Leo que Ortega a
sus cincuenta años, por medio de su alter ego, Gaspar de Mesanza, confiesa su
frustrante fracaso en la vocación a que creía estar llamado. Anticipado a su
momento, el joven Ortega proyecta su vida, que a su padre cuenta en carta desde
Maburgo: considera que la madurez se alcanzaba a los 30 años, que él cumple en
1913… En 1914, 13 de marzo, tendrá lugar su convocatoria a los mejores para
dirigir a un pueblo que… no quiere ser dirigido ni reconoce en ese grupo, en
esa generación, a ninguna elite a la que seguir. Era Ortega un intelectual
adelantado a su edad que llegó tarde a su verdadero tiempo. Fue Ortega un
pensador que con suma claridad vio de dónde venía (del siglo XIX) y cómo su
España se podría organizar en el XX para hacer de su patria y de sus
compatriotas una nación grande, un pueblo renovado, espléndido…, pero el siglo
XX le pasó por la derecha, sin que él lo viera. Al llegar a la década de sus
cincuenta años, a mediados de la II República, comprende no solo que va tarde,
que llega tarde, sino lo que es peor: que ya no llegará nunca. Lo que él pensó pueblo
era masa indócil que no reconocía ni atendía a jerarquía alguna. Su
fracaso personal, su vocación se había frustrado y, entiendo, por mucho que
quisiera justificar los vaivenes en su “sistema” filosófico, su armazón, su
contenido, su construcción… no sería nunca uniforme, ordenado… Él hablará de
sus sugerencias, de sus “premoniciones filosóficas” con respecto a quien vio
como un pensador que competía con él, Heidegger…, pero él sabe que ya nunca…
será
jamás. La vida, de la que tanto habló, de la suya… había varado en una
playa de donde era irrecuperable. Como el español más excelente, en su afán
heroico, uno y otro, él como don Quijote se habían pasado los años cargados de
buenas y mejores intenciones… queriendo dar
de comer al sediento y de beber al hambriento.
Ortega como tantos otros… Me viene a la cabeza
ahora Moore, el defensor del intuicionismo, en 1903, cree poder dar carpetazo a
la Historia de la Filosofía, enterrando a todos sus predecesores, sin lograr
formular del todo el castizo y chulesco “aluengo de menda, el deluvio universal”, dando por único y
verdadero su planteamiento en general, y de su ética en particular.
Admirable,
sin duda, siempre, para la mayoría, el estilo literario de Ortega. Se pidió
para él el Nobel de Literatura, aunque desde que lo leí por primera vez me
pareciera un tanto excesivo y pedante; su soberbia siempre me hizo mantener
cierta distancia con respecto a él y por ende de su obra; sin embargo, a Julián
Marías, su discípulo indirecto, a quien, ¡una vez más!, desde aquí reivindico,
me acerqué con vivo agrado. Son innumerables quienes afirmaron que se escuchaba
cuando hablaba; creó su propia mitografía…, pero eso no le resta razón en mucho
de cuanto bueno y bien escribió y dijo.
Ignoraba que
Ortega padeciera etapas de euforia y depresión (creo que lo llaman ciclotimia).
Sabía de su depresión en su segunda y triste estancia (aunque no tanto por lo
que leo en Gracia) en Argentina, que achacaron a su distancia con España y
sobre todo por carecer de su biblioteca y de poder trabajar con serenidad y
orden… Un orden del que siempre careció y que tantos le echaron en cara: vivía
al hilo de un activismo que le sobrepasaba. Sin duda la circunstancia lo
arrastraba a planes, proyectos, ideas… que de continuo lo alejaban de lo que
realmente tenía que hacer: esa advertencia que Goethe, a quien tanto y
tan bien conocía, le hizo a Eckermann, pero que él no supo o no pudo seguir: el
diletantismo no lleva a la meta.
Me resulta tremendamente ridículo su
deslumbramiento por la aristocracia de título y dinero que se me antoja
impropia y ridícula, en mi modesto entender, en una persona como Ortega. En
este párrafo de descubrimientos… tampoco sabía del alcance que tuvieron los
escarceos amorosos y la hondura que alcanzaron con señoras casadas de su
entorno… que, para mí, de nuevo, lamentablemente, van en desdoro de su persona…
porque como él mismo decía: si las palabras convencen…, los ejemplos arrastran,
y su incoherencia lo lastra.
En un orden de cosas muy distinto, pero no menos
cercano a mis intereses, me descubre Gracia que Ortega llegó a tener una
escopeta, cuando yo creía que nunca había cazado o no, al menos, había sido
propiamente un cazador, sino un mirón y participante en algunas jornadas
cinegéticas, a pesar de haber escrito el excepcional prólogo al libro Veinte años de caza mayor del conde de
Yebes.
Leo por encima la
bibliografía comentada de Gracia y pienso en lo que Marías decía sobre las
bibliografías actuales… y en la anécdota atribuida al mismo Ortega con
Madariaga, quien decían hablaba en cinco idiomas (la he oído puesta en boca de
Unamuno)… y es que lo propio de la moneda, falsa o buena, lo suyo es rodar. No,
lo siento. No me ha gustado la biografía escrita por Gracia. No le resto mérito
ni afirmo que mi opinión sea respetable, pero se puede demostrar el sesgo de la
biografía, en algunos momentos arrojadiza, ignoro contra quien, sobre todo con
determinadas etapas de la historia española que, sin adjetivar, hubieran
quedado menos torticeramente tratadas, con determinados sesgos, tan opinables
como los míos, que considero innecesarios.
La insistencia de
Gracia en escribir dios con minúscula, se me antoja ridícula memez. Los
planteamientos orteguianos contra los jesuitas, contra la religión, la
insistencia de Gracia en la condición de ateo y anticatólico de Ortega… ¿era
necesaria? ¿A qué viene esa enconada reiteración? Habría que preguntárselo a
Gracia. No obstante, el argumento de la fe como narcótico y calmante de
inquietudes intelectuales y vitales es una viejísima tesis solo expuesta por
quienes ignoran que a esta se la comen los gorriones como pan mojado. Da la
impresión de que Ortega se encuentra en una situación que los freudianos
calificarían de edípica: no acepta al otro ni al Otro porque este le impide ser
el héroe que pretende ser. El poder narcótico de una supuesta fe arranca de las
religiones paganas y muy particularmente del ocultismo en sentido lato.
Quizá la idea que
sigue se encuentre en el libro de Pedro Cerezo, Ortega y Gasset y la razón práctica. Contaba Ortega que tenía él la sensación de
que sus maestros en Maburgo, Cohen y Natorp, habían encerrado en un sótano a Platón
y le habían hecho decir incluso lo que no dijo. A veces, la rendida admiración,
el aprecio, el cariño por el estudiado, el biografiado, el leído… nos lleva a
ver más de lo que hay o a emplear los materiales en el sentido que creemos más
idóneo…y así es “como, a nuestro paresçer,/ qualquiera tiempo pasado/ fue
mejor”.
Si ustedes
quieren consultar una crítica, seguro mejor y más equilibrada, a esta obra, les
sugiero que lean la que hallarán en este enlace: http://www.revistadelibros.com/resenas/ortega-contra-ortega
No hay comentarios:
Publicar un comentario