6 de septiembre de 2024

Pieper, Josef, DEFENSA DE LA FILOSOFÍA

 








Dedico esta entrada a tantos de ciencias puras que,

ante un melón, solo ven una cucurbitácea y no un retrato de sí.

 

Al profesor Joaquín Valdivia, que enseñaba y enseña filosofía.

 

Mi sincera admiración por el autor de este libro de quien tantos leí. Me sirvió muy especialmente para aclararme muchas de mis precarias ideas su obra Las virtudes fundamentales, que recomiendo vivísimamente. Este autor y sus obras, en mi caso, son un estar amable por casa, como alguna otra vez dije de otros autores y otras obras.

La filosofía se halla irremediablemente frente al hombre práctico; lo dijo Platón y es una realidad constatable. El hombre que filosofa es aquel que por todo ¡todo es todo! se pregunta y quiere saber sin techo ni fondo por el sentido de todo cuanto se halla en la realidad: quiere conocer la realidad misma. Alfred North Whitehead en un simposio público organizado en la Universidad Harvard para celebrar su septuagésimo quinto aniversario dijo que filosofar es sencillamente preguntase qué hay sobre «todo esto»: what is it about all? No solo de pan vive el hombre. Recuerdo los libros de mi admirado y leído Viktor E. Frankl, que comentaba cómo los prisioneros de los campos de concentración, cuando se morían de hambre, se preguntaban por el sentido de todo aquello: el sentido… Quien filosofa, insisto, es incapaz de satisfacer su ansia de saber, como afirma Reichenbach, porque todo cuanto aquello con que se tropieza es objeto de su pensamiento en busca de su razón última y su significado… ¡Y es que hay gente pa tó!, que dijo Rafael el Gallo y el citado Reichenbach remachó que «El filósofo parece ser incapaz de dominar su ansia de saber» y ahí, con nuestras cortas luces, nos situamos enanos en los hombros de gigantes.





Cierto es que corren malos tiempos para la lírica, que cantaban “Golpes bajos” y, por lo tanto y por lo mismo, para la Filosofía. ¿No sería, acaso, razonable que estando aupados por la Ciencia nos hallásemos, como humanidad, mejor que nunca? Algo no va bien, que decía Dilthey ya en 1900. En mis últimos años de docencia recuerdo que la asignatura de Filosofía ya solo la defendíamos, con todo el ardor posible, solo unos pocos, pues éramos conscientes de estar hablando a las piedras y a las cucurbitáceas, de mayor o menor tamaño.

¿Necesita la filosofía una defensa? Creo que todo bien la necesita de continuo porque el mal no cesa para socavarlo, derrotarlo e intentar borrarlo de la faz de la tierra. El homo aeconomicus, el homo utile, el relativismo, la mentira, la codicia, el egoísmo, la soberbia… El mal, lógicamente, tiende a laminar todo bien: no debate con él, lo denosta, lo desacredita… y termina queriendo devastarlo y hacerlo desaparecer.

El índice de la obra es excelente y en él podrá hallar el lector muy desgranados los temas y aspectos relacionados con el contenido de la obra: la relación de la filosofía y la claridad del lenguaje y el léxico que la comunican (Pieper arranca de la conocida idea de Wittgenstein escrita en su Tractatus: «Lo que en principio se puede decir, debe poderse decir claramente, y sobre lo que no se puede hablar, vale s callar», servidor, ya sabe el lector de este blog, en sus cortas luces, habría repetido con Ortega que “la claridad es la cortesía del filósofo”; la idea del Tractatus es comentada con detalle por Pieper); de especial interés para mí es el “debate” que Pieper establece con Heidegger y Jaspers sobre la realidad posible, necesaria o imposible del creyente que filosofa: me quedo con los razonamientos de Platón y Pieper: “¿Forma parte del auténtico quehacer del que filosofa el incluir en su consideración informaciones sobre el mundo y la existencia, que no proceden de la experiencia y de argumentos de razón, sino de un sector que conviene designar con nombres, digamos, como «revelación», «sagrada tradición», «fe», «teología»? ¿Se pueden incluir legítimamente en el filosofar tales aserciones no demostrables empírica y racionalmente? Ahora bien, a esta pregunta respondo yo que esto no sólo es posible y legítimo, sino incluso necesario. Desde luego, antes de comenzar hay que poner esta tesis al abrigo de algunos posibles equívocos. Ante todo, hay que aclarar lo que no quiere decir. […] la tesis que tratamos de discutir aquí, dice más en concreto lo siguiente: un cristiano creyente, si al mismo tiempo quiere ser una persona que filosofa con seriedad existencial, no puede dejar fuera de consideración la verdad de la revelación aceptada por él con fe como divinamente garantizada”…

No entro en más detalles que luego, por conducto interno, correos o wasap, los fieles de esta parroquia me echan el perro: “Menos mal que has hecho un resumencillo general, pues si solo haces un resumen tendría que haberlo terminado mañana. Un saludín majete”.

 

Sin duda este libro, pienso, no es como diría Blas de Otero “para la inmensa mayoría”, sino como dijo Juan Ramón, “para la inmensa minoría”.  “Entre el clavel y la rosa, su majestad es-coja”, que le dijo Quevedo a la reina…

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