Realmente este libro que
vengo comentando es interesante, fácil y amable de leer. Para quienes tenemos
sobrepeso y estamos interesados en la salud este libro me parece excelente. Y
no, no me ha dado un duro su autor para que este humilde escritor publique esta
crítica en su blog. Me guía, como siempre, el servir a Dios y a usted.
He tomado muchísimas notas.
No es fácil resumirlas en dos entradas porque el momio y el grano que hallo es
mucho. La hojarasca poca.
La epidemiología, según el
doctor Martínez, no falla. Su grado de verdad por vía de evidencia no es
absoluto, pero sí se aproxima a él; sin embargo muchos de sus colegas, médicos,
nutricionistas, genios de la alimentación… de más o menos fuste aseguran que
tienen la dieta ideal, sin embargo, “¿Cómo es posible que cada médico,
nutricionista, gurú de la alimentación y autor de best sellers de dietas varias tenga su teoría sobre qué engorda y
qué no? Los intereses comerciales, los egos y el afán de ser «políticamente
correctos» han llevado a una situación donde todo se tergiversa y se rebaja la
ciencia como si tan solo fuese una opinión más. Así, lamentablemente, se
degradan las investigaciones basadas en grandes estudios con millones de datos,
tratados con rigor científico y que, tras pasar muchas cribas, son publicados
en las mejores revistas. Rebajar las certezas científicas para transformadas en
meras opiniones es hacerles mucho daño a la verdad y a la salud pública. No
todas las dietas propuestas son iguales -como no lo son las calorías-, ni
tienen el mismo fundamento”. Y aquí me va permitir mi amigo Miguel Ángel
Martínez que me pase al otro bando… y empiece una batería de dudas que me han
asaltado a lo largo de la lectura de la obra…
Él, mejor que yo y quizá que
usted, sabe que la ciencia, con minúscula o mayúscula, no es palabra de Dios.
Lo que ayer era plano hoy no lo es tanto y redondea. Lo que ayer la ciencia
defendió y demostró que era blanco, pasados unos años… es más bien gris, tirando
a oscuro. Aumentan nuestros conocimientos y se producen cambios en nuestras
certezas de ayer. Entiendo, sin embargo, que el problema es que mi tiempo, el
momento de que dispongo es ahora y, por tanto, lo que hoy sabemos es lo que nos
cuenta el doctor Martínez con la verdad por delante y me es útil hoy. Lo
aseguro porque lo conozco. Lo que suceda cuando esté en el cajetón no parece
que me vaya a afectar para adelgazar.
Al hilo de la lectura he ido
escribiendo y meditando. El autor no ha olvidado que hubo personas que no
fueron a la mili por ser estrechos de pecho, es decir, personas que por su
complexión, literalmente no daban la talla que se pedía para el ejército,
mientras otros la daban de sobra, ¿y puede tener el mismo peso, calculado en
una fórmula tan elemental, una persona y otra de los modelos citados? Tampoco
todos los niños nacen con el mismo peso: algunos son unos becerros y otros son
unos ratones… La ciencia, por mucha ciencia que sea, puede cambiar sus patrones
y sus asertos, pero el sentido común de lo que vemos, de lo que hemos visto,
etc. es tozuda como la realidad misma.
Me resulta extraño que la
leche y los embutidos (morcillas, lomos, salchichones, chorizos…) no formen
parte de lo que da en llamarse “dieta mediterránea”, pues entiendo que la leche
de cabra y su queso, su cuajada, etc. debía ser normal en las casas donde se
pudiera tener ganado, o se compraría o cambiaría; otro tanto pienso de los
derivados del cerdo: en toda casa por san Martín se mataba uno o más si la casa
era de posibles: se reunía la familia y se hacían chorizos, salchichones,
jamón, lomos, etc. Amén de la carne de caza (ciervo y jabalí), que se mezclaba
con la de cerdo para hacer esos mismos embutidos… Salvo que los nutricionistas
llamen “dieta mediterránea” a un conjunto de alimentos señalados por ellos, al
margen de lo que comieran los mediterráneos. Cierto que los aditivos,
conservantes, saborizantes, etc. que se añaden hoy en las fábricas a la carne
en forma de los embutidos citados seguro que son algo más que un tiro en el pie
de la salud.
En varias ocasiones,
supongo, habré citado una idea de Ortega al hilo de ciertas conversaciones
recurrentes. Anunció el filósofo, y no había que ser profeta, que el hombre con
el transcurso de los años viviría más. El problema no sería tanto la cantidad
como la calidad de ese vivir. Insiste el doctor Martínez en la noción de
“querer vivir más”: un afán como otro cualquiera. Entiendo, sin embargo, que no es lo primordial para todas las personas.
En concreto, a mí, personalmente que engordé tras dejar de fumar, me gustaría
perder peso, pero no me resulta atractivo vivir más, sin más… ¡depende de la
circunstancia de ese vivir! Lo que anhelo es ser feliz, no vivir más. Un vivir
con sentido. Alcanzar el grado de bobo a los 100 años no me resulta meta
apetecible. Además, y el doctor Martínez lo sabe, no me voy a morir ni un
segundo antes de que Dios quiera y lo permita.
Lean el libro, insisto, si
les ocupan y preocupan la alimentación, los kilos, las lorzas, las cartucheras,
las panzas cerveceras, la tos de la mañana que el tabaco provoca, el cáncer de
mama de la vecina, el colesterol, la tensión… pasará un rato agradable con esta
Salud a ciencia cierta que le
enseñará amablemente, sin regañarle, y le hará meditar sobre un mejor estilo de
vida.
COLBailarines. Fernando Botero. |
Me dice un amigo que los gordos también podemos ir al Cielo..., pues sí, pero tal y como lo pintan algunos en la Tierra nos van a poner en el infierno... Corren malos tiempos para los gordos y no así para otros "colectivos"... Un abrazo, don Carlos.
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