24 de febrero de 2016

Gracia, Jordi: JOSÉ ORTEGA Y GASSET (II de II).


       Leo que Ortega a sus cincuenta años, por medio de su alter ego, Gaspar de Mesanza, confiesa su frustrante fracaso en la vocación a que creía estar llamado. Anticipado a su momento, el joven Ortega proyecta su vida, que a su padre cuenta en carta desde Maburgo: considera que la madurez se alcanzaba a los 30 años, que él cumple en 1913… En 1914, 13 de marzo, tendrá lugar su convocatoria a los mejores para dirigir a un pueblo que… no quiere ser dirigido ni reconoce en ese grupo, en esa generación, a ninguna elite a la que seguir. Era Ortega un intelectual adelantado a su edad que llegó tarde a su verdadero tiempo. Fue Ortega un pensador que con suma claridad vio de dónde venía (del siglo XIX) y cómo su España se podría organizar en el XX para hacer de su patria y de sus compatriotas una nación grande, un pueblo renovado, espléndido…, pero el siglo XX le pasó por la derecha, sin que él lo viera. Al llegar a la década de sus cincuenta años, a mediados de la II República, comprende no solo que va tarde, que llega tarde, sino lo que es peor: que ya no llegará nunca. Lo que él pensó pueblo era masa indócil que no reconocía ni atendía a jerarquía alguna. Su fracaso personal, su vocación se había frustrado y, entiendo, por mucho que quisiera justificar los vaivenes en su “sistema” filosófico, su armazón, su contenido, su construcción… no sería nunca uniforme, ordenado… Él hablará de sus sugerencias, de sus “premoniciones filosóficas” con respecto a quien vio como un pensador que competía con él, Heidegger…, pero él sabe que ya nuncaserá jamás. La vida, de la que tanto habló, de la suya… había varado en una playa de donde era irrecuperable. Como el español más excelente, en su afán heroico, uno y otro, él como don Quijote se habían pasado los años cargados de buenas y mejores intenciones… queriendo dar de comer al sediento y de beber al hambriento.
Ortega como tantos otros… Me viene a la cabeza ahora Moore, el defensor del intuicionismo, en 1903, cree poder dar carpetazo a la Historia de la Filosofía, enterrando a todos sus predecesores, sin lograr formular del todo el castizo y chulesco “aluengo de menda, el deluvio universal”, dando por único y verdadero su planteamiento en general, y de su ética en particular.
 Admirable, sin duda, siempre, para la mayoría, el estilo literario de Ortega. Se pidió para él el Nobel de Literatura, aunque desde que lo leí por primera vez me pareciera un tanto excesivo y pedante; su soberbia siempre me hizo mantener cierta distancia con respecto a él y por ende de su obra; sin embargo, a Julián Marías, su discípulo indirecto, a quien, ¡una vez más!, desde aquí reivindico, me acerqué con vivo agrado. Son innumerables quienes afirmaron que se escuchaba cuando hablaba; creó su propia mitografía…, pero eso no le resta razón en mucho de cuanto bueno y bien escribió y dijo.
 Ignoraba que Ortega padeciera etapas de euforia y depresión (creo que lo llaman ciclotimia). Sabía de su depresión en su segunda y triste estancia (aunque no tanto por lo que leo en Gracia) en Argentina, que achacaron a su distancia con España y sobre todo por carecer de su biblioteca y de poder trabajar con serenidad y orden… Un orden del que siempre careció y que tantos le echaron en cara: vivía al hilo de un activismo que le sobrepasaba. Sin duda la circunstancia lo arrastraba a planes, proyectos, ideas… que de continuo lo alejaban de lo que realmente tenía que hacer: esa advertencia que Goethe, a quien tanto y tan bien conocía, le hizo a Eckermann, pero que él no supo o no pudo seguir: el diletantismo no lleva a la meta.
Me resulta tremendamente ridículo su deslumbramiento por la aristocracia de título y dinero que se me antoja impropia y ridícula, en mi modesto entender, en una persona como Ortega. En este párrafo de descubrimientos… tampoco sabía del alcance que tuvieron los escarceos amorosos y la hondura que alcanzaron con señoras casadas de su entorno… que, para mí, de nuevo, lamentablemente, van en desdoro de su persona… porque como él mismo decía: si las palabras convencen…, los ejemplos arrastran, y su incoherencia lo lastra.
En un orden de cosas muy distinto, pero no menos cercano a mis intereses, me descubre Gracia que Ortega llegó a tener una escopeta, cuando yo creía que nunca había cazado o no, al menos, había sido propiamente un cazador, sino un mirón y participante en algunas jornadas cinegéticas, a pesar de haber escrito el excepcional prólogo al libro Veinte años de caza mayor del conde de Yebes.
                Leo por encima la bibliografía comentada de Gracia y pienso en lo que Marías decía sobre las bibliografías actuales… y en la anécdota atribuida al mismo Ortega con Madariaga, quien decían hablaba en cinco idiomas (la he oído puesta en boca de Unamuno)… y es que lo propio de la moneda, falsa o buena, lo suyo es rodar. No, lo siento. No me ha gustado la biografía escrita por Gracia. No le resto mérito ni afirmo que mi opinión sea respetable, pero se puede demostrar el sesgo de la biografía, en algunos momentos arrojadiza, ignoro contra quien, sobre todo con determinadas etapas de la historia española que, sin adjetivar, hubieran quedado menos torticeramente tratadas, con determinados sesgos, tan opinables como los míos, que considero innecesarios.
                La insistencia de Gracia en escribir dios con minúscula, se me antoja ridícula memez. Los planteamientos orteguianos contra los jesuitas, contra la religión, la insistencia de Gracia en la condición de ateo y anticatólico de Ortega… ¿era necesaria? ¿A qué viene esa enconada reiteración? Habría que preguntárselo a Gracia. No obstante, el argumento de la fe como narcótico y calmante de inquietudes intelectuales y vitales es una viejísima tesis solo expuesta por quienes ignoran que a esta se la comen los gorriones como pan mojado. Da la impresión de que Ortega se encuentra en una situación que los freudianos calificarían de edípica: no acepta al otro ni al Otro porque este le impide ser el héroe que pretende ser. El poder narcótico de una supuesta fe arranca de las religiones paganas y muy particularmente del ocultismo en sentido lato.
                Quizá la idea que sigue se encuentre en el libro de Pedro Cerezo,  Ortega y Gasset y la razón práctica. Contaba Ortega que tenía él la sensación de que sus maestros en Maburgo, Cohen y Natorp, habían encerrado en un sótano a Platón y le habían hecho decir incluso lo que no dijo. A veces, la rendida admiración, el aprecio, el cariño por el estudiado, el biografiado, el leído… nos lleva a ver más de lo que hay o a emplear los materiales en el sentido que creemos más idóneo…y así es “como, a nuestro paresçer,/ qualquiera tiempo pasado/ fue mejor”.

                Si ustedes quieren consultar una crítica, seguro mejor y más equilibrada, a esta obra, les sugiero que lean la que hallarán en este enlace: http://www.revistadelibros.com/resenas/ortega-contra-ortega

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