin pizca de postverdad: En mi calle ya es
otoño. En el cielo que miro es otoño. La chimenea arde en esta pandemia ahora
otoñal. Las hojas de los árboles se reviran hasta el amarillo y bailan con el
viento a la intemperie. La aceituna está madura –no sé si será ahora correcto
decir negra- en este y aquel olivo, pero no en estos del mismo tajo, de
la misma camada: verdes como las ovas… El tiempo, como la memoria y las
estaciones y los cultivos, está loco: quizá solo sea que, como los humanos, se
mueve por inciertos caprichos.
En realidad ahora, hoy,
en la lectura de Arias tristes me da igual la cimentación y la armazón técnica
de esta poesía juanramoniana. Acecha el afán por comentar sus sevillanas
tentativas iniciales como profesional de la pintura cuando no estudiaba Derecho
que tanto tienen que ver con colores, paisajes, sensaciones que los sentidos
externos facturan y las palabras anhelan con atrapar en versos; pero aquí y
ahora me interesa la belleza que eleva: a la poesía y a mí como animal casi racional,
dependiente. Me encandila el romanticismo trufado, trenzado, mezclado del
novísimo modernismo de entonces: la tensión de que dota a las palabras Juan
Ramón… No me detengo en las sinestesias, en los encabalgamientos, las
aliteraciones, las metáforas… y voy gozoso y gozante a los versos que van
cayendo, suaves, se vierten lentamente, entre campos verdosos que se apagan en
matizados grises, por donde ya al atardecer no pasará nadie tras las vacas… Disfruto
del sentido último y completo de los versos todos, del poema, y quiero
alindarme con la concepción última del sentir poético: revivir en mí los
momentos, por medio de los versos, de una belleza quizá adolescente y lánguida
y mortecina.
A lo largo de mi
carrera docente son muchos los poemas de este libro que, con un motivo u otro, he
leído e incluso comentado detenidamente. Dice Aurora de Albornoz, quien me
ayudó a descubrir a Juan Ramón junto a Palau de Nemes, que Nocturno es,
de los cuatro libros que componen Arias tristes, el mejor… A veces, no
sé si ya lo dije, la memoria es simpática y una y otra vez mezcla, confunde,
aúna… realidades ya inseparables, como estos versos con momentos del vivir
pasado y ya es imposible, por ejemplo, leer a Machado lejos de las recitaciones
de don Alfonso Sancho Saez (a quien busco en Internet ¡y me sale una calle!
¡¡Por Dios bendito!!). Juan Ramón en sus Arias tristes es rebusca en el
hondón del alma casi adolescente que mira cómo caen las hojas de los chopos y de
los álamos blancos, melancolía sin razón fundada, y no hay forma de deshacerse
de esos vagos flechazos amorosos que no llegaron ni a enamoramiento: tan vagos,
tan difusos que uno no sabe si todo es y fue mero recuerdo.
Leer Arias tristes,
releerlo ahora es arrimarse a una singular belleza del pasado, me temo. Pudiera
pensarse que es añoranza de este y vive Dios que tal niego con plena conciencia.
Bien está como fue.
Este otoño del año 20
del siglo XXI, con esta pandemia que amenaza tristeza, no está de más leer
poesía y versos como estos… Se los recomiendo, pero cierro el libro, como el
poeta su ventana
porque si pierdo en el
valle
mi corazón, quizás
quiera
morirse con el paisaje.
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