Dicho y repetido lo tengo:
es difícil recordar a veces por qué se comienza a leer un libro en concreto
porque, como la perdiz, cuando menos se la espera, salta. En una conversación cualquiera
abordamos tal asunto que no viniendo al pelo, también salta. Otro tanto ocurre
con los libros. No recuerdo por qué me acerqué a leer esta obra de Gadamer, que
tan a trasmano nos queda a casi todos. Sinceramente no lo sé.
Además, añado, pensé que
sería un libro biográfico, pues el título me condujo a ello: Mis años de aprendizaje. Me interesaba
la vida del estudiante en la universidad y el ambiente universitario de la
Alemania de los veinte, pero tampoco es tal esta obra. Gadamer, si se mira el
índice, cosa que no pude hacer, va siguiendo a su memoria por las universidades
donde fue estudiando y dando clase, investigando: Marburgo, Leipzig, Frankfurt
y Heidelberg.
Ya había leído algunos
libros relacionados con este mundo de los años veinte en la Alemania intelectual
de sus universidades, sus pensadores, sus filósofos y sus físicos… Son
innumerables las figuras del pensamiento, neokantianos, discípulos de Nartrop o
Cohen, nuestro Ortega sale, pobre, de pasada por entre estos renglones.
Recuerdo que en este mismo blog comenté sobre Edith Stein, discípula de Husserl, y ya en aquella
obra nos tropezamos con algunos de los autores de los que Gadamer habla, por
maestros o compañeros: de ella no dice ni pío. Por supuesto también en la obra
de Safransky sobre Heidegger, Un maestro para Alemania.
Dependiendo de por dónde pasó, comenta sobre maestros y estudiantes, colegas,
con quienes anduvo parte de su camino: Natorp, Max Scheler en Marburgo; los
años de Leipzig donde le tocara ser rector bajo mando ruso (nazis y rusos son lo mismo, afirma), tras la
guerra, en aquellos difíciles años de la postguerra, con una Alemania perdedora
en todo, absolutamente en todos los sentidos y anhelante por volver al camino.
Lipps en Frankfurt y en Heidelberg la eminente figura de Jaspers, a quien se
debe añadir la del mismísimo Heidegger, con su nazismo a rastras, porque todos
nos equivocamos.
Destaco lo que me
llama especialmente la atención. La universidad se convierte en un espacio
donde convergen alumnos cuyo afán es aprender, en ella encuentran maestros, sí,
MAESTROS, que conducen el pensar, el estudiar, el aprender… y el vivir de estos
discípulos a quienes tratan en sus propios hogares: lecturas sin fondo, hasta
el final, radicales: Aristóteles, Platón, Sócrates, Homero… Tertulias fijas donde
se llevan temas preparados para debatir, participación en Academias, en
reuniones, excursiones… “Ya fuera como en
Leipzig, donde se suponía que cada orador era el mejor conocedor de su materia
o -lo que es muy distinto- declarándose dispuesto a ser instruido por otros
dentro de un círculo de iguales. En este último caso, nuestras exposiciones a
menudo eran atrevidas, pero aunque ello nos obligara muchas veces a tomar
conciencia de lo aún inmaduro de nuestra contribución, nunca supuso una
vergüenza, sino, al contrario, un beneficio. La ampliación de horizontes debida
a la participación en dichas sesiones posee un valor bien real, cosa que en una
época, como la actual, en la que nuestra búsqueda apunta en buena parte a
remediar la creciente separación entre las «disciplinas especializadas»,
proveyéndonos de instituciones promotoras de una cooperación interdisciplinar,
debería conducimos a honrar tanto más activamente la institución de esta
naturaleza más distinguida entre las existentes en nuestro país”. Cuando las
ciencias se disgregaban, cuando se empezaba a saber cada vez más de menos ahí
estaban estudiosos dispuestos a exponer sus saberes particulares para el bien
común, dispuestos a compartir, sin miedo a equivocarse…, pidiendo ayuda a los
demás para perfilar sus investigaciones. Así mismo se produce una crítica a las
escuelas, al nepotismo universitario, a las “capillitas del saber” fundadas por
“mandarines” que no comparten sus conocimientos, maestros –esta vez con
minúscula- que solo buscan colocar a sus peones,
que no discípulos, ¿les suena de algo a los universitarios españoles?
Todo va bien, es cierto, como él
afirma cuando nos va bien a nosotros y así lo he comentado en una entrada anterior, todo este cúmulo de supuestos genios se inhibe ante la
creciente marea del nazismo que vendrá a destrozar su mundo. No, no se dieron
cuenta, no cayeron en la cuenta de esa realidad terrible. Cierto: vigorosos
modelos de pensamiento e investigación, donde el espíritu sobreabundaba, pero la calle quedaba un tanto al margen, la
realidad cotidiana se olvidaba y los arrastró el nazismo.
Afortunado Gadamer por la formación
que recibió, con quien la recibió, etc. Admirable, sin duda, que no
“envidiable” que diría cualquier paisano de por aquí. Admirable. Cierro con un
texto suyo: “¿Podrá alguien hacerse hoy día siquiera una idea de lo que fueron
aquellos años «dorados» de la década de los veinte, en los que fuimos creciendo
bastante al margen de la universidad, un grupito de jóvenes universitarios que
acababan de terminar su doctorado y que nunca, antes de ingresar como
profesores en el cuerpo docente, se habían encontrado como enseñantes ante un
auditorio de estudiantes, y que trabajando en absoluta incertidumbre con
respecto a su futuro vivían pobremente de su salario como becarios?”.
Obra de interés restringido esta de Mi años de aprendizaje que me deja, como
toda obra, un sabor agridulce: cuantísimo ignoro y qué hermoso y costoso es ir
aprendiendo poquito a poco.
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