19 de junio de 2019

Gadamer, H. G.: MIS AÑOS DE APRENDIZAJE



Dicho y repetido lo tengo: es difícil recordar a veces por qué se comienza a leer un libro en concreto porque, como la perdiz, cuando menos se la espera, salta. En una conversación cualquiera abordamos tal asunto que no viniendo al pelo, también salta. Otro tanto ocurre con los libros. No recuerdo por qué me acerqué a leer esta obra de Gadamer, que tan a trasmano nos queda a casi todos. Sinceramente no lo sé.

Además, añado, pensé que sería un libro biográfico, pues el título me condujo a ello: Mis años de aprendizaje. Me interesaba la vida del estudiante en la universidad y el ambiente universitario de la Alemania de los veinte, pero tampoco es tal esta obra. Gadamer, si se mira el índice, cosa que no pude hacer, va siguiendo a su memoria por las universidades donde fue estudiando y dando clase, investigando: Marburgo, Leipzig, Frankfurt y Heidelberg.

Ya había leído algunos libros relacionados con este mundo de los años veinte en la Alemania intelectual de sus universidades, sus pensadores, sus filósofos y sus físicos… Son innumerables las figuras del pensamiento, neokantianos, discípulos de Nartrop o Cohen, nuestro Ortega sale, pobre, de pasada por entre estos renglones. Recuerdo que en este mismo blog comenté sobre Edith Steindiscípula de Husserl, y ya en aquella obra nos tropezamos con algunos de los autores de los que Gadamer habla, por maestros o compañeros: de ella no dice ni pío. Por supuesto también en la obra de Safransky sobre Heidegger, Un maestro para Alemania. Dependiendo de por dónde pasó, comenta sobre maestros y estudiantes, colegas, con quienes anduvo parte de su camino: Natorp, Max Scheler en Marburgo; los años de Leipzig donde le tocara ser rector bajo mando ruso (nazis y rusos son lo mismo, afirma), tras la guerra, en aquellos difíciles años de la postguerra, con una Alemania perdedora en todo, absolutamente en todos los sentidos y anhelante por volver al camino. Lipps en Frankfurt y en Heidelberg la eminente figura de Jaspers, a quien se debe añadir la del mismísimo Heidegger, con su nazismo a rastras, porque todos nos equivocamos.

Destaco lo que me llama especialmente la atención. La universidad se convierte en un espacio donde convergen alumnos cuyo afán es aprender, en ella encuentran maestros, sí, MAESTROS, que conducen el pensar, el estudiar, el aprender… y el vivir de estos discípulos a quienes tratan en sus propios hogares: lecturas sin fondo, hasta el final, radicales: Aristóteles, Platón, Sócrates, Homero… Tertulias fijas donde se llevan temas preparados para debatir, participación en Academias, en reuniones, excursiones… “Ya fuera como en Leipzig, donde se suponía que cada orador era el mejor conocedor de su materia o -lo que es muy distinto- declarándose dispuesto a ser instruido por otros dentro de un círculo de iguales. En este último caso, nuestras exposiciones a menudo eran atrevidas, pero aunque ello nos obligara muchas veces a tomar conciencia de lo aún inmaduro de nuestra contribución, nunca supuso una vergüenza, sino, al contrario, un beneficio. La ampliación de horizontes debida a la participación en dichas sesiones posee un valor bien real, cosa que en una época, como la actual, en la que nuestra búsqueda apunta en buena parte a remediar la creciente separación entre las «disciplinas especializadas», proveyéndonos de instituciones promotoras de una cooperación interdisciplinar, debería conducimos a honrar tanto más activamente la institución de esta naturaleza más distinguida entre las existentes en nuestro país”. Cuando las ciencias se disgregaban, cuando se empezaba a saber cada vez más de menos ahí estaban estudiosos dispuestos a exponer sus saberes particulares para el bien común, dispuestos a compartir, sin miedo a equivocarse…, pidiendo ayuda a los demás para perfilar sus investigaciones. Así mismo se produce una crítica a las escuelas, al nepotismo universitario, a las “capillitas del saber” fundadas por “mandarines” que no comparten sus conocimientos, maestros –esta vez con minúscula- que solo buscan colocar a sus peones, que no discípulos, ¿les suena de algo a los universitarios españoles?

Todo va bien, es cierto, como él afirma cuando nos va bien a nosotros y así lo he comentado en una entrada anterior, todo este cúmulo de supuestos genios se inhibe ante la creciente marea del nazismo que vendrá a destrozar su mundo. No, no se dieron cuenta, no cayeron en la cuenta de esa realidad terrible. Cierto: vigorosos modelos de pensamiento e investigación, donde el espíritu sobreabundaba, pero la calle quedaba un tanto al margen, la realidad cotidiana se olvidaba y los arrastró el nazismo.

Afortunado Gadamer por la formación que recibió, con quien la recibió, etc. Admirable, sin duda, que no “envidiable” que diría cualquier paisano de por aquí. Admirable. Cierro con un texto suyo: “¿Podrá alguien hacerse hoy día siquiera una idea de lo que fueron aquellos años «dorados» de la década de los veinte, en los que fuimos creciendo bastante al margen de la universidad, un grupito de jóvenes universitarios que acababan de terminar su doctorado y que nunca, antes de ingresar como profesores en el cuerpo docente, se habían encontrado como enseñantes ante un auditorio de estudiantes, y que trabajando en absoluta incertidumbre con respecto a su futuro vivían pobremente de su salario como becarios?”.

Obra de interés restringido esta de Mi años de aprendizaje que me deja, como toda obra, un sabor agridulce: cuantísimo ignoro y qué hermoso y costoso es ir aprendiendo poquito a poco.

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