17 de febrero de 2016

Gracia, Jordi: JOSÉ ORTEGA Y GASSET (I de II).



«Podemos reducir los componentes de toda vida humana a tres factores: vocación, circunstancia y azar. Escribir la biografía de un hombre es acertar a poner en ecuación estos tres valores»
Ortega y Gasset
Papeles sobre Velázquez y Goya

«Las cuestiones más importantes para una biografía serían estas dos que hasta ahora no han solido preocupar a los biógrafos. La primera consiste en determinar cuál era la vocación vital de biografiado, que acaso éste desconoció siempre. Toda vida es, más o menos, una ruina entre cuyos escombros tenemos que descubrir lo que la persona tenía que haber sido. (...) La segunda cuestión es aquilatar la fidelidad del hombre a ese destino singular, a su vida posible. Esto nos permite la dosis de autenticidad de su vida efectiva».
Ortega y Gasset
Pidiendo un Goethe desde dentro

Llego a esta biografía de la mano de mi amigo y colega Juan Antonio Béjar. Han sido cuatro o cinco las biografías de esta colección y de esa misma editorial las que ya se han comentado en este blog: Unamuno, Marañón, Zubiri, Baroja y ahora la de José Ortega y Gasset, Ortega para los españoles, don José para sus discípulos y Pepe para sus deudos.
Leídas las dos citas que dan comienzo a esta entrada que rebusco entre muchas y, si es cierta la idea que el propio Ortega formuló en Meditaciones del Quijote: “Yo soy yo y mi circunstancia y si no la salvo a ella no me salvo yo”, mucho me temo que Ortega, deduzco de esta larga lectura, fracasó en la consecución de dominar su existencia desde la cima alcanzada de su vocación, y lo lamento vivamente. Entiendo que fracasó como marido: Rosa Spottorno, pobre mujer, se pierde entre las setecientas páginas de este libro; fracasa como filósofo porque nunca termina de decir eso tan importante que supuestamente quiere decirnos, como un enviado de la verdad que vive en el vivo gatillazo explicativo, expresivo; su sistema filosófico tiene que justificarse en los artículos circunstanciales de prensa, arremolinarse en libros, explicarse en su precariedad inconclusa y vivir a la deriva hasta que su autor dice retomarlos en no sé qué otro artículo años después en… y así miles de páginas imprescindibles para todos, aunque esos todos lo sepan y su autor no deje de insistir en ello. Su fiasco como enviado y profeta del liberalismo-socialismo para encauzar la nueva España es un estrepitoso costalazo vital, que si no fuera tan triste sería risible. Su tenor de galante con las señoras se queda en un ridículo escorzo donde las mujeres le dan calabazas y se ríen de su atildadito aspecto (la trincherita que solía llevar en las chaquetas de las que habla Carmen Baroja son motivo de sorna femenina) y su soberbia, su vanidad, su afectación… Sin duda el héroe cuasi homérico se ha paseado por el callejón del Gato… y nos devuelve una imagen perjudicada.
Al igual que intenta Heidegger en los años 20, ya Ortega, con anterioridad, por circunstancias de su vocación, o de la circunstancia, se ve inmiscuido, solicitado, llamado a la vida pública. Su pensar y las manifestaciones de este no pueden ser meramente inmanentes al ser que piensa o a su discurso profesoral, universitario, sino que ese pensar debe salir a la calle, porque ese mismo pensamiento se nutre de lo que acontece a las personas en la vida cotidiana. La filosofía institucional no puede permanecer en el ámbito de las aulas como una actividad que se ocupa de realidades ajenas al sufrimiento de las personas, a lo que acontece en la filosofía, en la economía…, sino que la filosofía debe participar, arremangarse e intentar poner claridad y orden en todo ello sin otra finalidad distinta que hallar la verdad.  
Del párrafo anterior, por un lado, se desprende la sensación, la realidad casi palpable de que Ortega se sabe emplazado para participar directa y primordialmente en la vida de la España que le ha tocado vivir. Él que, por un lado, cree ver con tanta claridad qué sucede y cómo mejorarlo, por otro lado, es rechazado absolutamente por unas mayorías que no reconocen su magisterio, su superioridad, sus soluciones y si jerarquía…, porque la masa desprecia a los selectos (lo que Julián Marías llama “el rencor contra la excelencia”). Esta idea que Ortega, muy probablemente, según Gracia, tomó de Historia de la caída del Mundo Antiguo de Otto Seeck.
Y es que Ortega no acierta en los arrabales de la política barriobajera. Él se dedica a la alta política que va por los andamios de las flores, a la política de los estadistas de café y aula, la política que escuchan absortos sus admiradores y discípulos. A él, tan sobredotado desde niño, no le alcanzó que la política cotidiana, esa política vestida de diario, es el reino de lo superficial, de la intriga y de la lucha partidista, del gesto estéril y de la palabra vana, y él… no la entiende; como no comprende al cuerpo político de su momento histórico ni aquel lo entiende a él, ni lo admite; sencillamente se burlan de él, pobre Ortega: siendo todo él megalomanía, todo sobreactuación, con su ridícula soberbia, su vanidad de raya sacada en la calva de la patilla izquierda… De él se ríen, tras sus intervenciones en el Congreso, lo desprecian, lo arrinconan… hasta que hace mutis por el foro y Ortega se sume en el silencio sobre la intervención directa en y sobre temas políticos de España. 

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