4 de septiembre de 2025

543- AL INICIO DEL CURSO 25-26

 


               


        Los dos últimos meses los he ocupado, como era norma cuando me dedicaba a dar clase, en escribir y escribir y escribir. “Generar texto” lo llamo yo. El verano era idóneo para dedicar muchas muchas horas a diario para redactar y no perder el hilo. Escribir sin apenas corregir, sin releer: avanzar en la novela o en el texto de que se tratase. Luego vendría el invierno y ya, poquito a poco, iba corrigiendo y releyendo. Rara vez elimino textos grandes en lo escrito: es decir, párrafos completos; no es normal.

        Este año ha tocado por razones meramente casuales y temporales que escribiera en julio y agosto. He tenido, además, tiempo para revisar el texto completo no es muy largo: no llega a 150 páginas. Le puse por título De tutorías y preceptuaciones. Ensayo sobre una experiencia: aun no me sé bien el título, no estoy familiarizado con él.

        Cuento en el libro lo que ha sido la experiencia que he tenido durante mis años como alumno y, sobre todo, como profesor en la enseñanza privada (24 años) y en la enseñanza pública (16 años). Hago una distinción entre qué es un tutor y qué es un preceptor y de dónde vinieron ambos roles que se diría en inglés. Esa función que un profesor asume como orientador personal de un grupo de alumnos o de alumnos individuales.

        Preceptor es palabra que hallamos en lengua romance en torno a 1438. Esta palabra deriva de praeceptus, -ūs, íd., derivado de praecĭpĕre ‘tomar primero’, ‘prever’, ‘dar instrucciones, recomendar’. En España, por lo que a mí me interesaba, esta palabra entra en la educación y la formación de alumnos, de la mano de una persona que yo conocí, José Luis González-Simancas, profesor que venía de Inglaterra, y estuvo en los inicios del colegio Gaztelueta en Bilbao y terminó sus días dando clases en la Universidad de Navarra. Su pasión era la formación y le atraía especialmente la formación de formadores… Formar personas, ayudarlas a crecer humanamente era su pasión. Y a ello dedicó su vida. Allí, en el citado colegio bilbaíno, en el año 51, quienes atendían personalmente a los alumnos recibieron el nombre de preceptores.

        La Ley de Villar Palasí, del año 70, fue expandiendo el término tutor para quienes realizaban la función del preceptor. De este modo pasaron a ser tutores por extensión los profesores de la enseñanza pública (¡tardaron años en cuajar… a su manera!) y los de la privada que también por no sé cómo ni por qué… ¿por ósmosis?, quizá por analogía, se empezaron a llamar también tutores. A finales de los años 70 yo tuve en el instituto tutores. Las funciones de unos y otros no han tenido nada que ver unas con otras, salvo lejanos parecidos. La palabra tutor, por no irnos muy lejos, deriva de Intueri y esta de tueri, que además de ‘mirar’ significaba ‘proteger’; de ahí tutor, -ōris, ‘protector’, de donde el castellano tutor y que podemos hallar en 1490 en la Celestina de Rojas.

        Todo esto viene a darle la razón al libro del Eclesiastés donde hallamos la referencia clásica de que no hay nuevo nada bajo el sol. ¡Es lo que hay! Lo siento por los creadores de lo novísimo: si rascan un poco verán que no… ¡que ya existía!

        Los tutores o preceptores, que ignoro cómo se nombrarían, los hallamos en la Grecia clásica… Ignoro si existe una historia de la figura del tutor a lo largo de los tiempos. Lo voy a mirar en Internet. Hallo generalidades y un texto breve de una autora que me ha ayudado -y le vuelvo a dar las gracias- en algunos detalles a la hora de escribir mi obra: me dejó usar su tesis doctoral que me sirvió precisamente para sacar unas pinceladas sobre esa función tutorial o de preceptuación en la España desde el XIX y el XX a esta parte.

        El hecho es que en el libro que he escrito he contado cómo hacía yo las preceptuaciones. Ahí están mis preceptuados vivos y coleando como testigos. Los pasos que daba con los alumnos que eran mis preceptuados o tutelados. Con sus padres. De qué hablábamos, qué queríamos ellos y yo, él y yo, uno a uno… En fin.

        También cuento lo que hice como tutor en la enseñanza pública, pero esa función era más conocida, más rutinaria, prácticamente burocrática, despersonalizada…, por mucho afán y cariño que yo quisiera ponerle. En la enseñanza pública es imposible la preceptuación.

        Ahora hay que buscar cómo darle cauce a ese libro que nació con vocación solo de servicio. Me lo pidió alguien para ayudar a cuantos se dedican, dicen, a preceptuar alumnos y no tienen ni idea, por lo que he comprobado y por lo que me dicen otros de lugares de España…

        Mientras escribía esto, para desengrasar, he estado escribiendo las DECLARADAS que colgué en el blog. Me han servido como distracción, pues no me gusta andar enfrascado en lecturas de libros mientras escribo una obra. Antes pensaba que lo hacía para que no influyera el estilo de ese otro autor, pero no era eso…, creo haber descubierto con el paso de los años. LO hacía por algo más elemental: porque no era capaz de sacar la cabeza del todo de los textos que escribo. Estas DECLARADAS, han sido rajadas de mí mismo, opiniones sin ambages, que es el mismo estilo del libro sobre las tutorías y las preceptuaciones. “Alcalá puro” o “Puro Alcalá”, dijo uno tras leer el prólogo. Me parece bien. Poco a poco no está de más que uno antes de morirse sea más y más uno mismo en todo y para todo… también a la hora de escribir. Cierto que los sabores fuertes, la sinceridad, la franqueza repugnan a los espíritus pusilánimes imbuidos, sin saberlo, del marxismo de lo políticamente correcto… Lo siento.

        41 declaradas y ni una más. Se acabó el libro De tutorías y preceptuaciones. Ensayo sobre una experiencia y se acabaron las DECLARADAS… y empieza el curso y el tiempo de la lectura, espero, sosegada, tranquila… Vamos a verlo si soy capaz.

 

 

 

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