5 de enero de 2015

Baroja, Pío. EL ÁRBOL DE LA CIENCIA (I, de II)



        


          Si yo preguntase quiénes de ustedes han leído a Julio Casares, muy probablemente no más de un par de ustedes lo hayan hecho, ¡y me sé un hiperbólico andaluz! Es posible que a alguno de ustedes les suene ese nombre del diccionario ideológico –aquí a mi vera vive instalado en la balda de diccionarios-, el famoso Casares, a secas, sin más… (¿Se puede saber cuándo la RAE acogerá ese diccionario en su seno y lo publica en disco para mejor y más fácil acceso? ¡Qué lástima de tantos ímprobos trabajos malquistados hechos por tantos grandes españoles para tan poquito! Casares que era un español sabio afirmó no obstante, curándose el hombre en vida: Lo que quede de mis trabajos no tendrá nunca importancia suficiente para que las gentes pierdan el tiempo en enterarse de cómo era Julio Casares, si es que se acuerdan de mi nombre”). Vaya mi agradecimiento y mi admiración desde aquí. Quienes dispongan de un ratico y deseen pasarlo amable no dejen de visitar http://www.juliocasares.es/, conocerán a uno de esos grandes hombres que hacen Castilla y España… ¡y los gastan, desprecian y olvidan!

         Por casa se encuentran dos libros –consejo de don Alfonso Sancho Sáenz- de este autor granadino, Julio Casares (algunas papeletas de la Academia dirigidas a mi abuelo también había): Crítica profana (1914) y Crítica efímera (1916) donde se daba cumplida cuenta, entre otros artículos, en hora tan temprana, de los plagios que don Ramón del Valle-Inclán se cuajaba (también Azorín salía a retortero). Valle-Inclán no solo plagiaba a otros autores, sino que se autoplagiaba, lo que no pasaba de ser una farsa perfecta dentro de la propia farsa que la literatura es. Casares destapó aquella olla de esencias manifiestas a la que Valle contestó en la prensa, si no me falla la memoria, con algunos otros textos de la misma factura que, digamos, “se le habían pasado” al sabio de don Julio… Imposible sentir vergüenza cuando se carece de ella, y en esto y para esto, Valle estaba ayuno. En años anteriores y sin piedad se hizo burla sangrante de las bufonadas de Valle, de su melena pringosa, su chisterón de payaso… de sus plagios y sus obras. Al final, Valle, como escribe Zamora Vicente: “Cada vez veo más a Valle entregado a esa tarea de hombre al que la fantasía le funciona siempre de igual modo: reelaborando, introduciendo lo ajeno como propio. El anecdotario más fidedigno revela también esa cualidad extraordinaria que hace más valiosa la segunda vida valleinclanesca que la primera, ajena en la mayor parte de las veces”.

         Estos dos largos párrafos para decir que había olvidado cómo una escena de El árbol de la ciencia (1911) de Baroja renace casi idéntica en la obra de Valle, Luces de bohemia (1920)… Se trata nada más y nada menos que del velatorio de Max, al que, creía yo saber, había asistido el propio Valle, pues se trataba del velatorio auténtico de Alejandro Sawa… ¡Y ahora vaya usted a saber! A veces grandes cataclismos terminan en casi nada y grandes montañas, creo que fue Horacio quien lo dijo, paren ratones. A lo peor este es uno de ellos.

* * *

         Ya di cuenta aquí de la inclusión de El árbol de la ciencia como obra recomendada en Andalucía como lectura para los alumnos de 2º de bachillerato… (ahora que tan de ferviente moda está que académicos, capataces, zapateros y organilleros echen su cuarto a espadas en cuanto a las lecturas que deben o no hacer los bachilleres…).

         ¿Es El árbol de la ciencia la mejor novela de Baroja?

3 comentarios:

  1. Me revoló este artículito como aquella codorniz que, entre los rastrojos, aguarda hasta que, obligada por el perdiguero de Burgos, vuela recta hasta quién sabe, si el cazador acierta y cobra la pieza o yerra, dejándola volar hasta la siguiente vez. Gracias amigo por tus bonitas e interesantes entradas. Un abrazo.

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  2. ¡Muchas gracias! Qué amable recibir tan agradable comentario…
    De pronto, al leerlo, me sorprendí vivamente pues pensé que era alguien que me conocía muy bien desde mi infancia (no miré para comenzar quién firmaba), pero no me imaginaba quién –fueron décimas de segundo-, pues no creo que alguien sepa lo que a continuación cuento y que, además, sea lector de mi blog.
    Cuando era un niño en mi casa había un perdiguero de Burgos, por nombre Alí. Era un excelente cazador. En aquel entonces, finales de los años 60, esa raza de perro era raro por aquí en el sur; también teníamos algún setter inglés e irlandés. Si no me equivoco quien trajo esos perros a Jaén, en concreto a Alcalá la Real, fue un médico. El perro, siendo un cachorro, estuvo un tiempo en casa con mis hermanos y conmigo… Luego se lo llevaron a una nave y, una tarde, al ir yo a verlo… me mordió en la mano derecha (no lo olvido, pero tampoco me causó excesivo daño ni miedo ni al perro ni fobia a los perros). Fue un error de niño, porque le metí la mano entre unos barrotes, cerca de la comida, pensé que me había conocido, y se ve que no fue así.
    Las muestras de Alí a las codornices, ¡entonces las había en agosto!, en los rastrojos, en la alfalfa, en las tomateras en las vegas del Guadalquivir… eran espectaculares: un perro tan inmenso (era blanco muy moteado de negro y las orejas negras: no tengo fotos de Alí), allí parado, con una cola inmensa y tiesa… y siempre con mi temor de que se perdiera la codorniz abatida en su no menos inmensa boca, de labios caídos, con baba… Mi padre decía: “Cómo respire se la traga”…
    Mañanas antes del alba, salíamos de noche de casa, y el amanecer nos cogía en el cazadero, los perros al empezar la temporada, los olores de los morrales, a la grasa de las botas, la humedad del rocío del amanecer en la hierba, los trigos recién cortados, el rastrojo y el pajón, la frescura de la alfalfa, el vuelo rectilíneo, bajo, y el ansioso batir de alas de las codornices, audible por la cercanía… Tiempos de infancia…, no de otra época, sino de otra era.
    Creo que nunca conté esto ni lo había escrito y todo ello me viene sugerido por su comentario, insisto, que agradezco por su amabilidad, como siempre. Reciba mi afecto y un abrazo.

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    1. Juro que no le conozco. Pues qué historia tan entrañable. Un abrazo y espero con cierta ansiedad su siguiente artículo dedicado al árbol de Baroja. Un saludo desde el País Vasco.

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