Da igual quien fuera, pues no
sería ni el primero ni el último ni, por supuesto, el único. Un conocido
futbolista, luego entrenador famoso, contaban que compró libros por metros
cuadrados con la mera intención de decorar una parte de su casa. Sería curioso
ver qué obras cayeron en ese singular modo de escoger: ojalá le tocaran en
sorteo obras sobre física cuántica y la teoría de cuerdas.
Las bibliotecas personales se van
haciendo poquito a poco. Con la lentitud con que se erigen las grandes obras
humanas y mimo de orfebre. Quienes empezamos a leer jóvenes teníamos más tiempo
y ganas que dinero para adquirir obras y acudíamos a las bibliotecas públicas.
En el lector genuino, sin embargo, siempre queda la quemazón de querer tener
sus propios libros, este libro por tal y aquel por cual: por el mero hecho de tenerlos,
a veces… Libros elegidos, comprados con gran esfuerzo. Pocos libros, en los
comienzos, que se miran, que se contemplan, que se leyeron más de una vez,
libros de poesía quizá anotados, manoseados, con poemas marcados… Lenta labor
de orífice y entomólogos metidos a bibliotecarios. Labor amorosa también, pues
el lector de quien vengo hablando también termina comprando libros por impulso,
con la esperanza siempre más ancha que el horizonte vital y el ojo más grande
que su tiempo… Se compran libros por dotarse de la posibilidad de leerlos…, por
si acaso: el camino no es largo, pero,
como decía el principito, «¡no se sabe nunca!», es tan intrincada y ardua la
vida, ¿verdad principito? El libro electrónico creo que tiene algo de
navaja multiusos, esas navajas que nos sacan de un apuro porque tienen
bolígrafo y tijeritas y hasta una aguja que nos puede quitar la molesta astilla
del dedo…, pero no es menos cierto que esa navaja multiusos, por lo general, es
menos navaja que la ordinaria, porque esta condición la cede a la sierrecita,
los alicatillos, el destornillador… Yo tengo una magnífica navaja multiusos e
igualmente un magnífico libro electrónico que uso de tarde en tarde.
Sé de quienes tienen más de
veinte mil libros en sus bibliotecas particulares… Libros y libros que nunca
leerán. Hay quienes tienen bibliotecas más modestas, con menos miles de libros,
pero igualmente llenas de libros que nunca leerán… Es así. Quienes hemos
ratoneado en bibliotecas ajenas, generalmente muerto su autor, su dueño, su guardián
celoso, hemos comprobado no solo que había libros que nunca se abrieron, libros
incluso intonsos…, libros perdidos en el balanceado vaivén de la vida, entre baldas
lejanas al suelo, donde ya, ahora, la vista no alcanza. Siempre presumí de
biblioteca ordenada donde cada libro estaba en su sitio pertinente. Llevo unas
semanas comprobando que ¡hay decenas de libros en ella que ni están catalogados!
Libros que no recuerdo por qué compré, libros que leí de los que no puedo decir
nada…: ¡sé que los leí, pero olvidé todo de ellos, pobres! Libros que esperarán
a ser leídos en la otra vida.
Viene todo esto a concluir en un
suceso triste de estos días. Son muchos, la mayoría, los libros que compro de
segunda mano: los libros de mi interés, por regla general, no huelen a papel
recién impreso, sino más bien a moho, a humedad, a estantería y balda añosa, a
polvo de décadas. Ya conté que a veces hallé dentro la foto de la familia,
notas más o menos personales. El otro día recibí un libro bastante manoseado,
anotado por su anterior dueño, con su nombre y firma en las primeras páginas
(eso dejé yo de hacerlo hace muchas muchas décadas)… Siempre me pregunto
quiénes serán estas personas y las busco en Internet y les sigo la pista, si es
posible… En este caso ha sido muy sencillo, pues la persona era conocida, entiendo,
de muchos, aunque no por mí. Guionista, cineasta, director de películas,
pionero de TVE… Murió ya mayor, con 87 años. Falleció en diciembre del año
pasado y antes de mediados del año en curso ya está este libro de su
biblioteca, primorosamente recopilada, seleccionada, imagino, en mis manos… Ni
puedo ni debo enjuiciar a quienes vendieron la biblioteca de este señor, que
sus motivos tendrían, pero esto no quita para que sienta cierta tristeza, por
él, por mí, por lo banal de nuestros desvelos, lo fútil, tantísimas veces, de
nuestras ocupaciones y preocupaciones…
En el libro de este señor, porque
no quiero ni puede ser del todo mío, leo unos versos del autor de la obra:
Cuando la muerte quiera
Una verdad quitar de entre mis manos,
Las hallará vacías, como en la adolescencia
Recientes de deseo, tendidas hacia el aire.
Las manos arriba, por necesidad,
por indigencia, sin atraco, en petición de espera… Solo una cosa es necesaria… porro unum est necessarium (Lucas
10:42).
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