A usted y a mí nos
sobra el tiempo
Cuando se habla de investigación
suele pensar el personal de tropa en laboratorios, probetas, matraces, vidrios
sin cuento, batas blancas y microscopios y los más audaces en ratones y monos.
La investigación, suponen, es trasunto de la ciencia, mejor: de la Ciencia, así,
con la toga y los ropones de la mayúscula. Me escribía no ha mucho un buen
amigo que para él es “un sistema educativo ideal, donde solo hay espacio para
la ciencia”. Y me pregunté qué ciencia, pues bajo una afirmación de esa índole
subyace la creencia –nada científica– de que la Ciencia es y
ha sido una realidad inmutable desde sus orígenes ¡y nada más lejos de ello! La
ciencia cambia evoluciona y es una realidad distinta de un día para otro: no es
una foto fija. Lo que hoy se investiga sobre la microbiota o sobre la córnea o
los neurotransmisores y sus sinapsis son realidades cambiantes para mañana. Hoy
es ayer para el ritmo de evolución científica, por lo tanto, no sé a qué
ciencia se refería mi amigo, si a la del siglo V o a la del siglo XXI, pues tan
ciencia es aquella como lo es la actual.
En mi investigación
científica no hay ni ratones ni matraces ni probetas… Solo un sillón, libros,
un ordenador, serenidad y notas, algunas notas que voy tomando de la realidad
en torno. Ideas sueltas, deshilvanadas de momento, sujetas en papeles
volanderos o en hojas del ordenador. Mi ciencia viene de la cepa clásica que
pretende conocer con orden la realidad que me rodea, con amor a la verdad y a
la sabiduría, ergo la Filosofía. Esa realidad de mi entorno que palpita o cesa su
movimiento. Se asoma y desaparece y yo me pregunto ¿por qué ocurrirá esto? ¿A
qué se debe? ¿De dónde parte? ¿Por qué cesó? ¿Por qué se queja si lo tiene todo?
¿Por qué es feliz y está enfermo? Parte mi ciencia de un saber no servil; es
especial para el memo aparentemente inútil o, al menos, no útil. Es la mía una
ciencia liberal, propia de los aristócratas del saber.
Reconozco que me gustan las palabras: en
español mi ciencia, como sustantivo, está tomada del lat. scientia
‘conocimiento’, que a su vez deriva de sciens, -tis, ‘el que
sabe’, participio activo de scire ‘saber’. La usó por vez primera en el castellano
del siglo XII un fraile en el monasterio de San Millán de la
Cogolla, mi amigo Gonzalo de Berceo. Me gustan las palabras porque son la herramienta
que mi ciencia usa para saber y me importa, sí, valoro muchísimo la verdad:
conocer la verdad, saber el intríngulis de la verdad, si es posible no mezclada
con cera… verdad sincera, sin mixtura alguna… Me apasiona, de ahí mis investigaciones
que acometo y persigo con palabras, escribiendo, leyendo, preguntando, mirando…,
pensando y rectificando cuando me equivoco o mi investigación demuestra que
todo avanzó.
¿Quién no ha oído infinidad de
veces “No te llamé porque no tuve tiempo”, “Sentí no ver a tu padre porque
carecí de tiempo”, “Lamento no haberte hecho el trabajo porque me
cogió el tiempo”, o peor aún: “A ver cuando tenemos tiempo y quedamos
para vernos/tomar algo/comer…”, ¡ay el toro del tiempo! Lo oímos, lo
decimos, nos lo dicen…, pero ¡qué hay de realidad, de verdad, tras esas
afirmaciones! Estamos en el momento actual en tiempos donde la prisa arrasa
con su triunfo, nos arrastra, nos lleva en volandas… Todo es tan urgente como
importante, pero sobre todo urgente, ¡urgentísimo! Cuando se pide o encarga
algo y se dice: “No corre prisa”, quien nos hará el servicio se asombra: ¿¡De veras!?
