Siempre tuve las manos
pequeñas, con mucha fuerza en ellas y, además, tiraba muy bien piedras: deporte
de mi infancia que se practicaba contra los chicos de otras calles y otros
patios; no era en el pleistoceno. Hay testigos de cuanto digo y todos ellos son
gente de bien. Hubo, sin embargo, un hecho, de los muchos, que nunca me molestó
ni me retrajo ni me acomplejó: mis padres no creo que tuvieran noticias de él y
nunca protestaron ni salieron en “los medios” ni se armó cisco alguno. Entonces
campaba más por el común de los mortales el sentido común. No me admitieron
en el equipo de balonmano: tenía garra, elasticidad, empuje, fuerza…, pero
las manos pequeñas y eso nunca supuso una discriminación, una exclusión, ni un
complejo para mí: no abarcaba el balón. No llevé una estrella amarilla en la
camiseta, sino que orienté mis derroteros deportivos hacia el fútbol y el tenis
de mesa, la caza, el baseball, las carreras -entonces- de “campo a través”
-Mariano Haro era mi ídolo- y, ya digo, mis padres no pusieron ninguna querella
al colegio, ni al entrenador de balonmano del cole… “Sencillamente lo que no
puede ser, no pude ser y, además, es imposible”, según dicen que dijo el Gallo,
maestro del toreo (arte que tampoco desarrollé por falta de valor, que no de
talento y genio; y tampoco hubo queja).
¿Creen ustedes que sería
razonable que se pusiera una querella por discriminación al Real Madrid de
fútbol, el de toda la vida de Dios, porque no admitiera en su equipo de primera
a chavales con síndrome de Down, a chicas bajitas ¡o a mí con mis 57 años por
muy bien que le diera al balón en mi juventud!? “QUERELLA CONTRA EL REAL
MADRID Y FLORENTINO PÉREZ POR DISCRIMINACIÓN", ese el titular. La
entradilla: “Dos chicos con discapacidad física, que se desplazan en sillas de
ruedas, no han sido admitidos por el Real Madrid en la preselección de
jugadores alevines. Los entrenadores han alegado bla bla bla”.
Recuerdo que, cuando me
llevaron a la mili, ¡porque ir no fui!, no hacía nada más que pensar y
remirarme para ver si tenía algún defecto que me ayudara a eludir el alistamiento.
No había defecto ni tacha para semejante servicio al Rey. Es lo que hubo. Se
libraban los sordos, los tartamudos, a quienes les sudaban las manos, los heroinómanos,
los bajitos, los estrechos de pecho, los pies planos… y a quienes el sorteo del
destino les fue benéfico y salieron excedentes de cupo, todas las mujeres y los
chicos con síndrome de Down. A lo mejor lo hay, pero no recuerdo a nadie de mi
quinta, ni haber leído en los periódicos, que alguien se presentara en la caja
de reclutas a reclamar por haberse librado de la “mili” (es posible que lo hubiera
porque, como también dijo el Gallo de Ortega, “Hay gente pa too”; se ve que don
Rafael era también filósofo, como don José, pero de pueblo y bajos vuelos).
La “sociedad” y “nosotros”,
usted me comprenderá, espero, no somos responsables, ni culpables de tantas
realidades humanas indeseables, pero esto de las quejas, denuncias, pataleos…
de los papás porque a sus niños con necesidades especiales los rechazan en
campamentos, cursos, etc. me parece que es dar patadas contra el aguijón o
sencillamente un contradiós. Cuando hay que demostrar lo evidente, lo dijo
Marías, que no era torero, pero sí filósofo, es porque corren malos tiempos,
muy malos tiempos, es decir, ¡¡peores!! Como ahora.
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