Nací en la España de Franco en 1961.
Pertenezco a la generación que se llamó del baby-boom.
Empecé en la escuela de entonces y estudié por la vieja ley hasta 4º de
primaria, y cursé el ingreso, del que no me dejaron examinarme: mi edad lo
impidió. Me cogió la EGB de Villar Palasí y el 20 de noviembre de 1975 tenía un
examen de Lengua con doña Eladia Solís, profesora de Lengua en el IES “Virgen
del Carmen” de Jaén en 1º de BUP D. El examen no se hizo porque ese día no hubo
clase: Franco había muerto definitivamente (pues no eran pocos quienes decían
que ya estaba muerto hacía tiempo y había sido congelado como Walt Disney… para
resucitarlo en otro momento). Mi hermano al ver a Franco en el túmulo preguntó
aquello que en mi casa se hizo famoso: “Mamá, ¿por qué está Franco en la
cuna?”. Franco no estaba en ninguna cuna, sino en su caja ante la que pasaron
sepa Dios cuántos españoles incrédulos, felices o afligidos, asustados y
asombrados… y como cada uno pudo y le permitieron las circunstancias.
Nunca
levanté el brazo para cantar el “Cara al sol”, aunque nos lo sabíamos porque se
nos había enseñado, como “Prietas las filas”: también nos lo sabíamos y cantábamos.
Se celebraba en mi escuela (una escuela más arcaica que las escuelas al uso
entonces y quizá por ello más nociva, e igualmente dañina como las que la
precedieron y les sucedieron, como las de hoy), digo que se celebraban las
fiestas de Franco y de José Antonio y sabíamos quiénes eran Ramiro Ledesma y
Millán Astray… No mucho después oí a diario, en otro colegio, el himno nacional
antes de entrar a clase. No lo cantábamos.
Creía
saber perfectamente quién era Franco. Lo hubiera reconocido a la legua porque su
efigie estaba en las pesetas que mi abuela me daba para que no fuera a la
escuela llorando: ni las pesetas lograban mitigar mi sufrimiento ni mi desdicha
la aliviaba ni la gracia de Dios por la que Franco fue nombrado caudillo de
España. Mala suerte y a seguir… barajando.
He
necesitado 53 años antes de leer un libro sobre Francisco Franco Bahamonde.
Nunca antes había suscitado mi curiosidad hasta punto tal. Oí anécdotas y
chismorreos en muchos sentidos. Tampoco excesivamente ahora tenía mucho interés,
pero ya puestos… quería leer sobre esa etapa de España que me cogió en parte y
que creía ya más distante desde el punto de vista de las publicaciones
históricas. “No te confundas, Alcalá”, me dijeron quienes imparten la
asignatura, quienes de ella saben. “¿Alguna sugerencia? Necesito leer sobre la
etapa de Franco… Algo que si no justo, al menos, esté equidistante, que tenga
cierto equilibrio…”. Malabarismo entre los profesores de la materia. “Difícil”.
Ya escribí en una entrada sobre lo que leí en la colección de Fontana y etcétera sobre una obra de Borja de Riquer, a todos ellos dé Dios muchos años, y los
guarde lejos de mí. “Quizá una biografía de Franco te ayude. ¿Por qué no lees
la de Jesús Palacios y de Payne”. Nadie la había leído. Vuelta a arriesgarme a
comprar un libro y leerlo para que resultara un pufo: el pufo histórico, el
pufo literario no es una realidad que se descubra y revele solo
intelectualmente sino que también es un hallazgo emocional y sentimental, pues el
pufo suele ir contra el sentido común y es una clase de suerte torera de salón aplicada
a la tontería intelectual por la que el tonto cree que los demás son, por lo
menos, tanto como él mismo y sus amiguitos.
Los historiadores, a veces, como los realistas
rusos no se manejan por debajo de las quinientas páginas por muy corto y
discreto que sea el estudio que hagan, pues ya puestos…, siendo Franco,
Caudillo de España, etcétera… 813 páginas lo que no está mal para entrar en
calor con la esperanza de que fueran y dieran fruto abundante. Vamos allá.
He leído tu artículo. A mis alumnos más jóvenes no les pregunto por Franco, que ni lo habrán oído. Y el ataque a las Torres Gemelas en 2001 les suena... Así estamos. Con estos bueyes tenemos que arar. Menos mal que el inglés sí que lo van aprendiendo. La metodología que utilizo es comunicativa y nocional. Este curso he estado otra vez con alumnos mayores... y se han soltado un poco en inglés: se les entiende pero lógicamente tienen muchos fallos. Ya iremos puliendo. En este caso soy mucho más joven que mis alumnos, pero en la Asociación donde imparto estas clases como voluntario me dijeron al principio que no hablara ni de política ni de religión. De lo primero no iba a hablar, y de Dios, si acaso con ellos, estando a solas, en una conversación entre amigos. Me llama la atención la formación religiosa que tienen, porque en su época sí se daban clases de religión y el catecismo pequeño de Grado Medio, con una separata sobre la Santa Cruzada. Y no escribo más por hoy. Un fuerte abrazo, Antonio, y queda con Dios. Gracias por tu comentario a una entrada de mi blog.
ResponderEliminarMe llama mucho la atención que te impidan hablar de religión o política. Supongo que serán personas que criticarán, por ejemplo, la censura en la época de Franco y que verán con excelentes ojos cómo la Institución Libre de Enseñanza nació de la prohibición de libertad de cátedra del ministro Orovio: quienes fundaron la ILE no admitieron la coacción gubernamental del Decreto famoso y se largaron.
ResponderEliminarEn las aulas de la enseñanza pública –y así lo hacía yo también en la privada- siempre dije lo que dio la real de la gana, pues tengo derecho a ello. Me cuidé muy mucho de lo que decía en los cursos de alumnos menores (cosa que no hacen los defensores del laicismo, por ejemplo) para evitar transmitir lo que puedan ser opiniones, que ellos no distinguen, pero ¿¡en cursos de alumnos mayores!? ¡Por Dios!: solo faltaría que no pudiera yo hablar de la homosexualidad de Whitman o la de Lorca, del Papa Francisco o de Santo Tomás de Aquino o de Agustina de Aragón… ¡y del sursum corda!
Estas actitudes las tengo caladas desde que era alumno de la Universidad. Era curioso, y en apariencia antitético, que los profesores más rojos, progres, liberados, etc. solían ser los más dictatoriales, los menos cumplidores, los menos trabajadores, los más… ¡era justo lo contrario!: era lo propio de la catadura moral de ese personal. Ya entonces me rebelaba, ¡imagínate ya con mi edad y vivido lo vivido!