El caminante dejó los
caminos y pasó a las calles, que de todo Dios quiere. Se ha asentado una
temporada donde, siendo adulto, no vivió nunca: un pueblo. Al caminante que ha
dejado de serlo, le llama la atención que sus vecinas, y no tanto los vecinos,
compitan por enseñarle sus casas, sus viviendas. No les sofoca llevarlo a la
intimidad de la alcoba o del aseo donde se enseñorea un váter de color
inverosímil; pasea boquiabierto quien anduviera por todos los caminos y alcanza
la cocina: grande, ordenadísima, lustrosa, abarrota de chismes viejos, antiguos
y de modernos cacharros de plástico. Un periquito verdoso emite unos ruidos
horripilantes y el caminante que fue piensa que preferiría un jilguero o un
canario, aunque reconoce que nunca le gustaron los encarcelamientos gratuitos
de animales: jaulas caseras o de zoo. Los cuartos de los niños, que ya son
hombres y mujeres casados y que abandonaron el nido, parecen fotos de cursis
postales tan coloreadas como caducas: todo cuanto allí hay y ocupa camas,
estanterías, paredes… estuvo quizá de moda hace más de treinta años y como no
alcanzó título de clásico lo logra de sobra de basura: todo
merece irse a la escombrera, sin excusas, sin ambages… ¡todo, incluidas las
colchas, los cabeceros, los muñequitos, las muñecas…! No se precisa de un cura y
un barbero para quemar o salvar libro de la quema: no hay ni uno solo en los
cuartos de quienes fueron niños hace treinta años. Así entonces, así ahora.
El caminante que era, tras
salir de la casa y callar o alabar cuanto pudo, sin mentir, siente cierto
sonrojo, cierto apuro… La falta de modestia y pudor le abrumó un tanto.
Necesita sentarse a escribir lo vivido para sujetarlo en el papel y saber qué
sucedió. Escribir, incluso a los grafomaníacos, les ayuda al vivir cotidiano: poner
negro sobre blanco lo que sucede, de dentro y de fuera, que tanto da, es un
salto adelante y un alivio.
Se pregunta el excaminante
de dónde nace este afán por mostrar, enseñar… Todo está dispuesto para ser
visto que no usado. Orientado en el sentido de quien entra y mira: jarrones,
cuadros, pañitos, estanterías, más jarroncitos, más cuadritos colgados más
altos… todos brillantes, palmatorias de bronce y calderillos y braseritos casi
todos malas imitaciones de los antiguos… Todo abigarrado y disarmónico,
chirriante. No hay espacio donde posar los ojos y hallar la armonía ni el
equilibrio ni el buen gusto… Todo se halla expuesto y la mirada tropieza acá y
acullá sin saber a qué atender.
Se pregunta el excaminante
de dónde nace este afán por mostrarlo todo, enseñarlo todo, arrojarlo todo a
los ojos del otro en aluvión… Hace unos años el caminante que fue escribió unas
entradas sobre Calvino en este mismo blog. No puede recordar cuándo ni qué dijo,
pero las busca y las encuentra: junio de 2013. Lee ambas y se asombra de lo
escrito como si fuera ajeno. Será él, Juan Calvino, quien dirá que Dios bendice
el trabajo, un trabajo que, traducido en sus frutos, dará un mejor pasar por
este valle de lágrimas, así pues, el rico es bendecido por Dios y el pobre
ajeno a él. Si tengo es porque soy bueno, si no tengo es porque soy malo. Si mi
casa es buena, hermosa, llena de objetos valiosos es porque me porto bien,
porque Dios está de mi lado. Tengo, tengo, tengo… Al hombre, dice Aristóteles,
le gusta tener. El Aquinate dice que el hombre necesita tener… ¡un mínimo! El
mucho tener habla de la inseguridad de quien no se fía del mañana, a veces del
egoísmo o la avaricia, mas no siempre. Te enseño lo que tengo y te digo de mi poder, de
mi valer. ¿Qué tienes tú? ¿No recordamos acaso el “seréis como dioses” del
Génesis? ¡Ay, vanidad de vanidades!: todo es vanidad. La soberbia, la ambición
desmedida por poseer llamada codicia, “que es una idolatría”, según san Pablo. Todo es pura
ostentación.
El excaminante recuerda que
su amigo Epicteto sufrió varias veces el robo del vaso de barro donde en la
fuente bebía. Un día vio a un niño bebiendo en el cuenco de la mano. Regaló su
vaso y ya nunca más se lo robarían. El excaminante se echa de nuevo al camino y
recupera su condición de andarín que ve, mira, contempla, piensa… Algún día
también él enseñará su casa. ¿Quiere usted verla?
Buenísimo!!!
ResponderEliminarBuenísimo!!!
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