Solo el recuerdo me
puede llevar a aquellos años de mi primera adolescencia, ese espacio donde, con
la cabeza cargada de pájaros e ignorancia, leía como un descosido y disfrutaba
como un delirante gorrinete en su charco… ¡Qué de lecturas gloriosas, de
satisfacciones continuadas! ¡Y otro libro, y otro! Menos poesía que prosa,
teatro, pero adelante entre versos y renglones, poema a poema, capítulo a
capítulo, escena a escena… Hoy aquello desapareció y lo hizo hará no menos de
cuarenta y cinco años. Ahora me enfrento a los libros pertrechado de papel y
lápiz, no puedo descargar la abultada impedimenta de la intertextualidad: este
verso me recuerda a aquel otro; este paisaje ya lo imaginé y gocé en tal obra;
este personaje es semejante a aquel de tal novela; esto está mal traducido o
esto es un solecismo; singular imagen la de este verso. Con mi impedimenta al
hombro se acaba el disfrute: nunca me gustaron los acertijos y la lectura se
convierte en trabajo de investigación, en descubrimiento de adivinanzas,
enigmas y jeroglíficos. No hallo tanto placer en estos juegos, sin embargo, algo
así parece que ahora practico. En el acto lector, mi memoria me trae a la
lectura que tengo entre las manos… otras voces y otros ámbitos ya conocidos: el
hombre es cupidissima bestia rerum novarum…: nos gusta lo nuevo, aquello
que sin esfuerzo nos sorprendente, alegra y anima. La lectura era gozosísima
entonces, mas no hoy casi nunca, rara vez, en tal grado. No puedo pasar sin
ella como no puedo dejar de respirar, pero no me asombra que mis pulmones lo
hagan: se aplican sin más, sin caer yo en esa cuenta: no respiro como un casi
ahogado que siente de nuevo el oxígeno vivificador en sus pulmones. Leo como
respiro… y disfruto, sí, pero mi gozo hoy no es el gozo virginal de aquel
entonces de la adolescencia.
Conozco al autor de
vista. Nos hemos saludado en alguna ocasión: Jaén es muy pequeño. Es escritor
de reconocido prestigio nacional porque ha obtenido premios de tierra firme que
lo avalan. Nunca lo leí porque, siendo de Jaén…: nadie es profeta en su tierra
ni se estima lo que al lado se tiene. Mea culpa.
Su libro Lugares
para un exilio me resultó atractivo por haber alcanza un accésit de Adonáis,
que es premio, para mí, que garantiza un obra valiosa, una obra que se sostiene
a flote y navega. Veo, además, con el libro ya en la mano, que conozco
personalmente a uno de los miembros del jurado, Carmelo Guillén Acosta, quien
también alcanzó un accésit de este premio con un libro que, ¡también!, me
recuerda a este de Javier. El libro de Carmelo se tituló El envés de existir
(1976).
Por mi deficiente y particular formación apenas sé de coches ni de poesía ni de wiskis, pero me gustan los buenos coches como la buena poesía, pero no el wiski, prefiero, el burbon. Mientras leo el libro intonso de Javier –un disfrute más– voy recordando lo que enseñé durante años sobre el existencialismo (recuerdo la explicación de un profesor de literatura, ya muerto, confundirlo con la literatura social). El existencialismo arrancó en el XIX, lo incoó Kierkegaard y se extendió no solo a la filosofía, sino a todas las artes y al pensamiento al uso entre la ciudadanía desnortada. Se introdujo en el XX para no desvanecerse ya. Mantiene, grosso modo, que el fin y el sentido –que no son sinónimos– de la vida son la muerte; Dios ha muerto; la vida carece de sentido; el horizonte continuo del caminar humano es el aún no, el Dasein, que decía Heidegger (el “ser ahí”, que Alejandro Llano corregía como “el estar ahí”), sí estar sin ser, abandonado por los dioses, olvidado de Dios, en un continuo vivir desesperado, irracional, camino de regreso a la nada de donde salimos… Rastreamos esta corriente filosófica en los escritores de finales del desesperado XIX y en el comienzo del XX: entran y salen nombres, más o menos existencialistas: Unamuno en España especialmente, pero habrá que esperar a los años cuarenta La sombra del paraíso de Aleixandre, algo de Cernuda, Hijos de la ira de Dámaso Alonso y en medio del siglo topamos con los grandes existencialistas franceses: Sartre, Camus… y tras ellos el absurdo en el teatro, también francés, de origen rumano de Ionesco, La cantante calva, El rinoceronte… sin olvidarnos de Mihura, en algún sentido, con sus Tres sombreros de copa, pero estos son otros renglones ¡y basta de recuerdos! A todo esto, suavemente, sin exabruptos, con delicadeza, me lleva la poesía de Javier Cano en este su primer libro que de él leo…
Me asalta y da de lleno
el título de la obra, Lugares para un exilio: ahí está el hombre,
exiliado de la belleza y el bien y sin destino, ahí vagabundea el hombre por
ásperos caminos del vivir. Selecciono palabras e ideas de Cano que apuntan en
el sentido que indico: camino, en un tiempo subjetivo (H. Bergson) que avanza o
no, rememoración de la historia, recuerdo, desierto, angustia, paisaje…, pero
insisto, lo mira y expresa el poeta, sin aspavientos ni amargura en lo
cotidiano asumido, con aceptación, y así sus poemas se titulan, cargados de
significado: “Punto de partida”, “Desván”, “Casa en ruinas”, “Camino ciego”,
“Puente derruido·, “Callejón sin salida”…
Usa Javier Cano la primera persona, tan romántica y agónica, para que el lector se identifique con aquello que cuenta, siente, percibe, intuye, expresa… “Yo he aprendido con el tiempo”, afirma. Se dirige a veces también a una segunda persona que es el mismo lector: a un tú indeterminado.
Por momentos paseo por
plazas y calles machadianas, símbolos del vivir, que me llevan de Soledades a
Manrique, al Juan Ramón de Arias tristes. Algunas imágenes de sugerente
factura vanguardista me traen al Dámaso Alonso de Hijos de la ira o a los
Poemas del toro de Rafael Morales. Cano cita a Valente de quien poco sé y
apenas he leído poemas sueltos: quizá comentara en alguna oportunidad alguno.
La realidad toda, las hojas
de otoño, el paso de las estaciones, las descripciones están transidas por la
perspectiva personal del autor y así los paisajes no se describen como son,
sino como son sentidos, ¡ni siquiera percibidos!, por el poeta.
Insisten mis amigos: “No
nos cuentes rollos de filosofías en el blog”. “¿De poesía? No sabes que eso (?)
no lo lee nadie, que no interesa a nadie, que a nadie puede atraer una entrada
con un comentario de un libro de poesía”. Insisto: me lean tres o tres mil… mi
gozo personal es el mismo, inmenso; no me mueve afán de fama, por Dios, soy un
viejo y la ganancia económica ya hace muchas décadas sé cuál es para la inmensa
mayoría de quienes escribimos. Mi meta es otra, amigos.
¡Qué bien me lo he
pasado con este libro! Doy las gracias al autor por sus poemas. A quienes ni le
interesa ni le gusta la poesía les recomiendo que lean esta obra y oirán lo que
nunca oyeron y verán lo nunca han visto por los ojos de su autor.
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