No
estoy seguro del número de libros que he leído sobre el cardenal Ratzinger y
del cardenal Ratzinger, pero en todo caso en todas las oportunidades en que lo
hice tuve tres vivas impresiones: la
primera, de pena porque creo que no
he abundado suficientemente ni en su persona ni en su pensamiento, en sus
escritos, porque, siendo un teólogo sobresaliente, a servidor le cogía a
trasmano solo por esto y por su condición de cardenal, aunque luego ocupó un
espacio bien distinto en mis intereses cuando pasó a ser Benedicto XVI, que es
cuando le dediqué atención, mas su papado fue breve y, por tanto, no tuve mucho
tiempo de disfrutar de cuanto digo. Segunda
impresión, me llama poderosamente la atención lo inesperadas de muchas de
sus explicaciones, su originalidad, su sencillez, la enorme facilidad con que deshace
nudos en apariencia inextricables y complejos. Tercera impresión, la profundidad con que trata todos los temas,
desde un conocimiento admirable y que cuando no sabe de algo, lo dice tal cual,
que no tiene información o sencillamente… que no sabe, por tanto, la humildad,
sin duda, de la persona que alcanzó en gran medida la sabiduría, sin olvidar
nunca que el hombre es hijo de Dios y la Iglesia una creación de origen divino.
Llevaba
tiempo este libro en la estantería. Reconozco que he olvidado cuándo y por qué
lo compré y ni siquiera sabía que era un libro de entrevistas, semejante al que
ya leí en Dios y el mundo, en 2005,
donde me acerqué a la figura de este hombre adamirable. Les recuerdo que La sal de la tierra, aunque yo lo he
leído después, es una entrevista de Peter Seewald, y el libro se publicó en su
primera edición en 1996, si no me falla mi información.
Cuando
Seewald entrevista al entonces cardenal Ratzinger era un hombre de origen
cristiano, católico, alemán, que había dejado la práctica religiosa, que se
hallaba muy lejos de la religión, que ha pasado por una etapa de marxismo
militante y que, a partir, de esta relación con el entonces cardenal vuelve al
seno de la Iglesia; se produce una reconversión, digamos.
Las
preguntas que Peter Seewald hace al cardenal son de todo orden y no parece que
hubiera límites algunos, pues entran todo tipo de temas, incluidos los
constantes de tantos, católicos o no, con respecto a la Iglesia y sus fieles
–hace unos días se volvía a hablar en los periódicos de ellos con motivo de la
visita del papa Francisco a Filipinas-: la ordenación de las mujeres en la
Iglesia católica, el celibato sacerdotal, todo lo relacionado con la sexualidad
y las disposiciones sobre los divorciados y su relación con la Iglesia. Temas,
para mí, sinceramente, que no son del máximo interés para los católicos
corrientes y que me parecen el lugar común del ignorante que no sabe dónde
acudir y que toca de oído y quiere golpear, aunque este ciego.
Mucho
más interesantes son las visiones que el cardenal da sobre la situación de la
Iglesia y del mundo. De la evolución de tantos y tantos asuntos de los que la
teología se ocupa junto con el pensamiento de una época que se mueve a una
velocidad vertiginosa… ¿Qué hay de la Iglesia en Europa? ¿Qué dificultades
encuentran los católicos en zonas lejanas de Asia, África? Me parece magnífica
la explicación que da sobre el Islam, ahora que tan de rabiosa actualidad se ha puesto desgraciadamente, por una interpretación,
sin duda, errónea del Corán. ¿Qué fue
de los países del Este? ¿Qué ocurre en la teología actual y entre los teólogos
alemanes? ¿Qué ha supuesto el papado de Juan Pablo II en la Iglesia? Los
intereses del papa polaco, sus esperanzas, las ilusiones de la Iglesia… Los
problemas reales que hallamos entre unos cristianos que no terminamos de
unirnos –y que tampoco lo veía el cardenal como posibilidad a corto plazo-. La
penosa imagen de las rupturas internas. La proximidad-lejanía con respecto a la
Iglesia Ortodoxa… ¿Qué debe hacer el fiel ordinario en su medio, en su
parroquia para hacer la voluntad de Dios? La santidad en la vida ordinaria. El
amor de todo fiel a Dios y a la Iglesia. En realidad, el índice de la obra y de
las preguntas, orienta perfectamente al lector, pues -¡como buenos alemanes!-
lo han dividido en tres partes bien diferenciadas: una primera dedicada a la
persona del cardenal; una segunda, a los problemas de la Iglesia; y una tercera
y última, a las esperanzas de un tiempo nuevo de ilusiones nuevas, y esperanzador
como es el inicio del siglo XXI.
Creo
que es una obra iluminadora no solo para quienes nos consideramos católicos,
sino también para los cristianos en general e incluso para aquellos que tienen
interés por una realidad como es la Iglesia católica.
Dicen que es una de las mentes más preclaras del siglo XX.
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