Sería
tan ilusorio como ridículo, una desfachatez risible por mi parte, rebatir a
Scheler o repetir lo que Derisi estudia, tras mucho esfuerzo, saber y trabajo
en más de 200 páginas, pero sí asumo la tarea de hacer un esbozo de las
explicaciones de unos y otros e intentar calibrar si al lector podría o no
interesar la obra y su lectura.
Mons. Derisi,
como no podía ser de otro modo, resalta cuanto hay de positivo en la doctrina
de los valores de Scheler, pero no por ello deja de apuntar que adolece de una
adecuada fundamentación metafísica. Para él las tesis de Scheler son un
«apriorismo material», que redescubre algunos elementos de la moral perdidos en
el kantismo, sin alcanzar una auténtica trascendencia. Los valores para Max
Scheler no son un modo de expresar la bondad del ente, la apetencia de aquellas
cosas o modos de ser que resultan
convenientes a la perfección a que se orienta nuestra naturaleza. Los valores
se imponen al hombre por sí mismos, en virtud de su contenido ideal dado a la
conciencia, de manera que forman un conjunto de esencias valiosas separadas del
orden del ser.
Para Derisi, un valor es una cualidad propia del ser que lo hace preferible porque
es bueno. Todo valor es un bien y por tanto expresa la bondad y la perfección
de cualquier ser (el bien como plenitudo
essendi); de no ser así, una de dos: o los valores no son nada o son meros
postulados humanos y, por tanto, contingentes.
Tanto para Derisi como para Scheler los valores
propiamente no cambian. Los valores, como reales que son, trascienden a la persona que los intuye, según Scheler: Más aún, son en sí mismos siempre
idénticos e inmutables. Es la persona individual o su situación histórica la
que cambia, y cambia de este modo la perspectiva en la aprehensión de los
valores. Así, en una determinada época histórica, sigue defendiendo Scheler,
algunos valores logran toda su vigencia, que, en cambio, en otras, se ve
disminuida o llega incluso a desaparecer. Sin embargo, los valores, en sí
mismos, son siempre trascendentes a la persona humana y, como tales, inmutables
y eternos.
Punto de disputa entre Scheler y la metafísica del
ser es la separación entre valor y bien. Scheler ha establecido una separación
tajante entre valor y bien. El valor es la esencia inmediata intuitivamente
dada en el a priori sentimental. El bien, en cambio, es una realidad concreta,
en la que se realiza el valor: es el ser depositario del valor. Si examinamos
mejor estas nociones, notaremos en seguida que valor y bien son realmente
idénticos. El valor es ante todo algo apreciable y amable. Lo noble, lo bello,
lo justo, lo sagrado son valores que merecen la estima y el amor. En cambio, lo
innoble, lo feo, lo injusto y lo sacrílego son des-valores o contravalores,
esencias desagradables, que reclaman el desprecio y el aborrecimiento; disvalores los llama García Morente, si
no me falla la memoria.
El bien es precisamente lo estimable, lo amable o,
como dice Santo Tomás en pos de Aristóteles, "lo que todos apetecen”. El
bien es un ser -perfección o acto, en sentido metafísico- capaz de perfeccionar
o actualizar a otro; y por eso, provoca la complacencia, la estima y el amor.
La bondad es una propiedad trascendental del ser, que explicita a este bajo una
nueva faceta: su apetencia, con la que el ser se identifica.
Otro punto de
desencuentro Scheler no distingue tampoco el a priori del a posteriori,
sino que para él son uno y lo mismo. Discutirá
con Kant que este, en el orden teorético, ha reducido todo lo a posteriori -es decir, lo que tiene
origen en la experiencia- a elementos puramente sensibles, individuales y
concretos; y lo a priori, a algo
puramente formal, a un universal sin contenido alguno, que organiza los
fenómenos y los eleva a objetos. Paralelamente, en el orden práctico ha transformado
la moral en un conjunto de tendencias sensibles individuales y egoístas, hechas
universales y necesarias por una ley, puramente formal, que confiere a la
máxima su carácter de obligación. Lo a
priori en Kant está identificado con lo formal o condición con que el
espíritu construye objetos y normas. En cambio, una observación directa de
nuestro conocimiento intelectivo, tanto del orden teorético como del práctico,
nos hará ver inmediatamente -diría Scheler- que, por encima de los fenómenos
sensibles y de las tendencias del mismo orden, hay contenidos y objetos
trascendentes y universales, dados a
priori en la inteligencia, sin intermedio alguno objetivo. A priori, pues, significa -en el
vocabulario de Scheler- lo que encontramos en la inteligencia con independencia
de los sentidos; o, si se quiere, lo que desde la inteligencia hace posible la
aprehensión de esos objetos o valores trascendentes y universales -bienes, los llama Derisi-, es decir: un
contenido objetivo inmediatamente dado a la inteligencia. Así pues, el a priori en Scheler no es, como en Kant,
formal o trascendental: algo que desde el sujeto -inteligencia y sentidos-
construye las esencias y valores; sino algo que simplemente hace posible la de-velación y aprehensión de dichas
esencias y valores objetivos y trascendentes. Los contenidos a priori son mostrados, no demostrados
-cabría concluir-. Scheler ha querido quedarse en lo puramente fenomenológico.
Era libre de hacerlo, pero, como muestra Derisi en la crítica de sus sistemas,
Scheler se equivocó al sostener que las esencias inmediatamente dadas como
objetos trascendentes al acto que las aprehende no son reales.
Mucho
me temo que educar en valores, para
muchos, no pasa de educar en un pueblecito cercano a San Antonio, Texas…, pues
nadie da lo que no tiene.
Tengo idea de comentarte algunas entradas, pero en la de hoy no me atrevo, Antonio.
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