Fue mi amigo Jesús García Cordero quien me puso
en la pista de Pierre Hadot. Desde entonces hasta hoy han sido bastantes los
libros de este autor que he comentado en este blog. Fue Hadot quien, en los
años setenta, presentó la actividad del filósofo en la Antigüedad como un
ejercicio espiritual, como una ascética. Los discentes anhelaban ser discípulos
de maestros que los llevaran a lo mejor, pues la filosofía, cada escuela
filosófica, comportaba un camino que transformaba la propia vida y la elevaba.
La falta de
lucha por alcanzar la coherencia y la unidad de vida siempre me han producido
bascas, más aún entre quienes se tienen por maestros.
Decía Ortega, y yo lo he repetido en innumerables ocasiones, que las palabras
convencen, pero los ejemplos arrastran. Si el filósofo aspira a la sabiduría,
la lógica interna de su pensar obliga a que su vida se ajuste a su pensar mejor
y más acertado.
Según cuenta
el propio Ortega, este Goethe desde
dentro (1932) nace de una petición que se le cursa desde Alemania en el
centenario del escritor alemán, de quien incluso llegará a dar conferencias
multitudinarias en la misma Alemania. En realidad, fue Fernando Vela el
instigador de esta obra que parte estructuralmente de lo que ya había hecho con
Kant (1924) y desde el contenido de
artículos que venían publicándose en la Revista
de Occidente desde el año 23. Como suele ocurrirle a Ortega, dice no saber
de Goethe y que bien debieran ser los propios alemanes quienes dijeran de él y
su vida, si bien, por decir un decir, mi hombre se escribe un libro, bien en
cierto, que con sus florituras de plantilla y sus decires…, pero un libro sobre
cómo debiera pensarse e investigarse y escribirse una obra sobre el autor del Fausto o mejor, y más concreta y
propiamente dicho, sobre cómo escribir una biografía, sobre una vida y en
realidad sobre su propia vida, la de Ortega.
El
divismo de Ortega, su continuo hablar ex-cathedra, su pedantería, ya lo habré
escrito muchas veces por aquí me desagrada sobremanera y me resulta imposible
sustraerme a ello. Sé, por experiencia propia, que todos padecemos, en un modo
u otro, esa hidra llamada soberbia, pero la suya, como la del niño pequeño, que
forma la pataleta, es un continuo e inevitable mascarón de proa de su hacer, su
decir, su callar… cotidianos…, y es insufrible. Produce vergüenza ajena: no se
besa porque no se llega.
Escrito
esto, este Goethe desde dentro me
sale al paso al hilo de la lectura de las Conversaciones
con Goethe de Eckermann que leo desde hace semanas, sin prisa, pero sin
pausa, y donde también hallé otro ramal que me llevó por José Ortega y Gasset de Jordi Gracia… y por esto… ya se verá más
adelante porque en ellos estoy.
Como
he escrito arriba, Goethe es una justificación para exponer los puntos de vista
de Ortega. Antes de abordar lo que Ortega ha pensado sobre Goethe, lo que hace
es una exposición general sobre lo que es la vida y cómo esta debe ser, en
cualquier caso, contada desde dentro.
Nos hallamos con el pensamiento orteguiano en estado puro. Conceptos como la
vida como naufragio, la vida como quehacer y realidad futuriza, la vida propia
que flota en la cultura camino de hacerse, el concepto de hallarme en la vida y
tener que cumplir una vocación, ese principio pindárico que me llama… a ser
quien soy. Cuando el mismo Ortega escribe ese “¡Tienes que ser!" -le decía
la vida [a Goethe], que posee siempre voz y por eso es vocación-”, se me antoja
una indecorosa falta de rigor semántico con respecto a lo que llamamos
“vocación” que no se debiera confundir con inclinación,
obligación, simpatía, necesidad, preferencia… y sí, en un sentido
metafórico, que no debiera emplearse en asunto tan grave, vocación.
Me
detengo un momento. En múltiples ocasiones Ortega hablará de esa llamada
necesaria, no elegida, sino que el hombre busca -ese sentido, quizá del que Frankl habla-y que nos es dado y en ningún
caso ideado por nuestra inteligencia: “Este
proyecto en que consiste el yo no es una idea o plan ideado por el hombre y
libremente elegido. Es anterior a todas las ideas que su inteligencia forme, a
todas las decisiones de su voluntad”. Para mí siempre fue un misterio esa
realidad de la vocación en los puntos
de la pluma de Ortega a la que el hombre está llamado … ¡porque ignoro por
quién! ¿Quién me llama? No puede ser un qué lo que me llama, sino un quién y si
borramos a Dios como realidad extrínseca a nuestro yo, ¿quién puede llamarnos?
La labor del biógrafo será actuar
desde dentro de su biografiado. “El programa vital que cada cual es
irremediablemente, oprime la circunstancia para alojarse en ella. Esta unidad
de dinamismo dramático entre ambos elementos -yo y mundo- es la vida. Forma,
pues, un ámbito dentro del cual está la persona, el mundo y ... el biógrafo.
Porque éste es el verdadero dentro desde el cual quisiera yo que mirase
usted a Goethe. No el dentro de Goethe, sino el dentro de su vida, del
drama de Goethe. No se trata de ver la vida de Goethe como Goethe la veía,
con su visión subjetiva, sino entrando como biógrafo en el
círculo mágico de esa existencia para asistir al tremendo acontecimiento
objetivo que fue esa vida, y del cual Goethe no era sino un ingrediente”.
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