6 de abril de 2011

Unamuno, cero uno. Lloro por ti… Argentina, pero no mucho

    Iba a empezar escribiendo Lo que más me ha llamado la atención… o Lo primero que me ha llamado la atención… y me he parado en seco. Ni lo primero ni lo más, sino sencillamente cojo el listado de notas tomadas al hilo de la lectura y empiezo por el primer tema anotado, para mí, digno de comentario y lo hilvano, después vendrá otro y así hasta que ponga negro sobre blanco a don Miguel de Unamuno.
    Nihil novum sub sole: No nos confundamos.
    Uno es un pardillo. De Robert Walser sabe lo que cuenta sobre él una crítica en Revista de Libros –febrero, 2011- a partir de una obra de Jürg Amann. (Hoy me dice un colega que tiene 20.000 libros en Granada. Le pregunto que para qué quiere 20.000 libros. No responde. Treinta mil pastorea Pérez Reverte, creo que escribió… ¡Qué tíos leyendo! ¡Admirable!). No me pierdo, me quedo. Ensayo sobre el deseo de perderse se titula el artículo. Según parece este buen hombre, Robert Walser, por amor a su obra –me temo que no quemaba bien el gasoil tampoco, además-, copio: “Para lograr la libertad que consideraba imprescindible buscó la soledad, ejerció diferentes oficios humildes, sin permanecer mucho tiempo en ellos, cambió su domicilio –habitaciones amuebladas- con una frecuencia vertiginosa y no poseía más que una pequeña maleta de ropa”. Continúo marcha atrás: “La lucha por alcanzar las condiciones de escribir, la renuncia a la seguridad material, el sacrificio de tiempo, salud y felicidad en favor de la pasión por la escritura: todo esto vincula de tal manera la vida a la obra que se nos antoja imprescindible conocer las circunstancias a las que debemos los textos que nos conmueven”.
    Los vivos vamos de viaje. Estamos de viaje. Raro quien está conforme con lo que tiene, con lo que es, con lo que halla a su alrededor… El padre de Unamuno fue un indiano que se marchó a México para prosperar. Adán y Eva quieren huir de su condición humana y desean ser como dioses. Caín mata a Abel y es condenado a marcharse al oriente del Edén, en el país de Nod. Vivirá errante y vagabundo por la tierra.
    Unamuno se queja “por la falta de resistencia nerviosa de sus estudiantes”. Una vez  más le entran los anhelos, según le cuenta a Ortega, de largarse a la Argentina. San Agustín se queja en sus Confesiones de lo petardos que son sus alumnos en África y decide largarse a Roma: se equivoca; los alumnos siempre somos unos petardos. ¡Durante décadas Unamuno dirá, repetirá, escribirá, anhelará… marcharse a la Argentina! Innumerables veces lo escribe, lo repite. Desea huir de todos y de todo: de España, de los compromisos que lo atan y lo asfixian… y nunca se marcha. Tolstoi, creo que también lo conté por aquí, se pasó su vida como el bilbaíno, queriéndose largar y cuando tomó el tren, tuvieron que pararlo dos estaciones más allá -¡sin haber salido aún de su finca!- para que muriera en la casita del guardarraíles…
    Unamuno en unas ocasiones se echa atrás por las necesidades económicas familiares, por la cantidad de hijos, porque no es el momento… No obstante no deja de escribir “pienso seriamente en irme de aquí, de Salamanca, y de España”… Normalmente habla de la Argentina, pero no descarta irse a Estados Unidos, a la Italia previa al fascismo, Francia, Portugal… Pasan décadas y don Miguel sigue en Salamanca: amarrado a Castilla, a su cátedra, a su rectorado, a sus artículos, a su España… Cuando le dan la oportunidad de marcharse para impartir unas conferencias: no le viene bien; le comenta a su mujer que esas propuestas sólo lo quieren apartar de España… Con la República tendrá la gran oportunidad de saltar el charco con todas las garantías… más excusas, no hay viaje que valga.
    Si no me equivoco, unos meses antes de morir, escribe a Enrique Díez Canedo, Embajador de España en Argentina, que ya no irá a ese país, que ya es tarde para “ultramarinarse”, escribe. Que se siente cansado y viejo… Estamos en 1936.
    Nada que reprocharle al buen don Miguel. Creo que su viaje tenía tintes de deseo de huida. En el fondo no quería ir a la Argentina. Sus excusas son innumerables y durante décadas. ¿Se le antojaba lejos? Posiblemente. ¿Qué temía de la Argentina? Lo ignoro. En su destierro voluntario estuvo relativamente apartado y alejado de los suyos, de su Concha, de sus hijos…, pero a mano. Fuerteventura, París, Hendaya… están ahí mismo. Algo de todo ello hubo. Argentina fue una obsesión, un paraíso inalcanzable… ¿Temió verse defraudado como le sucedió después a Ortega allá? No queda resuelto en esta obra que da pie a estos comentarios. Dejo constancia de esta realidad obsesiva por irse lejos, muy lejos…

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