6 de agosto de 2025

22- DECLARADAS - El Cid: «Eso de que la edad no importa es una mentira como un templo»

 


Me reconozco ignaro en tauromaquia, pero creo que este Cid, no es el Campeador, si lo fuera comprendería al punto lo que dice sobre la edad y el paso no solo de los años, sino de los siglos. Este Cid es un torero.

Entiendo que a quienes les gustan los toros y se sienten atraídos por un torero en particular o por una ganadería, si son toristas, creo que los llaman, se les cae la baba con su maestro admirado con solo una media verónica que dé. Mi padre, que algo chanelaba de toros, se enfadaba con los que él llamaba los forofos de Curro, ¡de Curro Romero!, los curristas… Siempre le echaba mi padre en cara el miedo ingobernable que tenía y no dejar los pies quietos en el suelo ni un segundo. Arte, según la misma fuente, mucho, pero miedo más… Cuando lo veía saltar la barrera con esa limpieza que lo caracterizaba, comentaba: “Si fuera corredor de cien metros vallas, le echaba la pata a toos”. Servidor no sabe, solo recuerda y repite.

Lo que sí es cierto es que una persona que se enfrenta a un toro y que entre pase y pase, entre arte y técnica, se juega la vida resulta atractivo en su misterio. Puede ser persona, si llega a figura del toreo, inteligente, capaz de ver la realidad y la vida en general desde una perspectiva, digamos, muy particular. No han sido pocos los toreros admirados por grandes intelectuales o por escritores.

Sea como fuere, el Cid, el torero, tiene razón: Sí, sí que los años pesan, pero también quiero retorcerle un poquito el pescuezo a esa mentira como un templo de que los años no importan. Pesan, sí: todo necesita más esfuerzo: subir una cuesta, agacharse o coger algo del suelo, moverse en general, ilusionarse con cualquier fruslería…, pero también quienes vamos sumando años, y somos más viejos -¡hay quienes no llegan! -también importan porque acumulamos saberes si estamos al quite. Un loro no es más sabio por muchos años que tenga. Hay viejos necios, como los hay sabios, pero quien está aliquindoi, quien no le pierde la cara al intratable toro de la vida…, si aprende, va acumulando, insisto, saberes. No me gusta el eufemismo “más mayores”, mayores, antes no admitía el comparativo y no tenía comparación, en realidad lo que se desea evitar es el ¡más viejos!

Cuando se es joven se suben las escaleras silbando y se bajan de tres en tres y se cree uno en posesión del huerto donde crece el árbol de la ciencia. Cuando se llega a viejo, uno sabe que el árbol de la ciencia, que el mundo de colores… se quedaron en el paraíso.

Termino con una anécdota muy vieja y conocida. Ramón María del Valle-Inclán, ese extravagante ciudadano que lo llamó el general Primo de Rivera, admiraba profundamente a un torero, eso que arriba he dicho de pasada, a Joselito, el Gallo. El trato entre los dos, sus comidas y tertulias entre ambos eran famosas. En cierta ocasión, igual don Ramón, estaba iluminado, un poquito chispón, y le dijo al torero que para alcanzar la gloria máxima debía de morir en la plaza. Joselito, supongo que asombrado, le contesto aquello de “Se hará lo que se pueda, don Ramón”. Pues eso es lo que hacemos con los años los que los vamos cumpliendo: lo que podemos.


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