Crucé desde el valle
del Guadalquivir, donde los moros, al valle del Lena donde los astures y don Pelayo
batallaron. Vengo de vuelta al sur. Me fascina el paisaje: ¡qué hermosa y
variada es mi patria! Siento un piadoso orgullo de su historia y mis antepasados.
No vibra en mí de modo distinto y no reniego de Alhamar, ni de Fernando III, el
santo, ni de don Pelayo. Somos lo que somos y tenemos lo que tenemos. También me
enorgullecen, por la fraternidad, tantos bienes de tantas y tantas naciones.
Partimos a 8⁰ de temperatura.
El coche no va tan lleno en los retornos. De inmediato empiezo el ascenso a
Pajares. Lo atravieso en un día muy gris. Llueve y el cielo está muy plomizo. Imponentes
montañas. Imposible cazar perdices en mano por sus laderas, calculo. No debe
haberlas ahí. Pienso en escribir esta página al hilo de On the Road de
Kerouac, me refiero al viaje: ignoro el contenido porque no leí libro alguno de
yanqui. Me cae mal este escritor como persona. Como escritor no lo conozco: no lo
he leído, insisto. Ya comprendo que la biografía que adquirí no es la mejor,
pero es la que encontré en español y no lo pinta como modelo de casi nada bueno.
El limpiaparabrisas no cesa porque tampoco
lo hace la lluvia. Me pregunto cómo será la redacción bop[1] que dicen que hace:
no me hago idea. He buscado On the Road de segunda mano en Iberlibro: es
barato, pero no dispongo ahora de tiempo para leerlo. Me pica la curiosidad. El
autobús que me precede en el ascenso por la autopista pajares arriba va justo a
cien kilómetros por hora, con un carril cortado, me está echando agua y suciedad
al parabrisas. Me distancio. La pendiente de las montañas en impresionante para
quienes no estamos acostumbrados a ver macizos de esa envergadura. Las montañas
semejan la medida de las mujeres y los hombres de por aquí: son altos, pero,
sobre todo, yo diría que grandes. Ya me indica la señal el final de la obra.
Tenemos dos carriles. Pilar va callada. Adelanto sin temor alguno al autobús. Llueve.
Al coche le sobra fuerza. Sobrepaso con elegancia al autobús. ¡Es un bicharraco
grande, moderno y nuevo! No le he mirado la matrícula a pesar de haberlo
llevado tanto rato delante. Ahora un Audi me adelanta audaz. “Corre. No te
cortes”. También un Golf me pasa: tengo cierto reparo y temor a esas curvas
mojadas de las primeras aguas: no olvido el aquaplaning que me hizo este
coche estando casi nuevo… Lo recuerdo (No lo olvido = Lo recuerdo). Si
habré hecho kilómetros en mi vida y nunca me había pasado. Coche grande,
pesado, ruedas nuevas y un inolvidable e incontrolable baile sobre la calzada que
se saldó con un parachoques delantero nuevo y dos ruedas reventadas. Gracias a
Dios no pasó nada más. Imposible cazar perdices en mano aquí. Kerouac, ¿cómo
será su libro En el camino? No sé si optó él, como estoy haciendo yo,
por párrafos largos. Necesito saciar mi studiositas, y busco el libro en
Internet: tengo suerte. Doy con él en pdf y leo algunos párrafos: no dispongo de
tiempo para más.
Pasado el puerto, donde hemos estado a
7⁰, el sol me entra alentador y molesto por la ventanilla izquierda. Siguen sin
terminar de arreglar el desprendimiento de piedras y tierra que hubo en noviembre
del año pasado, creo que fue, y que cortó un sentido completo hacia el norte de
la carretera. El bocado en la montaña es enorme. Al dejar el puerto atrás el cielo despejado
empieza a azulear. Con los rayos del sol, los bosques de las faldas de las montañas
ya no están tan tristones: aquí, en el norte, la luz es distinta, como si tuviera
menos vatios o algo así. Se ven manchas de árboles de hoja marrón: no me había
fijado antes. Hoy empieza el otoño. Esta tarde en la radio dicen. A las veinte
y algo. Hoy viajo, hoy termina el verano y hoy lo veo. Muy bien, pues aquí
estamos para pasarlo porque detenerlo no podemos.
La radio no deja de dar noticias sobre
los aparatos electrónicosa que llevan las mujeres maltratadas y sus maltratadores.
