20 de enero de 2019

338-CHARLIE-SALIDA-INTELIGENTES Y LISTOS




Hablo con un amigo sobre una realidad que, con frecuencia, genera, si no debate, sí conversación en los centros académicos; también en la calle. Un alumno determinado, una persona, ¿es “inteligente” o “lista”? La disyunción no es necesaria: se puede ser “inteligente” y “listo”, pero el acuerdo siempre llega hasta el reconocimiento de que una y otra realidad no son idénticas. No ha mucho que recordé el aserto atribuido a Epicteto: si duo dicunt idemnon est idem. La sinonimia enriquece, pero admite la distinción; voy a ver si marco una raya y me aclaro y aclaro algo.

Importante en esto, como en tantas otras disputas, si se quiere huir de sofismas, es aclarar de salida qué entendemos por un término que en su ambigüedad encierra el gato que no se deja meter fácil en la talega. Ambas cualidades, la inteligencia y la listeza, lo son de las personas, que no de los animales irracionales. Podremos decir de nuestro perro que es muy inteligente, pero lo hacemos mediante una asociación analógica impropia, basada en cierta semejanza (seguro que si buscan en internet -cosa que no haré- hallarán defensores de la inteligencia de los monos, los perros y las hormigas…). El inteligente, para servidor, es la persona que, con sus capacidades, innatas y adquiridas, resuelve problemas y no los crea; primera y principalmente, cuando hablo de problemas, me refiero a los cotidianos: es capaz de resolver la compra en el supermercado, negocia la conducción de su vehículo cuando va al trabajo y lo disfruta, mantiene unas relaciones amables con sus próximos, sabe conducir con acierto una dificultad en el trabajo con otro compañero, etc. y todo ello lo hace a satisfacción de todos, sin aspereza y con resultados que a todos benefician, ¡o demuestra lo irresoluble de la cuestión de lo planteado y pone punto y final sin hinchar el perro!

El listo también resuelve problemas, pero su método tiene la lógica del “corazón” que predomina y manda sobre la inferencia, la deducción. El listo es astuto. No necesariamente egoísta, aunque esa faltriquera de sus intereses se halla a mano, cercana. El listo es habilidoso y aprende rápido lo que le interesa y el resto… lo desprecia. No se anda, digamos, con chiquitas: va a lo que va, sin detenerse en nimiedades y detallitos. Lo que tiene que hacer lo resuelve normalmente con eficacia. Se mueve en ámbitos concretos: no le interesa el mundo, digamos, en general, de lo humano solo le interesa lo que le reporte beneficios inmediatos. No suele el listo avizorar el futuro lejano, sino que su ámbito de acción es lo inmediato. El listo es agudo, avispado, digamos que está en lo que está, para lo que está y los daños colaterales de su actividad, materiales y humanos, son meros gajes del oficio.

Ayuntar al listo con el inteligente sería magnífico: y con la belleza, y la armonía, y la riqueza, y…, pero hay lo que hay. El inteligente puede llegar a sabio. El listo, no. Al inteligente le atraen los problemas, quiere saber de ellos, desentrañarlos, conocer su intríngulis último… El listo evita los problemas en general: los elude: no son sus problemas y a él solo le interesan estos, los suyos, y que los demás se las apañen como puedan. El inteligente no necesariamente llega al éxito en sentido lato y como es reconocido hoy por hoy. El listo tiene muchas posibilidades de alcanzarlo, y de desperdiciarlo. El inteligente sabe, conoce; el listo intuye, se malicia, sospecha. El inteligente se mueve por deducciones e inferencias; el listo por corazonadas que necesitan de la suerte y el viento de popa. Supongo que la inteligencia, cierto tipo de inteligencias, que no todas, se pueden medir; entiendo que también la listeza, pero dudo que al listo le interese lo más mínimo que se le apliquen medios de medida: no dispone de tiempo para eso. A quien no tiene estudios se le aplica con más frecuencia el adjetivo de listo que el de inteligente; y al contrario: el zapatero es listo, el ingeniero inteligente.

La sobredotación de los alumnos es una plaga: supongo que lo dará la alimentación actual. Salen genios de debajo de las baldosas y las aulas se llenan de alumnos inteligentísimos que suspenden, repiten y abandonan sus estudios porque son incomprendidos: “Los maestros no lo entienden. No saben tratarlo y se aburre en clase. Él necesita otra cosa”: “¿Y qué cosita es?”, que se decía en el juego infantil del “Veo, veo”. Los listos inteligentes buscan carreras con salidas (la más inmediata: la de incendios) y los inteligentes se procuran la felicidad de sus próximos como garantía de asegurar la propia.

“¿Y del tonto qué…?”, nos podemos preguntar. El tonto ya no existe como tal. Al antiguo “tonto”, aquel tonto como Dios manda, que decía Cela, aquel que no quemaba bien el gasoil, y que todos conocíamos en el barrio por sus obras, y las aulas por sus resultados… ha desaparecido y creo que para muy bien. El tonto padece algo: desestructuración familiar, alguna enfermedad o carencia… y así el tonto-enfermo se separa, a ratos, en aulas especiales donde supuestamente se le refuerza, se le apoya, se le ayuda… con los medios de que se dispone y rara vez esa persona se integra con normalidad en el grupo: sigue jugando aparte en el recreo, sigue siendo hostigado por los malos (“los niños son crueles”; el animal, y el hombre lo es, es cruel con el peor dotado), sus resultados académicos lo dejan en la cuneta y, como todos debemos estudiar, él no llega a ninguna parte valorada hoy. Todos supuestamente debemos servir para los estudios, pero hay inteligencias que no se abren a estos, inteligencias que están en otras realidades, pero aquí, hoy y ahora, todos debemos ir a la escuela: inteligentes, listos y tontos-enfermos-limitados. Y en realidad, ¡cuántas veces habrá que repetirlo!, de lo que se trata de es de alcanzar la FELICIDAD.


1 comentario:

  1. buen blog, en tulínea

    https://www.universidadsi.es/el-filisteismo-y-el-fariseismo-universitarios/

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