19 de febrero de 2015

Ratzinger, J.; Seewald, P., LA SAL DE LA TIERRA



        


      No estoy seguro del número de libros que he leído sobre el cardenal Ratzinger y del cardenal Ratzinger, pero en todo caso en todas las oportunidades en que lo hice tuve tres vivas impresiones: la primera, de pena porque creo que no he abundado suficientemente ni en su persona ni en su pensamiento, en sus escritos, porque, siendo un teólogo sobresaliente, a servidor le cogía a trasmano solo por esto y por su condición de cardenal, aunque luego ocupó un espacio bien distinto en mis intereses cuando pasó a ser Benedicto XVI, que es cuando le dediqué atención, mas su papado fue breve y, por tanto, no tuve mucho tiempo de disfrutar de cuanto digo. Segunda impresión, me llama poderosamente la atención lo inesperadas de muchas de sus explicaciones, su originalidad, su sencillez, la enorme facilidad con que deshace nudos en apariencia inextricables y complejos. Tercera impresión, la profundidad con que trata todos los temas, desde un conocimiento admirable y que cuando no sabe de algo, lo dice tal cual, que no tiene información o sencillamente… que no sabe, por tanto, la humildad, sin duda, de la persona que alcanzó en gran medida la sabiduría, sin olvidar nunca que el hombre es hijo de Dios y la Iglesia una creación de origen divino.
         Llevaba tiempo este libro en la estantería. Reconozco que he olvidado cuándo y por qué lo compré y ni siquiera sabía que era un libro de entrevistas, semejante al que ya leí en Dios y el mundo, en 2005, donde me acerqué a la figura de este hombre adamirable. Les recuerdo que La sal de la tierra, aunque yo lo he leído después, es una entrevista de Peter Seewald, y el libro se publicó en su primera edición en 1996, si no me falla mi información.
         Cuando Seewald entrevista al entonces cardenal Ratzinger era un hombre de origen cristiano, católico, alemán, que había dejado la práctica religiosa, que se hallaba muy lejos de la religión, que ha pasado por una etapa de marxismo militante y que, a partir, de esta relación con el entonces cardenal vuelve al seno de la Iglesia; se produce una reconversión, digamos.
         Las preguntas que Peter Seewald hace al cardenal son de todo orden y no parece que hubiera límites algunos, pues entran todo tipo de temas, incluidos los constantes de tantos, católicos o no, con respecto a la Iglesia y sus fieles –hace unos días se volvía a hablar en los periódicos de ellos con motivo de la visita del papa Francisco a Filipinas-: la ordenación de las mujeres en la Iglesia católica, el celibato sacerdotal, todo lo relacionado con la sexualidad y las disposiciones sobre los divorciados y su relación con la Iglesia. Temas, para mí, sinceramente, que no son del máximo interés para los católicos corrientes y que me parecen el lugar común del ignorante que no sabe dónde acudir y que toca de oído y quiere golpear, aunque este ciego.
         Mucho más interesantes son las visiones que el cardenal da sobre la situación de la Iglesia y del mundo. De la evolución de tantos y tantos asuntos de los que la teología se ocupa junto con el pensamiento de una época que se mueve a una velocidad vertiginosa… ¿Qué hay de la Iglesia en Europa? ¿Qué dificultades encuentran los católicos en zonas lejanas de Asia, África? Me parece magnífica la explicación que da sobre el Islam, ahora que tan de rabiosa actualidad se ha puesto desgraciadamente, por una interpretación, sin duda, errónea del Corán. ¿Qué fue de los países del Este? ¿Qué ocurre en la teología actual y entre los teólogos alemanes? ¿Qué ha supuesto el papado de Juan Pablo II en la Iglesia? Los intereses del papa polaco, sus esperanzas, las ilusiones de la Iglesia… Los problemas reales que hallamos entre unos cristianos que no terminamos de unirnos –y que tampoco lo veía el cardenal como posibilidad a corto plazo-. La penosa imagen de las rupturas internas. La proximidad-lejanía con respecto a la Iglesia Ortodoxa… ¿Qué debe hacer el fiel ordinario en su medio, en su parroquia para hacer la voluntad de Dios? La santidad en la vida ordinaria. El amor de todo fiel a Dios y a la Iglesia. En realidad, el índice de la obra y de las preguntas, orienta perfectamente al lector, pues -¡como buenos alemanes!- lo han dividido en tres partes bien diferenciadas: una primera dedicada a la persona del cardenal; una segunda, a los problemas de la Iglesia; y una tercera y última, a las esperanzas de un tiempo nuevo de ilusiones nuevas, y esperanzador como es el inicio del siglo XXI.
         Creo que es una obra iluminadora no solo para quienes nos consideramos católicos, sino también para los cristianos en general e incluso para aquellos que tienen interés por una realidad como es la Iglesia católica.

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