Decir la verdad no es
políticamente correcto, porque supuestamente la verdad ofende; es de un insolencia
inaguantable. Hablar de virtudes… sencillamente no se habla porque se ignora
qué sean ni se las espera. Y no sé si es peor o mejor que ayer, pero estoy segurísimo
que distinto. Afirmo sin duda que me ha traído más problemas decir la verdad que
haber dicho mentiras pequeñas -quizá porque carezco de medidor de mentiras- y
las mentiras piadosas me parecieron siempre mentiras de pusilánimes, cobardes y
gentes de esa ralea.
Conozco a Helio Carpintero,
autor de este libro, de las lecturas en las que Marías hacía referencia a su
familia. El libro está bien escrito y, además, lo hace de rodillas porque así
es como se escriben las hagiografías (y las tesis doctorales, según supe
después de haberlo hecho de pie y espada en mano). No tiene Marías tacha alguna
que reprocharle y me parece bien que así lo perciba Carpintero. Estupendo.
El autor hace un
recorrido por la vida, circunstancia de Marías, su obra y su pensamiento sin
recargar en exceso las citas, con desenvoltura diría yo, como quien narra lo
que sabe de un amigo a otro amigo. Algo así. Uno habla de los amigos con
admiración y no va divulgando por ahí defectos y gabelas del variopinto pelaje
negativo: o se habla bien de los demás o se calla uno.
Marías sigue la senda
de Ortega y alumbra algunos aledaños del pensar de este. Aclara, comenta,
avanza… ¡ilumina, como escribo! Y, sobre todo, creo halla aplicación de su
pensamiento al vivir cotidiano. No se filosofa en vacío, sino a partir de las
mil realidades cotidianas que nos rodean, que nos interrogan o nos obligan a preguntarnos
y aclarar en la medida de lo posible, buscando siempre la verdad, objeto último
de la inteligencia. No nos sirve cualquier verdad; tampoco parte de la verdad…
Queremos toda la verdad porque sabemos que verdades a medias, con frecuencia,
nos la falsa moneda que de mano en mano corre y termina haciendo daño a alguien,
desde casi el momento en que se le da curso… Marías no se conforma con esas
medias verdades. Siempre me gustó su afán por dar cuenta y razón, como
le gusta a él expresar, de qué sea todo eso que nos ocupa y preocupa y nos
visita y se va y se viene… ¡De eso habla Marías y escribe y a mí me interesa!
(nadie en sus sano juicio se cena un revuelto de setas que ignora si son venenosas
o no o tiene cierta duda…).
Lo que no me parce bien
es la imagen que siempre se vierte de la Facultad de Filosofía y Letras donde
impartieron clase Ortega, Zubiri, García Morente, etc. y que se dibuja como una
arcadia filosófica del saber en la tierra. Lo siento, don Julián: usted lo ha
escrito y dicho muchísimas veces. Los recuerdos siempre están nimbados por la memoria
que se distorsiona con la distancia física y temporal y hace que cualquiera
tiempo pasado… sea mejor. Se habla de la limpieza de aquella facultad donde, me
consta, por siempre hay costuras o costurones por donde se deja ver el nepotismo,
el amiguismo… Y otro tanto sucede con el convento de santos laicos que supuestamente
fue la Institución Libre de Enseñanza: no nos tomen la coleta porque en todas
partes cuecen habas y en mi casa… a calderadas. Puedo dar datos concretos que
salen al paso y pasar los dejo.
No he aprendido nada en
particular sobre el pensamiento de Marías: he recordado pasajes de su vivir y
su pensar, pero creía que el libro se centraría más en hechos, sucesos,
aclaraciones, etc. que giraran en torno a la verdad…, pero así no fue. No
obstante, doy por bien empleado el tiempo que dediqué a este libro del que tomo
muchas notas que quizá algún día me sirvan, aunque los tiempos se acortan y
hasta es posible que quedan ahí sepultados en las notas sobre esta obra. Dios
lo sabe todo.
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