Unas pulseras que ha comprado este gobierno en los chinorris y que, claro,
funcionan acordes a su precio: estilo Zapatero. Como los alicates que Manolo
apretaba y se partían como si fueran de chocolate. Me entran ahora, mientras
escribo, unos wasap de Pilar. Ella no habla apenas conmigo mientras viajamos.
Lleva dos teléfonos móviles en las manos o en el regazo para avisarme de los
radares y los posibles obstáculos, para buscar gasolineras, dónde tomar algo…
Lo hace muy bien. Nunca se duerme. Por el otro teléfono va haciendo gestiones
de compras y ventas de aceite. Me cansa esto de su empresa: está de vacaciones,
está en su tiempo libre, pero no deja de recibir llamadas que, según ella, no
puede dejar de atender y ocuparse de las demandas que le hagan. A mí apenas me
habla.
Dejamos atrás Pajares y el paisaje es
otro, la montaña se convierte en campos de labranza. Pienso en la posibilidad de
buscar un coto en León donde haya conejo. En Asturias no hay conejos
silvestres. Me pregunto por qué será eso. No tengo ni idea. Si puedo, lo tengo
que preguntar. A ver si la IA no se lo cuaja y me entero de algo. Mañana tengo
una presentación de un libro de Juan Eduardo Latorre y el grupo de “Los sueños
de Vandelvira”. Esta Castilla que atravieso siempre me lleva, desde que subo o
bajo por aquí, a Delibes. Especialmente cuando paso por esos pueblos camuflados
con el terreno, cargados de muros de tapiales muchos de ellos mordisqueados por
el tiempo, por el dolor de los hombres que ya no están, que ya no son; de color
tierra, de iglesias que no se sostienen, de campos de cereal. No obstante, hay
campos también con algún olivar. Algunos pinares. Ya veo algunos conejos
atropellados en el firme. Miro a los taludes y veo madrigueras, “bujeros”, pero
no veo conejos. Sería normal verlos tomando el sol en los taludes: sigue
haciendo frío, no pasamos de 10⁰. La temperatura ha subido. Un campanario
completo. Rezo una comunión espiritual. Pilar me pregunta cómo voy. No voy mal.
Hoy me levanté con sueño. No le he dicho nada, pero me he echado Nescafé con
cafeína y no he notado nada particular. No se lo oculto, sencillamente me
callo, si se lo dijera me diría que luego no voy a dormir, que voy conduciendo
y que ha sido una imprudencia tomarlo. No hay aceite lampante, la oigo que
dice. Es decir, que lo hay, pero peor y caro: no tiene salida. El vendedor se
niega a mover un kilo hasta mediados de semana. Estamos a lunes. Se van viendo
las vides en espaldera. Veo choperas pobres y desgalichadas: Machado y los
campos por donde cruza Caín. No veo viñas de vaso. Supongo que aquí estarán todavía
con la vendimia. Miro las pámpanas y pienso en las vides de La Mancha: espero
que se arranquen bien los conejos de ellas, quizá alguna perdiz: es difícil
darle caza a un conejo que va zigzagueando entre las vides. Es difícil darle caza
por mucha calma que se le ponga. O se equivoca él no te da ni oportunidad para
tirarlo. Me apetece cazar. El sol va levantando desperezado y amenazador. Me
persigue a ratos la muerte de Rafa C. Van incorporándose más coches a la carretera.
La circulación va bastante fluida.
Me paro y corrijo porque veo que estoy empezando tras punto muchas oraciones con “No”: eso hay que cambiarlo, ponerla en enunciativa afirmativa. A veces es cuestión de caer en la cuenta. Supongo que no exterioriza un sentido general negativo de nada en particular. Digo. No lo he pensado. Tengo que dedicarle tiempo al concepto de “oportunidad”, en tanto que momento adecuado para hacer algo: cuando no telefoneo a alguien no es por falta de tiempo -y van dos noes-, sino por falta de oportunidad, de hallar el momento idóneo. Me acuerdo de mi tío Juanmanuel y pido por él y por mi tía Ivette. Ahora me ha dado por echar de menos una infancia que me hubiera gustado feliz, porque no la tuve así (¡otro no!): “porque no la tuve así”, “porque la tuve desgraciada, infeliz” y se acabó el “no”.
