28 de enero de 2014

Tapia Ramos, José Manuel, LOS ÚLTIMOS DINOSAURIOS (PARTE I)



     
     Para Emilia a quien amas.     Para Irene, retoño de ese amor.



         Querido José Manuel:

    Quiero que este, supongo, largo comentario sea propiamente una carta al amigo más que una entrada para el blog, aunque se publique en este y también sea leída por quien desee hacerlo.
         Allá por el año 2004 o 2005 me comentaste, al hilo de mi condición de novelista, que tú, por circunstancias que no vienen al caso, deseabas escribir una novela, y que en ello andabas. La relacionaste con una realidad vital, muy dolorosa para ti, y de esa temática pensé que trataría la obra que supuestamente pretendías escribir. Lo interpreté como un escrito terapéutico y liberador de una realidad que tanto te había hecho sufrir.
         Pasaron los años y quizá alguna vez hablamos de pasada de la novela. No recuerdo que me contestaras algo concreto. Era indeseable para mí refrescarte recuerdos amargos. Pensé que lo escrito había servido de eficaz terapia y la novela quedó en la nebulosa de lo hablado.
         Escribir no es fácil. Escribir bien es muy difícil. Escribir una novela tiene un mérito inmenso. Escribir una obra de arte es dado a muy pocos. Alguna vez he recordado que decía admirar Ana María Matute lo indecible a quien es capaz de enjaretar una novela… y a ese aserto me sumo con mi más cálida felicitación para ti. Es mi felicitación la del amigo, y tú y yo sabemos del sentido pleno de esa palabra que con tanta banalidad se usa a veces.
         Innecesario advertirte que vas a tener que sobrellevar y leer… usaré un eufemismo: al grave del Alcalá, cuando se pone en firme con algo y más aún con un libro… Tú conoces el paño.
         Desde la amable presentación de la obra en la que estuve, no dejó de rondarme en la cabeza un hecho que arranca de una deformación profesional. Quien conoce algo la Historia de la Literatura gusta siempre de situar la obra que lee, quiere filiarla, asociarla, contextualizarla, relacionarla… Nihil novum… Mi primera e inmediata asociación fue con un recuerdo ya viejo. Estaba hablando con Miguel Delibes en su casa de Sedano en el verano de 1995 y le pregunté por una obra que había leído yo unos meses antes de Víctor Márquez Reviriego, Un mundo que se va. Delibes, que no fue gran lector, y menos ya entonces, me dijo que no, que no conocía el libro. Someramente le expliqué por qué se lo preguntaba y él me dijo que ese mundo -un mundo emparentado con el recreado por ti- del que Márquez Reviriego escribía no es que se fuera “ese mundo ya se fue”, me dijo.

         Tu novela toda es una elegía. Tú lloras una pérdida y lo ido para nunca más volver. Nos hablas de unos tiempos y una idiosincrasia que ya no existe. El campo, la vida rural y sus animales, sean estos racionales o no, tal como tú los conociste, como tú muestras con aprecio, se marcharon. Una pura elegía tu novela. Muy por el contrario a lo sucedido en el famosísimo cuento de Monterroso, en tu obra, el dinosaurio, cuando despertaste, ya no estaba allí: había muerto. Don Julián, ese cacique-dinosaurio, ha muerto (p. 78). La caza fetén con sus ritos ancestrales y su “cirimonia”, que decía Quilino, el guarda, ya desaparecieron, y con la caza el pastel de caqui, y esos hombres que articularon a su sabor los campos durante siglos quizá (p. 158-159) y que hoy son sustituidos por mediocres mandones, a veces ineptos, de partidos políticos que mangonean con otros colores y otros sabores.
         Y hasta aquí un primer asalto en la filiación solo parcial de la novela.

1 comentario:

  1. Ah! vale, es una carta. No sabía que Delibes no era un gran lector, ¡con todo lo que escribió! toma fundamento la teoría de mi madre que dice que al leer a otros corres el riesgo de escribir como ellos en vez de como tú.

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