Como escribe Patricio Tapia al hilo de Vidas sujetas a escrutinio, de James Miller: “Una
tradición que se remonta a la escuela de Aristóteles defendía la importancia de
recopilar opiniones, anécdotas y sucesos que servían de contexto para el
pensamiento de un autor. Esa tradición alcanzó quizá su punto más alto con la
obra de Diógenes Laercio sobre la vida de algunos filósofos, en el siglo III d.
C. Laercio y su ejercicio de la biografía ejemplar, que no carece de rasgos
legendarios y de chismes, es una de las figuras tutelares del libro de Miller;
otra, Friedrich Nietzsche, sostenía que tres anécdotas bastan para presentar la
imagen de un pensador”.
Tras
las consideraciones que Ortega ha creído necesario hacer sobre lo que la vida
es desde su pensamiento, piensa que ya está a la altura conveniente como para
afirmar que “las cuestiones más importantes para una biografía serán estas dos
que hasta ahora no han solido preocupar a los biógrafos. La primera consiste en
determinar cuál era la vocación vital del biografiado, que acaso éste
desconoció siempre. Toda vida es, más o menos, una ruina entre cuyos escombros
tenemos que descubrir lo que la persona tenía que haber sido. Esto nos obliga a
construirnos, como el físico construye sus ‘modelos’, una vida imaginaria del
individuo, el perfil de su existencia feliz, sobre el cual podemos luego
dibujar las indentaciones, a veces enormes, que el destino exterior ha marcado.
Todos sentimos nuestra vida real como una esencial deformación, mayor o menor,
de nuestra vida posible. La segunda cuestión es aquilatar la fidelidad del
hombre a ese su destino singular, a su vida posible. Esto nos permite
determinar la dosis de autenticidad de su vida efectiva”.
Cargado
con estas premisas, y no sin antes explicar en una nota en tres largas páginas,
en letra menuda que él llegó antes que Heidegger (estas
pataletas de Ortega son risibles y me producen vergüenza ajena) a ciertos
conceptos de la vida expuestos por este en su Ser y Tiempo (1927), podemos ya arrimarnos a esa vida de Goethe
desde dentro. Esta larguísima nota ya se la había escrito años antes a la
traductora de su obra en alemán Helene Weil a caballo entre 1929 y 1930.
Las
conclusiones que va cerrando sobre Goethe son terribles, pues este parece que
quiso quedarse al margen, en stand baby [sic], que dice mi electricista: “Goethe
quiere quedarse... en disponibilidad. Perpetuamente. Su conciencia vital, que
es algo más profundo y previo a la Bewusstsein überhaupt ("conciencia en
general"), le hace sentir que esto es el gran pecado y procura ante sí
mismo justificarse”. Resulta que ahora, a los ojos de Ortega, el gran Goethe es
un fracasado: no ha logrado lo que debiera (ignoro en nombre de quién ni
llamado por quién) haber hecho. Todo ello se lo debe a su vida en Weimar: ahí
es, para Ortega, donde radica y empieza la falsificación de la vida de Goethe,
pues a partir de ese momento su vida se volverá un mero flotar sin rumbo ni
sentido. En Weimar han terminado sus problemas vitales, ha entrado en el limbo,
y ha comenzado su tiesura y su mal humor, que se debe a ese no haber seguido lo
que era su vocación: “La dislocación se manifiesta en forma de dolor, de
angustia, de enojo, de mal humor, de vacío; la coincidencia, en cambio, produce
el prodigioso fenómeno de la felicidad” y aclara en otra página el propio
Ortega: “El mal humor insistente es un síntoma demasiado claro de que un hombre
vive contra su vocación”. Goethe por sus condiciones de vida la ha falsificado
y convertido en el vivir propio de “un vegetal, una piedra o una estrella”:
Goethe no vive, vegeta.
El mismo Ortega anticipa que lo
escrito por él sobre Goethe sería un gran revuelo, como ya, de hecho, había
ocurrido, con Alfonso Reyes, quien escribe una larguísima carta a Eduardo
Mallea a propósito de esta obra: “Ortega tiene la elocuencia de las sirenas. No
se deje usted engañar. Ortega es sofística y arbitrario”. Sea como fuere el
hecho es que es obvio que de hacer caso a Ortega nos saldría un Goethe que
resultaría: “aproximadamente lo contrario que el dibujado en los evangelios
hasta ahora impresos en las prensas germánicas. Nada más heterodoxo, en efecto,
que presentar a Goethe como un hombre lleno de dotes maravillosas, con resortes
magníficos de entusiasmo, con un carácter espléndido -enérgico, limpio,
generoso y jovial-, pero ... constantemente infiel a su destino. De ahí su
permanente mal humor, su tiesura, su distancia del propio contorno, su amargo
gesto. Fue una vida a rebours. Los
biógrafos se contentan con ver funcionar esas dotes, ese carácter, los cuales,
en efecto, son admirables y proporcionan un espectáculo encantador a quien
contempla la superficie de su existencia. Pero la vida de un hombre no es el
funcionamiento de los mecanismos exquisitos que la Providencia puso en él. Lo
decisivo es preguntarse al servicio de quién funcionaban. ¿Estuvo el hombre
Goethe al servicio de su vocación, o fue más bien un perpetuo desertor de su
destino íntimo? Yo no voy, como es natural, a decidir este dilema. En ello
consiste aquella operación grave y radical a que antes aludía y que sólo un
alemán puede intentar”. Creo que Ortega tira la piedra y esconde la mano, acusa…,
pero no aporta la prueba.
Este Goethe desde dentro es un ejemplo más del quehacer del filósofo Ortega
y donde veo, quizá como nunca, por lo fresca que tengo la lectura de la
biografía de Gracia… que, en realidad, no hablaba del autor alemán, sino de un
pensador español llamado José Ortega y Gasset.
Efectivamente... me ha encantado el final, porque llegas al meollo... ando en esos menesteres, en el decir de uno mismo a través del otro...
ResponderEliminarUn abrazo...
Gracias, Rafa. Un abrazo y mucho ánimo.
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