¡Aquí todo el mundo viene con prisa!”. Todo en realidad es pedido para ayer, ni
siquiera para ya. ¿Quién soporta la espera, la paciencia serena de que la realidad
discurra? ¡¡No tengo tiempo!! Hoy es el tiempo de la prisa, ¿no ayer? ¿Quién se
atreve a afirmarlo? Hablan de la importancia para valorar el tiempo, especiado
y trufado de prisa, con la creación del reloj; con el valor con que dotó al
trabajo el calvinismo… El triunfo de la burguesía que dotó a sus iglesias y
palacios de relojes que medían el tiempo de otra manera distinta al madurar del
melocotón, el higo o de granar el trigo. Esos son otros medios de medir el
tiempo.
¿Qué oculta esta realidad,
verdadera o falsa en boca de quien la expresa, estas manifestaciones cotidianas
que se dicen y transmiten con cara de velocidad? “Cuánto más corro, menos
tiempo tengo”. “Me levanto más temprano que nunca y no llego a nada…”. “Me paso
el día haciendo cosas y termina el día y parece que no he hecho nada”… ¿Es
verdad o es un hipérbole… ¡una exageración!? Me acuerdo del farolero con quien
se encontró el principito en aquel planeta que se cruzaba en tres trancos y,
sin embargo, carecía de tiempo: no vivía, no podía dormir, no podía parar.
Estas excusas, estos pretextos considero
que, en un tanto por ciento altísimo, se expresan y dicen de corazón, con ánimo
de verdad, con la certeza (que es una verdad subjetiva, particular) de que efectivamente
se carece, se careció de tiempo para lo que quiera que fuese. Quien lo expresa
no miente: es posible que se esté justificando “Es que no tuve tiempo de/para…”,
pero en realidad lo que ocurrió fue que no le dio ocasión, oportunidad a que
ese quehacer que quedó en nada, que no fue, se convirtiera en realidad, porque
optó por otro asunto, ¡el que fuera!, es decir: Tiempo sí tuvo, pero no le
dio oportunidad… ¡no halló la oportunidad de o para… lo que quiera que fuese!
Se trata de darle oportunidad, prevalencia a aquello que no se realizó y se optó,
se eligió otro quehacer. No fue un problema de tiempo, sino de elección.
Por tanto, ese “No tuve tiempo”
oculta una elección que se hizo bajo la estimación de que había otra realidad
más importante. El sujeto, quien esto afirma, usted o yo, elegimos, estimamos y
dimos más valor (¡sí, esos valores que dicen que no existen!) a tal realidad,
quehacer, actividad por encima de aquello por lo que nos estamos excusando de
no haberlo hecho.
¿Se hizo por maldad, de forma,
si se quiere, explícita y consciente? No, posiblemente no… Se hizo sin más,
dejándose llevar y por eso no pasamos a recoger o dejar un paquete, no nos
llegamos a ver al amigo en el hospital o a la madre del conocido… y resumimos
con un “¡Menudo lío tenía!: no tuve tiempo”. Lo siento, no. Usted o yo elegimos
lo más fácil, lo más cómodo, aquello que nuestra estimación puntuó y valoró más
alto, ¡por lo que fuera!, más alto que aquello otro y de ahí la determinación que
tomamos. No le dimos oportunidad para ser a eso que eludimos, eso que quedó en
nada: La comida de amigos que nunca llega, la cerveza que nunca salió del
grifo, la charla que no nació… “Lo siento. No tengo tiempo”.
No nos vemos porque no tenemos tiempo: falso, debemos darnos una oportunidad: hay que meter ese rato en la agenda ¡y cabe! Dejamos de llamar por pereza, porque tenemos la cabeza en nuestras cosas. “Me encanta leer…, ¡ay si tuviera tiempo!”: falso, dicho sea sin perdón. Usted no le da oportunidad a ese libro que hace años que lo mira desde la mesa, la estantería… Dele un oportunidad a ese amigo. Valore la lectura por encima de esa serie de tal o cual plataforma y verá cómo sí dispone de tiempo. Busque la oportunidad para pasear con su hijo o su hija o de tomar un café con su esposa… ¡a solas!, aunque no hablen de nada trascendente o, incluso, aunque no hablen. ¡Qué hermosa oportunidad!
La próxima vez que afirme con
seriedad de hombre de negocios, como ese otro personaje de El principito,
que no tiene tiempo, que su trabajo, que su vida… son serios, dele una oportunidad
a aquello otro que no lo es tanto, pero merece su atención, otórguele una oportunidad.
¡Y buena suerte! No ceje ni desista en el empeño.
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