Los dos últimos meses los he ocupado, como era norma cuando
me dedicaba a dar clase, en escribir y escribir y escribir. “Generar texto” lo
llamo yo. El verano era idóneo para dedicar muchas muchas horas a diario para
redactar y no perder el hilo. Escribir sin apenas corregir, sin releer: avanzar
en la novela o en el texto de que se tratase. Luego vendría el invierno y ya,
poquito a poco, iba corrigiendo y releyendo. Rara vez elimino textos grandes en
lo escrito: es decir, párrafos completos; no es normal.
Este año ha tocado por razones meramente casuales y
temporales que escribiera en julio y agosto. He tenido, además, tiempo para revisar
el texto completo –no es muy largo: no llega a 150 páginas–.
Le puse por título De tutorías y preceptuaciones. Ensayo sobre una experiencia:
aun no me sé bien el título, no estoy familiarizado con él.
Cuento en el libro lo que ha sido la experiencia que he
tenido durante mis años como alumno y, sobre todo, como profesor en la
enseñanza privada (24 años) y en la enseñanza pública (16 años). Hago una
distinción entre qué es un tutor y qué es un preceptor y de dónde vinieron
ambos roles que se diría en inglés. Esa función que un profesor asume como orientador
personal de un grupo de alumnos o de alumnos individuales.
Preceptor es palabra que hallamos en
lengua romance en torno a 1438. Esta palabra deriva de praeceptus, -ūs, íd., derivado de praecĭpĕre ‘tomar primero’, ‘prever’,
‘dar instrucciones, recomendar’. En España, por lo que a mí me interesaba, esta
palabra entra en la educación y la formación de alumnos, de la mano de una
persona que yo conocí, José Luis González-Simancas, profesor que venía de Inglaterra,
y estuvo en los inicios del colegio Gaztelueta en Bilbao y terminó sus días
dando clases en la Universidad de Navarra. Su pasión era la formación y le atraía
especialmente la formación de formadores… Formar personas, ayudarlas a crecer
humanamente era su pasión. Y a ello dedicó su vida. Allí, en el citado colegio
bilbaíno, en el año 51, quienes atendían personalmente a los alumnos recibieron
el nombre de preceptores.
La Ley de Villar Palasí, del año 70, fue expandiendo el
término tutor para quienes realizaban la función del preceptor. De este
modo pasaron a ser tutores por extensión los profesores de la enseñanza pública
(¡tardaron años en cuajar… a su manera!) y los de la privada que también por no
sé cómo ni por qué… ¿por ósmosis?, quizá por analogía, se empezaron a llamar
también tutores. A finales de los años 70 yo tuve en el instituto tutores.
Las funciones de unos y otros no han tenido nada que ver unas con otras, salvo lejanos
parecidos. La palabra tutor, por no irnos muy lejos, deriva de Intueri y esta de
tueri, que además de ‘mirar’ significaba ‘proteger’; de ahí tutor,
-ōris, ‘protector’, de donde el castellano tutor y que podemos
hallar en 1490 en la Celestina de Rojas.
Todo esto viene a darle la
razón al libro del Eclesiastés donde hallamos la referencia clásica de que no
hay nuevo nada bajo el sol. ¡Es lo que hay! Lo siento por los creadores de lo
novísimo: si rascan un poco verán que no… ¡que ya existía!
Los tutores o
preceptores, que ignoro cómo se nombrarían, los hallamos en la Grecia clásica…
Ignoro si existe una historia de la figura del tutor a lo largo de los tiempos.
Lo voy a mirar en Internet. Hallo generalidades y un texto breve de una autora que
me ha ayudado -y le vuelvo a dar las gracias- en algunos detalles a la hora de
escribir mi obra: me dejó usar su tesis doctoral que me sirvió precisamente
para sacar unas pinceladas sobre esa función tutorial o de preceptuación en la
España desde el XIX y el XX a esta parte.
El hecho es que en el libro
que he escrito he contado cómo hacía yo las preceptuaciones. Ahí están mis
preceptuados vivos y coleando como testigos. Los pasos que daba con los alumnos
que eran mis preceptuados o tutelados. Con sus padres. De qué hablábamos, qué
queríamos ellos y yo, él y yo, uno a uno… En fin.
También cuento lo que
hice como tutor en la enseñanza pública, pero esa función era más conocida, más
rutinaria, prácticamente burocrática, despersonalizada…, por mucho afán y
cariño que yo quisiera ponerle. En la enseñanza pública es imposible la
preceptuación.
Ahora hay que buscar cómo
darle cauce a ese libro que nació con vocación solo de servicio. Me lo pidió alguien
para ayudar a cuantos se dedican, dicen, a preceptuar alumnos y no tienen ni idea,
por lo que he comprobado y por lo que me dicen otros de lugares de España…
Mientras escribía esto,
para desengrasar, he estado escribiendo las DECLARADAS que colgué en el blog. Me
han servido como distracción, pues no me gusta andar enfrascado en lecturas de
libros mientras escribo una obra. Antes pensaba que lo hacía para que no
influyera el estilo de ese otro autor, pero no era eso…, creo haber descubierto
con el paso de los años. LO hacía por algo más elemental: porque no era capaz
de sacar la cabeza del todo de los textos que escribo. Estas DECLARADAS, han
sido rajadas de mí mismo, opiniones sin ambages, que es el mismo estilo del
libro sobre las tutorías y las preceptuaciones. “Alcalá puro” o “Puro Alcalá”,
dijo uno tras leer el prólogo. Me parece bien. Poco a poco no está de más que
uno antes de morirse sea más y más uno mismo en todo y para todo… también a la
hora de escribir. Cierto que los sabores fuertes, la sinceridad, la franqueza
repugnan a los espíritus pusilánimes imbuidos, sin saberlo, del marxismo de lo
políticamente correcto… Lo siento.
41 declaradas y ni una
más. Se acabó el libro De tutorías y preceptuaciones. Ensayo sobre una
experiencia y se acabaron las DECLARADAS… y empieza el curso y el tiempo de
la lectura, espero, sosegada, tranquila… Vamos a verlo si soy capaz.
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