No se llega a ser persona
relevante, sobresaliente en algo sin ser inteligente en algún sentido: también
listo, que no son lo mismo. Djokovic, que tanto ha guerreado tenísticamente
hablando con Nadal y Federer, no es persona que yo conozca. Lo he visto alguna
vez jugar, le he leído alguna declaración, pero no sé casi nada sobre él, pero
estoy seguro de que es inteligente como lo es Morante el torero o Ronaldo el
futbolista o Bill Gates el rico de los ordenadores.
Lo que en esta declaración el tenista
manifiesta es una reflexión antiquísima contra el voluntarismo, contra la
creencia de que todo lo que queremos lo podemos, una afirmación contra el
voluntarismo. No recuerdo, gracias a Dios, cuántos músculos hay que poner en
movimiento para levantarse de la cama: si lo supiera, si cayera en ese dato
cada mañana… ¡ni me movía! Digo que es antiquísima la idea del serbio porque si
fue san Pablo quien, digamos, la divulgó, quien la expresó originalmente fue
Ovidio: Video meliora proboque, deteriora sequor. La inteligencia nos muestra
lo mejor, aquello que en términos kantianos deberíamos hacer, sin
embargo, no lo hacemos. En este caso, según el tenista, “el cuerpo no quiere escuchar”, no hay una
armonía entre deberes y deseos y dominios… No, no siempre somos señores de
todos los ámbitos humanos propios: la química también cuenta, las virtudes
fallan o decaen, el deber al que estamos llamados es desatendido por nuestro
cuerpo en ese momento…
Entiendo que Djokovic querría ganar algún
torneo, tenía toda la preparación psíquica, toda su atención, su concentración
lista…, sin embargo, su cuerpo no ha respondido a su llamada. Santa Teresa
también lo cuenta como respuesta de Dios: Cuentan que un día le
dijo el Señor a santa Teresa de Jesús: «Teresa, yo he querido,
pero los hombres no han querido». Qué importante la armonía, el
equilibrio, la coherencia… en todos los ámbitos, sin embargo, no siempre
necesariamente se dan.
No: querer no es poder, como escribí hace muchos años en un
libro.
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