29 de septiembre de 2025

545 - A usted y a mí nos sobra el tiempo

 

A usted y a mí nos sobra el tiempo

Cuando se habla de investigación suele pensar el personal de tropa en laboratorios, probetas, matraces, vidrios sin cuento, batas blancas y microscopios y los más audaces en ratones y monos. La investigación, suponen, es trasunto de la ciencia, mejor: de la Ciencia, así, con la toga y los ropones de la mayúscula. Me escribía no ha mucho un buen amigo que para él es “un sistema educativo ideal, donde solo hay espacio para la ciencia”. Y me pregunté qué ciencia, pues bajo una afirmación de esa índole subyace la creencia nada científica de que la Ciencia es y ha sido una realidad inmutable desde sus orígenes ¡y nada más lejos de ello! La ciencia cambia evoluciona y es una realidad distinta de un día para otro: no es una foto fija. Lo que hoy se investiga sobre la microbiota o sobre la córnea o los neurotransmisores y sus sinapsis son realidades cambiantes para mañana. Hoy es ayer para el ritmo de evolución científica, por lo tanto, no sé a qué ciencia se refería mi amigo, si a la del siglo V o a la del siglo XXI, pues tan ciencia es aquella como lo es la actual.

En mi investigación científica no hay ni ratones ni matraces ni probetas… Solo un sillón, libros, un ordenador, serenidad y notas, algunas notas que voy tomando de la realidad en torno. Ideas sueltas, deshilvanadas de momento, sujetas en papeles volanderos o en hojas del ordenador. Mi ciencia viene de la cepa clásica que pretende conocer con orden la realidad que me rodea, con amor a la verdad y a la sabiduría, ergo la Filosofía. Esa realidad de mi entorno que palpita o cesa su movimiento. Se asoma y desaparece y yo me pregunto ¿por qué ocurrirá esto? ¿A qué se debe? ¿De dónde parte? ¿Por qué cesó? ¿Por qué se queja si lo tiene todo? ¿Por qué es feliz y está enfermo? Parte mi ciencia de un saber no servil; es especial para el memo aparentemente inútil o, al menos, no útil. Es la mía una ciencia liberal, propia de los aristócratas del saber.

Reconozco que me gustan las palabras: en español mi ciencia, como sustantivo, está tomada del lat. scientia ‘conocimiento’, que a su vez deriva de sciens, -tis, ‘el que sabe’, participio activo de scire ‘saber’. La usó por vez primera en el castellano del siglo XII un fraile en el monasterio de San Millán de la Cogolla, mi amigo Gonzalo de Berceo. Me gustan las palabras porque son la herramienta que mi ciencia usa para saber y me importa, sí, valoro muchísimo la verdad: conocer la verdad, saber el intríngulis de la verdad, si es posible no mezclada con cera… verdad sincera, sin mixtura alguna… Me apasiona, de ahí mis investigaciones que acometo y persigo con palabras, escribiendo, leyendo, preguntando, mirando…, pensando y rectificando cuando me equivoco o mi investigación demuestra que todo avanzó.



¿Quién no ha oído infinidad de veces “No te llamé porque no tuve tiempo”, “Sentí no ver a tu padre porque carecí de tiempo”, “Lamento no haberte hecho el trabajo porque me cogió el tiempo”, o peor aún: “A ver cuando tenemos tiempo y quedamos para vernos/tomar algo/comer…”, ¡ay el toro del tiempo! Lo oímos, lo decimos, nos lo dicen…, pero ¡qué hay de realidad, de verdad, tras esas afirmaciones! Estamos en el momento actual en tiempos donde la prisa arrasa con su triunfo, nos arrastra, nos lleva en volandas… Todo es tan urgente como importante, pero sobre todo urgente, ¡urgentísimo! Cuando se pide o encarga algo y se dice: “No corre prisa”, quien nos hará el servicio se asombra: ¿¡De veras!? ¡Aquí todo el mundo viene con prisa!”. Todo en realidad es pedido para ayer, ni siquiera para ya. ¿Quién soporta la espera, la paciencia serena de que la realidad discurra? ¡¡No tengo tiempo!! Hoy es el tiempo de la prisa, ¿no ayer? ¿Quién se atreve a afirmarlo? Hablan de la importancia para valorar el tiempo, especiado y trufado de prisa, con la creación del reloj; con el valor con que dotó al trabajo el calvinismo… El triunfo de la burguesía que dotó a sus iglesias y palacios de relojes que medían el tiempo de otra manera distinta al madurar del melocotón, el higo o de granar el trigo. Esos son otros medios de medir el tiempo.