La temperatura sube. El cielo tiene su
azul característico de llano en calma. Voy cómodo. Pilar, como solo hemos
tomado un café, sugiere la posibilidad de parar en un pueblo muy conocido, cuyo
nombre he olvidado. Y así se queda. En él vamos a echar gasolina de bajo coste
y tomar un bocadillo. Observo a los clientes: menos una señora con mono, el
resto todos varones. Esta gente es más contenida que en el sur. Ignoro si es un
tópico que quiero ver en la realidad y que esta no es exactamente así (¡otro no
se ha colado!). Son parcos en palabras y gestos. Tomo una cocacola cero cero:
lo que llamo una cocacola sin cocacola. El bocadillo, de tortilla francesa, con
jamón en lonchas y pimientos verdes y rojos me apetece, pero me resulta
amenazador para la resistencia de mi estómago: ¿Cómo me sentará? Lo veremos en
el siguiente capítulo.
En la parada saco a las perras que hacen
pipí. Donde las bajes ellas se contentan. Huelen aquí y allí. El trozo de campo
donde… ¡Medina del Campo se llama el pueblo! Ellas tan campantes. Pilar les
trae un cuenco con agua por si quieren beber. La desprecian tras olerla.
Vuelven a su caja. Yo al volante y Pilar al asiento del copiloto. He conducido
algo más de dos horas. Vamos bien. Vamos a cruzar Madrid en buena hora. Cogeremos
la R-4. Es mejor. Me acuerdo de Juanete y su hermana. Sigo pidiendo al tío Agustín
Alcalá Henke.
Poco a poco van apareciendo naves y naves
de industrias que no sé a qué se dedican, qué producirán. Camiones en fila
esperan ser cargados o descargados. Me dan ganas de decirle a Pilar que tome
nota de sus nombres y luego investigar algo. Callo. Me resulta atractivo saber
de todo y conducir me agrada, pero es aburrido. Veo más conejos muertos,
aplanchetados en la carretera. Están por tramos. Seguro que en León podría
encontrar un coto con algo de caza que esté a una hora de La Pola y cazar allí
y hacer algunos amigos… ¡Me gustaría! Lo apunto mentalmente y luego lo anoto en
la agenda. No dejo de mirar el mapa del coche, es decir: oración sin no: “Miro casi
de continuo el mapa del coche”. Pilar me advierte de amenazantes controles de
velocidad. Llanos espléndidos en carreteras magníficas, pero hay que reducir a
100. Cierto que hay tramos en los que el firme está bronco y nada suave. Me
gustaría contar cuántos radares hay en la carretera desde el punto de origen
hasta el de llegada: desde Jaén a La Pola. Los instalan, dicen, para la seguridad
de los ciudadanos, estoy…, es decir, sin no: “Son radares recaudatorios”. Los
ciudadanos pagamos y vamos acojonados, quizá sería más elegante escribir:
atemorizados… Te ponen una multa de 200 napos y te quitan seis puntos y te hacen
un roto. Empiezo a ver palomas torcaces. Más a medida que nos acercamos a
Madrid. Me acuerdo de José Manuel U., que se ha casado no ha tanto (“hace poco”)
y que tiene algún coto en las cercanías de Madrid. Rezamos el Ángelus.
No he visto ni un Subaru. Veo muchos coches
chinos que me adelantan o adelanto, ¡digo que serán chinos!, aunque reconozco
que ya ignoro muchas de las marcas y nombres de los coches que viajan a mi par,
por delante o por detrás. Pilar dice que empieza a tener calor. Pues sí. Hace
calor dentro del coche, pero la temperatura es más baja que en la calle, según
reza en el tablero del coche o como se llame. Aquí sí hay fincas preciosas para
cazar la perdiz y el conejo: preciosos estos campos.
Bajamos a Aranjuez: me acuerdo de la
esposa de Pedro Salinas que se tiró de una barca ahí con intención de ahogarse…
¡el poeta enamorado a los pies de su alumna americana Katherine
Whitmore! Qué desilusión tan enorme cuando supe con detalle de todo esto y leí
el libro que ella escribió: el poeta de La voz a ti debida, Razón de
amor y Largo lamento… cayó para mí como caen los ídolos con los pies
de barro. Las perras en el coche no dicen ni guau. Silencio. Duermen. Viajan
por toda España: van a la playa, a la montaña, a cientos de kilómetros y como
si nada… Ellas dos metidas en su trasportín duermen. En realidad, como todos
los animales se duermen cuando se aburren. Véase el hombre.
—Vamos a parar a comer
en casa en Castellar de Santiago. Descansamos y luego seguimos viaje. Ya
estamos a una hora de Jaén. Justo para comer aquí, y tarde para hacerlo allí
-viene a decir Pilar.
Me parece acertado bien
visto… Ya de vuelta en la carretera, esta nos lleva de oca a oca, nos conduce hacia
un oeste donde el sol se esconde algo. Este tramo de carretera me la sé de
memoria: estamos en el hogar.
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