Inmediatamente
después de terminar mis accidentales estudios de Magisterio, y seguimos por el ANTES,
me encontré frente a un grupo de alumnos de 5º de EGB. El grupo era muy
numeroso. Me encontraba en una escuela distinta al común y más semejante a la
que yo tuve en ese mismo curso diez años antes: colegio privado con asistencia
solo de varones. La coeducación ya se había instaurado con normalidad y como
supuesta mejora en la enseñanza pública (¿alguien podría dar los datos
definitivos e inequívocos de este beneficio en el que conviene creer como en la
tumba del apóstol Santiago, pero con menos autoridad que quien dice de esta?).
Antes de lanzarme al oficio tenía clarísimo lo que había aprendido en mi
infancia y, por tanto, en mi aula habría disciplina, pero también el ambiente sería
amable y acogedor. Me aprendería (y lo hice y lo hago desde entonces) el primer
día el nombre de TODOS MIS ALUMNOS, sean estos el número que sean, de cuantos
cursos sean, y a ellos los pongo por testigos… Estaba y estoy seguro de que
algo tenemos todos absolutamente en común: todos queremos ser queridos; y esa
iba a ser una de mis herramientas de trabajo. Entraría en el aula sin hacerme
ni el comeniños, ni el ogro, ni el desagradable. Hablaría con un volumen
ordinario de voz y procuraría no gritar. La urbanidad sería medio necesario en
el trato entre todos los que estábamos en el aula. La mentira, extirpada de
raíz. La confianza y la lealtad virtudes necesarias para pasárnoslo bien, aprendiendo
(cosa que escribo siempre que entro por primera vez en un aula a dar clase a un
curso).
Los
alumnos a pesar de mis 21 años recién cumplidos me hablaban de usted. Los
profesores podían fumar en las aulas (y en los autobuses, y en los bares, y en la
notaría); los alumnos mayores de edad, en los patios. Los alumnos acudían todos
a diario a clase. No existía el absentismo. Los alumnos no estaban
seleccionados especialmente, si bien la media económica de sus familias era,
supongo, más alta que la media ordinaria: sin duda alguna este ya era, y es, de
por sí un medio selectivo (son innumerables los estudios, y en la red los
hallará el curioso, que establecen la relación entre el origen económico,
social, cultural, etc. de los alumnos y su rendimiento académico). Los
rendimientos académicos eran muy buenos. La indisciplina, las faltas de respeto
o de educación, etc. no existían. Los alumnos trabajaban en clase y se
alternaban las actividades sobre las materias impartidas (un solo profesor
impartía la mayoría de las materias y repartía las horas lectivas) con breves lecciones magistrales (del pobre maestro
que yo era, y soy). El ambiente de trabajo en el aula era excelente, pero no
existía de continuo un silencio absoluto: los murmullos o las conversaciones se
daban con cierta normalidad durante las clases y mientras no hablara el
profesor. No todos los alumnos de este curso terminaron COU ni fueron a la
Universidad. Empezaron ya a verse con cierta frecuencia y normalidad las
llamadas después familias desestructuradas, que habían existido siempre, pero
no de forma explícita y manifiesta.
No
mucho más tarde, y aún estamos en el ANTES empecé a impartir también
clases en COU. Ese COU era más chispeante que el que yo conociera no muchos
años antes en un instituto público. La juventud del profesor, la cercanía que
este pretendía -no siempre bien entendida, porque es frecuente que a quien se
le concede la mano, se toma el brazo. La condición humana, según Arendt, no va
a la velocidad que evoluciona la informática-. No obstante, el tratamiento de
los alumnos al profesor era el ustedeo
(no se olvide que algunos alumnos tenían no muchos menos años que el profesor).
La disciplina, la obediencia en el aula, etc. eran norma. El profesor se podía
dirigir en sus explicaciones a unos alumnos que permanecían en silencio o bien
podían trabajar en el aula con la supervisión del profesor también en silencio.
La inmensa mayoría de los alumnos que terminaban COU, por no decir todos, se
matriculaban en alguna carrera universitaria, que terminaban o no, antes o
después. La media del alumnado, insisto, en general, venía seleccionada por su
origen social, económico, etc.: había alumnos que asistían a clase con becas.
Me son familiares esas escaleras de acceso al colegio. He leído una parte de tu artículo. Guardo un gratísimo recuerdo de ese centro, aunque me echaron... Ahora daría las clases de otra manera, como de hecho hago. Aprendí mucho, de la vida y de la enseñanza. No puedo saludar a mis alumnos, sencillamente porque vivo en Granada ahora. Por cierto, salvé a I. P., un alumno de 8º de EGB, de tragarse un capuchón de Bic. Le apreté el abdomen enérgicamente, y el gachó (hoy padre de familia) escupió el capuchón. Otro día mis alumnos de 8º dejaron una caja de preservativo encima de mi sillón, que la descubrí al instante: esa clase no la di, y mis alumnos aprendieron mucho ese día, mejor para ellos.
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