Sin duda la hipérbole es figura de uso ordinario en
todos los barrios del habla común, aún más en la corriente y moliente. Lo que
ahora cuento no es hiperbólico ni inventado, sino verídico como tantas
historias increíbles que la vida tiene.
La situación es la siguiente: un nutrido grupo de
educadores de profesión profesores de primaria y secundaria. El grupo es alegre,
se les considera implicados en su profesión, son jóvenes la mayoría, están ahítos
de ilusiones, los menos jóvenes también parecen, por lo que dicen, comprometidos
en su actividad educativa, docente… Son profesores que supuestamente “educan en
valores”. Asisten a una charla-coloquio con los valores como tema nuclear. El
conferenciante antes de acometer el inicio, por romper el hielo…, pregunta a
los presentes, inocente en apariencia al menos, si alguien sabe definir qué es
un valor… Por los rostros y las miradas, más que el hielo parece haberles roto
la cara y la crisma a los oyentes. Cabizbajos los educadores no saben qué es un
valor… Silencio. Silencio vergonzante. El conferenciante bromea: “Valores
es un pueblecito pequeño y polvoriento en la frontera entre Nuevo México y
Tejas”. No es fácil enseñar el concepto de persona en Kant, si quien pretende
enseñarlo lo ignora. Las buenas intenciones siempre corren por el albañal de la
vida.
Max
Scheler, recuerdo: 1874-1928, es coetáneo de nuestro Ortega, de Freud,
contemporáneo con Heidegger -este más joven-… Es la hora de la fenomenología
con Husserl a la cabeza y el declinar del neokantismo alemán, todavía rampante
en las cátedras. La filosofía que viene desea huir del academicismo e
imbricarse en la vida: la filosofía nace y es para iluminar la vida. Las tesis
de los filósofos clásicos griegos, de las escuelas clásicas, se ponen de nuevo
en pie: la filosofía es un camino de luz y ascesis hacia lo mejor. Las escuelas
abren sus puertas para recibir a los discípulos y estos buscan a maestros
excelentes y a los más convincentes de los maestros… La filosofía tiene que dar
cuenta y razón del quehacer del hombre en la calle y en su existencia, del
horror, de su felicidad, de sus actos, del caminar de la vida…
El libro que
comento lo leí hace muchísimos años, siendo yo un adolescente. Quería descifrar
la diferencia entre valor y virtud. “Dos palabras distintas tienen significados
distintos. Si idénticos, una de las dos desaparece del mapa”, me explicaban.
Recordaba vagamente la lectura, ignoraba lo que aprendí… y compruebo que
siempre, de toda lectura algo queda, aunque luego, ese algo, perdido en lo recóndito de la memoria, salga una y otra vez
sin dar la cara de su origen primigenio.
Derisi, el autor del libro que comento, representa la perenne novedad de la metafísica del ser. Su
trabajo en este libro es un estudio de la Ética material de los valores
de Scheler. La
obra más famosa de este, un tratado en dos volúmenes: El formalismo en la
ética y la ética material de los valores (1913-1916).
La voluntad de Scheler es dar un fundamento personalista a la ética. Este nuevo
enfoque comporta la crítica al planteamiento meramente formal de Kant y a los
postulados sostenidos en el plano de la conciencia por Husserl. Scheler considera que los
valores son contenidos específicos de la ética, que se presentan de un modo
directo e inmediato a la persona. No deja de ser curioso que el planteamiento
scheleriano, que pretende superar el de Kant y el de Husserl, al final,
desemboque en los mismos errores de uno y otro, a juicio de Derisi.
El libro está orientado para aprendices de filosofía
o curiosos de esta. Son innumerables los epígrafes que orientan en los
capítulos al lector. Tres partes componen el libro y estas, a su vez, se
dividen en un número variable de capítulos y subapartados donde el lector puede
irse al bulto de lo que desee hallar.
Derisi va exponiendo y aclarando, en la medida en que
cree necesario, el pensamiento de Scheler, para después analizar dónde se
hallan, a su juicio, los errores y los desacuerdos del filósofo muniqués con la
filosofía realista que él mantiene.
Más dramático es desconocer que nuestra actividad docente no es tan neutral como imaginamos, quiero decir, que siempre se educa en valores, seamos conscientes o no, otra cosa es que esos valores que trasladamos a nuestros alumnos sean o no apropiados.
ResponderEliminarCuando se habla de educar en valores parece obviarse esa dimensión, como si el problema fuera que las circunstancias en estos años -unas leyes educativas desacertadas- hayan impedido enseñar valores a los niños. Lo primero es decir que el alumno no es que no tenga valores, sino que los valores que maneja son reflejo de los valores que les han enseñado sus mayores, profesores incluidos. A partir de ahí, en el momento en el que se asuma que ciertas prácticas educativas implican unos determinados valores, supongo que podremos avanzar algo. No es cuestión de no saber que es un valor -yo tampoco me sentiría cómodo a la hora de definir un valor, ni Bach, supongo, a la hora de definir una fuga-, sino de imponer unos valores.
Un abrazo grande...
El problema, sin duda, está en la concepción de qué sea un valor, pues existe el disvalor y estos, sin maldad, ¡a veces!, sin afán doctrinario (o sí), se intentan inculcar. Entiendo que la falta de acuerdo en un claustro en unas realidades mínimas (ideario en sentido amplio) lleva a convertirlo en un guirigay donde cada “Pancho” tira para su “Villa”. Como no hay libertad de enseñanza, los padres parece que pueden decir, pero muchos ni saben, ni entienden, ni pueden decir y, en muchas ocasiones, dado el caso, mejor estarían callados, AUNQUE SON LOS PRIMEROS QUE TIENEN LA OBLIGACIÓN DE EDUCAR.
ResponderEliminarQuerido Rafa, volvemos al gran problema: la enseñanza, la educación de personas, nunca fue espacio adecuado ni para “maestrillos” ni para “librillos” y sobran unos y otros. No me puedo hacer responsable de lo que “la sociedad” transmite porque eso es un sociologismo falaz, creo. Me debo hacer responsable de quienes debo educar, de quienes asumo la responsabilidad de educar. Volvemos también a quién es el hombre… Gracias por tus letras.