¿Qué oculta esta realidad, verdadera o falsa en boca de quien la expresa, estas manifestaciones cotidianas que se dicen y transmiten con cara de velocidad? “Cuánto más corro, menos tiempo tengo”. “Me levanto más temprano que nunca y no llego a nada…”. “Me paso el día haciendo cosas y termina el día y parece que no he hecho nada”… ¿Es verdad o es un hipérbole… ¡una exageración!? Me acuerdo del farolero con quien se encontró el principito en aquel planeta que se cruzaba en tres trancos y, sin embargo, carecía de tiempo: no vivía, no podía dormir, no podía parar.



Estas excusas, estos pretextos considero que, en un tanto por ciento altísimo, se expresan y dicen de corazón, con ánimo de verdad, con la certeza (que es una verdad subjetiva, particular) de que efectivamente se carece, se careció de tiempo para lo que quiera que fuese. Quien lo expresa no miente: es posible que se esté justificando “Es que no tuve tiempo de/para…”, pero en realidad lo que ocurrió fue que no le dio ocasión, oportunidad a que ese quehacer que quedó en nada, que no fue, se convirtiera en realidad, porque optó por otro asunto, ¡el que fuera!, es decir: Tiempo sí tuvo, pero no le dio oportunidad… ¡no halló la oportunidad de o para… lo que quiera que fuese! Se trata de darle oportunidad, prevalencia a aquello que no se realizó y se optó, se eligió otro quehacer. No fue un problema de tiempo, sino de elección.

Por tanto, ese “No tuve tiempo” oculta una elección que se hizo bajo la estimación de que había otra realidad más importante. El sujeto, quien esto afirma, usted o yo, elegimos, estimamos y dimos más valor (¡sí, esos valores que dicen que no existen!) a tal realidad, quehacer, actividad por encima de aquello por lo que nos estamos excusando de no haberlo hecho.

¿Se hizo por maldad, de forma, si se quiere, explícita y consciente? No, posiblemente no… Se hizo sin más, dejándose llevar y por eso no pasamos a recoger o dejar un paquete, no nos llegamos a ver al amigo en el hospital o a la madre del conocido… y resumimos con un “¡Menudo lío tenía!: no tuve tiempo”. Lo siento, no. Usted o yo elegimos lo más fácil, lo más cómodo, aquello que nuestra estimación puntuó y valoró más alto, ¡por lo que fuera!, más alto que aquello otro y de ahí la determinación que tomamos. No le dimos oportunidad para ser a eso que eludimos, eso que quedó en nada: La comida de amigos que nunca llega, la cerveza que nunca salió del grifo, la charla que no nació… “Lo siento. No tengo tiempo”.

No nos vemos porque no tenemos tiempo: falso, debemos darnos una oportunidad: hay que meter ese rato en la agenda ¡y cabe! Dejamos de llamar por pereza, porque tenemos la cabeza en nuestras cosas. “Me encanta leer…, ¡ay si tuviera tiempo!”: falso, dicho sea sin perdón. Usted no le da oportunidad a ese libro que hace años que lo mira desde la mesa, la estantería… Dele un oportunidad a ese amigo. Valore la lectura por encima de esa serie de tal o cual plataforma y verá cómo sí dispone de tiempo. Busque la oportunidad para pasear con su hijo o su hija o de tomar un café con su esposa… ¡a solas!, aunque no hablen de nada trascendente o, incluso, aunque no hablen. ¡Qué hermosa oportunidad!


La próxima vez que afirme con seriedad de hombre de negocios, como ese otro personaje de El principito, que no tiene tiempo, que su trabajo, que su vida… son serios, dele una oportunidad a aquello otro que no lo es tanto, pero merece su atención, otórguele una oportunidad. ¡Y buena suerte! No ceje ni desista en el empeño.



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