Cuando
José
F. Peláez empezó a firmar columnas en ABC me dio la sensación de que su estilo
estaba forzado, pasado de vueltas, no es que fuera un duro… era un seis
pesetas y, además, retratado con las rayban de pera se me antojaba mucho
pollo para tan poco arroz. Ha ido pasando el tiempo y se quitó las gafas y
adecuó el estilo al contenido de sus columnas: no abandonó cierto casticismo
que le acompaña y me gusta normalmente leerlo: por lo que dice y cómo lo dice.
En esta DECLARADA que le han
entresacado en un artículo largo de su periódico se ha pasado de rosca. No he
leído el artículo porque no son horas de ello, pero posiblemente lo haga a lo
largo de la mañana.
De momento no se la doy, no
la lleva… Pinta y nos hace pensar en ese hombre que, abandonado en casa por los
suyos que se fueron a la playa, ahí, en la ciudad, inútil, perezoso, no se
anima con las labores domésticas y procrastina todo hasta que venga la santa o
se pase por allí la señora que les ayuda…
Ya no existen los Rodríguez
de antaño. Ahora cada oveja va con su pareja de vacaciones. No veo que nadie se
quede solateras en casa mientras las santa y la prole se largan a la playa:
porque ya no hay vacaciones como las de antes. Todo el personal se largaba a la
playa un mes y papá quedaba en la urbe, produciendo y a verlas venir: comiendo
de menú en el bar de la esquina y la casa echa unos zorros. Ahora las
vacaciones de verano, estos días lo he estado viendo, son ¡de fin de semana!
porque la cartera no da para más… ¡en esa economía que va como un cohete y como
una moto! (no lo dudo (?), pero tampoco sé para quiénes va de ese modo: se ve
que no para la mayoría; de momento quien lo dice está en La Mareta).
Los papás ya saben poner los
electrodomésticos porque los ponen durante todo el año y el verano no se hace
tan duro. Saben de la freidora, del microondas, de la lavadora, del congelador
y los platos precocinados para la cena… Todo eso ya no tiene secreto para el
posible Rodríguez, insisto, creo que no existen ya: eso me suena a Seat seiscientos,
a días veraniegos junto al río o al pantano, a la sandía flotando con los
botellines de cerveza en un rinconcillo hecho con piedras exprofeso en la
orilla, a candela y sofrito de arroz llevado de casa para comer de cualquier
manera, un pésimo arroz que sabía a gloria bendita porque se condimentaba con
mucho ejercicio hecho por los niños y hambre, hambre de niño o de adolescencia.
Cierto que los Rodríguez no
hacen nada, pero no lo hacen, Peláez, porque ya no hay Rodríguez eso era antes.
Los Rodríguez se han extinguido.
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