10 de febrero de 2016

Derisi, Octavio Nicolás, MAX SCHELER. ÉTICA MATERIAL DE LOS VALORES (II de II)

 Sería tan ilusorio como ridículo, una desfachatez risible por mi parte, rebatir a Scheler o repetir lo que Derisi estudia, tras mucho esfuerzo, saber y trabajo en más de 200 páginas, pero sí asumo la tarea de hacer un esbozo de las explicaciones de unos y otros e intentar calibrar si al lector podría o no interesar la obra y su lectura. 
  Mons. Derisi, como no podía ser de otro modo, resalta cuanto hay de positivo en la doctrina de los valores de Scheler, pero no por ello deja de apuntar que adolece de una adecuada fundamentación metafísica. Para él las tesis de Scheler son un «apriorismo material», que redescubre algunos elementos de la moral perdidos en el kantismo, sin alcanzar una auténtica trascendencia. Los valores para Max Scheler no son un modo de expresar la bondad del ente, la apetencia de aquellas cosas o modos de ser que resultan convenientes a la perfección a que se orienta nuestra naturaleza. Los valores se imponen al hombre por sí mismos, en virtud de su contenido ideal dado a la conciencia, de manera que forman un conjunto de esencias valiosas separadas del orden del ser.
  Para Derisi, un valor es una cualidad propia del ser que lo hace preferible porque es bueno. Todo valor es un bien y por tanto expresa la bondad y la perfección de cualquier ser (el bien como plenitudo essendi); de no ser así, una de dos: o los valores no son nada o son meros postulados humanos y, por tanto, contingentes.
       Tanto para Derisi como para Scheler los valores propiamente no cambian. Los valores, como reales que son, trascienden a la persona que los intuye, según Scheler: Más aún, son en sí mismos siempre idénticos e inmutables. Es la persona individual o su situación histórica la que cambia, y cambia de este modo la perspectiva en la aprehensión de los valores. Así, en una determinada época histórica, sigue defendiendo Scheler, algunos valores logran toda su vigencia, que, en cambio, en otras, se ve disminuida o llega incluso a desaparecer. Sin embargo, los valores, en sí mismos, son siempre trascendentes a la persona humana y, como tales, inmutables y eternos.
Punto de disputa entre Scheler y la metafísica del ser es la separación entre valor y bien. Scheler ha establecido una separación tajante entre valor y bien. El valor es la esencia inmediata intuitivamente dada en el a priori sentimental. El bien, en cambio, es una realidad concreta, en la que se realiza el valor: es el ser depositario del valor. Si examinamos mejor estas nociones, notaremos en seguida que valor y bien son realmente idénticos. El valor es ante todo algo apreciable y amable. Lo noble, lo bello, lo justo, lo sagrado son valores que merecen la estima y el amor. En cambio, lo innoble, lo feo, lo injusto y lo sacrílego son des-valores o contravalores, esencias desagradables, que reclaman el desprecio y el aborrecimiento; disvalores los llama García Morente, si no me falla la memoria.

El bien es precisamente lo estimable, lo amable o, como dice Santo Tomás en pos de Aristóteles, "lo que todos apetecen”. El bien es un ser -perfección o acto, en sentido metafísico- capaz de perfeccionar o actualizar a otro; y por eso, provoca la complacencia, la estima y el amor. La bondad es una propiedad trascendental del ser, que explicita a este bajo una nueva faceta: su apetencia, con la que el ser se identifica.
Otro punto de desencuentro Scheler no distingue tampoco el a priori del a posteriori, sino que para él son uno y lo mismo. Discutirá con Kant que este, en el orden teorético, ha reducido todo lo a posteriori -es decir, lo que tiene origen en la experiencia- a elementos puramente sensibles, individuales y concretos; y lo a priori, a algo puramente formal, a un universal sin contenido alguno, que organiza los fenómenos y los eleva a objetos. Paralelamente, en el orden práctico ha transformado la moral en un conjunto de tendencias sensibles individuales y egoístas, hechas universales y necesarias por una ley, puramente formal, que confiere a la máxima su carácter de obligación. Lo a priori en Kant está identificado con lo formal o condición con que el espíritu construye objetos y normas. En cambio, una observación directa de nuestro conocimiento intelectivo, tanto del orden teorético como del práctico, nos hará ver inmediatamente -diría Scheler- que, por encima de los fenómenos sensibles y de las tendencias del mismo orden, hay contenidos y objetos trascendentes y universales, dados a priori en la inteligencia, sin intermedio alguno objetivo. A priori, pues, significa -en el vocabulario de Scheler- lo que encontramos en la inteligencia con independencia de los sentidos; o, si se quiere, lo que desde la inteligencia hace posible la aprehensión de esos objetos o valores trascendentes y universales -bienes, los llama Derisi-, es decir: un contenido objetivo inmediatamente dado a la inteligencia. Así pues, el a priori en Scheler no es, como en Kant, formal o trascendental: algo que desde el sujeto -inteligencia y sentidos- construye las esencias y valores; sino algo que simplemente hace posible la de-velación y aprehensión de dichas esencias y valores objetivos y trascendentes. Los contenidos a priori son mostrados, no demostrados -cabría concluir-. Scheler ha querido quedarse en lo puramente fenomenológico. Era libre de hacerlo, pero, como muestra Derisi en la crítica de sus sistemas, Scheler se equivocó al sostener que las esencias inmediatamente dadas como objetos trascendentes al acto que las aprehende no son reales.


       Mucho me temo que educar en valores, para muchos, no pasa de educar en un pueblecito cercano a San Antonio, Texas…, pues nadie da lo que no tiene. 

1 comentario:

  1. Tengo idea de comentarte algunas entradas, pero en la de hoy no me atrevo, Antonio.

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