“Las personas mayores nunca
comprenden nada por sí solas y es agotador para los niños tener que darles
siempre y siempre explicaciones”... y añadía Gidé en este sentido: “Todo está
dicho, pero como nadie escucha es preciso comenzar de nuevo, continuamente”.
Estas dos citas, la del principito y la de Gidé…, las he repetido innumerables
veces en este blog.
Hace muchos años, cuando era joven e iluso, pensaba que hablando se entendía
la gente… Es mentira o, al menos, no necesariamente es así. A veces, sin
embargo, sí es suficiente hablar para que se declaren guerras, trifulcas, batallas
cotidianas, porque expresarse bien y comprender bien no está al alcance de
cualquiera. Saber hablar o escribir no comporta tampoco saber hacerlo bien. Queda
claro que escribir o hablar supone una exposición innecesaria a la palabra
vacua, necia y hasta ofensiva. Por lo cual: el silencio es oro, en boca
cerrada… y en san Mateo, como siempre, en el
12:36 se amplía la retahíla. Dicho todo
lo cual, digo, cuando iluso y joven, me preguntaban por qué leía, respondía que
me gustaba, me apasionaba, e interpretaba que la lectura era un medio de
formación, de distracción, de disfrute de cierto gozo armónico de una realidad
tan viva y presente como de aquellas otras abstractas, imaginarias, amables,
unas y otras. No, no es fácil explicar todo ello a quien, al final, no quiere
aprender nada: “le pica la curiosidad malsana”, pero no tiene ningún afán e
interés real por aprender, por conocer. Hoy cuando me preguntan por lo mismo, por
qué leo, depende de quién sea y cómo lo haga, contesto invariablemente con dos
respuestas: “Para nada”, si quien me pregunta es un impertinente desinteresado;
“Para ser feliz”, si veo un prosélito en potencia, un lector…
Lean por favor con atención estos dos textos:
¿Que proponemos? En primer lugar, sustituir el
concepto de canon –conjunto cerrado y estable de libros de lectura o
mención inexcusable– por el de corpus
escolar, entendido este como un conjunto abierto y cambiante de textos cuya lectura se considera adecuada en los
años de la adolescencia y que pueden contribuir a la formación de lectores
cultos y competentes capaces de orientarse en un futuro en la biblioteca de la
humanidad[1].
Necesitaremos estar bien atentos, después, a seleccionar entre ese enorme firmamento de
clásicos cuales pueden ser llevados a las aulas de secundaria, porque el canon escolar no puede ser una
reproducción sin más del canon académico, sea este el que fuere.
Ustedes, vista la contradicción a la hora de
nombrar ese listado de libros de inexcusable lectura, pensarán que los dos
párrafos están escritos por dos personas distintas: se equivocan. Están
escritos por una misma persona, supongo, y además muy próximos un párrafo de
otro, en el mismo artículo, insisto: firmado por la misma persona.
No por cambiar el collar al perro deja este de
ser el mismo. Ni la mona vestida de seda… canon académico, canon escolar,
corpus escolar –con o sin cursiva, que es de la autora- todos ellos vienen a
ser lo definido por la autora como ese “conjunto cerrado y estable de libros de
lectura o mención inexcusable”… En definitiva estos son los libros que DEBES
LEER si quieres que se te considere una persona culta o leída: la consideración
de los demás es capital. Si no has leído este listado de libros, el que fuere, o
no estás en ello, serás arrojado al averno de la incultura, serás declarado un
patán.
Quien esté libre de pecado… Quien más quien
menos somos muchos quienes hemos caído en la vacua grandilocuencia que esconde
la ignorancia o la inexactitud. Siempre de mala leña conviene coger gran
brazado. Vamos a verlo:
Llevar los clásicos a las aulas de secundaria
no debiera responder a un tributo acrítico a la tradición, sino a la convicción
de su capital importancia en la construcción de nuestra identidad, en nuestra
capacidad de leer el mundo que habitamos e imaginar otros mundos posibles.
Los relatos son también decisivos a la hora de
conformar imaginarios compartidos, ese repertorio de situaciones, personajes,
experiencias y símbolos a los que una comunidad recurre para explicarse su
historia común y para reflexionar también sobre los conflictos del presente.
En primer lugar, reivindicando la necesidad de
recuperar «los grandes libros»,
pero extremando el cuidado en los criterios de selección estos.
Suficiente.
Ignoro si alguna vez escribí algo semejante a los tres párrafos citados de la
misma autora que los anteriores[2], pero
los tres pueden pasar por un hermoso brindis al sol… Las clases de Literatura
ya apenas existen, señora, ni interesan a los propios profesores de la materia;
esos mismos y propios profesores son apenas lectores (me refiero a los
filólogos y a los profesores “de letras” y a algún ser extraño “de ciencias”);
los alumnos sienten aversión a la lectura: esta ha desaparecido de su mundo
porque tampoco está en el de sus papás…
Resumen:
canon literario o como se lo quiera llamar, con los adjetivos y aditamentos que
se quieran, necesita de un acto de fe para creer en él; los profesores, los
maestros, los educadores son una pata más que no puede soportar además
el fomento de la lectura desde sus limitados medios y hacerse responsables; la
buena voluntad, el voluntarismo, es insuficiente a todas luces (la lectura es
buena, pero leemos cuatro…); la lectura siempre fue actividad minoritaria y lo
seguirá siendo: quien se engañe es porque quiere; la suma de todos los
esfuerzos dará pie, como mucho, a un grupito de avezados y competentes lectores
(la inmensa minoría juanramoniana) que hallarán parte de su felicidad personal
entre letras y páginas, y títulos y autores, e historias maravillosas y versos
que nos sitúan en la estela de la genuina cultura humanista… El sentido de la
existencia, la belleza, la felicidad, sus caminos, ojo, no se enseñan ni se
muestran: se hallan cuando se buscan.
[1] Las
negritas son mías.
[2]
Jover, Guadalupe,
¿Qué clásicos para la secundaria
obligatoria?, Textos
de Didáctica de la Lengua y de la Literatura, nº 82,
Ed. GRAÓ, Barcelona, 2018.
Llevo poco, pero he decidido que todas las semanas les leeré una reseña de algún libro que crea que pueda intersarles: del ABC Cultural, de El Cultural, de Babelia o de Mercurio; de Turia o de Litoral. Si es bueno el grupo de Quimera o Ínsulabo por qué no de Cuadernos hispanoamericanos. Leerla, escribir el título y el autor en la pizarra, que lo copien en el cuaderno oben un wásap, y que después hagan lo que quieran. Pero leérsela. Ya te contaré la experiencia que estoy recogiendo en el diario del aula
ResponderEliminarProfesor Blumm