Tiene su lógica en mí padecer la
sensación de que siempre llego tarde a determinados autores y sus obras. “Lee
lo que se quede de pie”, me dijo don Alfonso Sancho hace unas décadas y, salvo
alguna desobediencia puntual (que pagué con impresión de invertir mi tiempo en
naderías), le hago caso y leo lo que está
de pie, aquello que resiste el tiempo y se hace valioso… Es por tanto
necesario ejercer la paciencia, barajar para ver qué pasa… Y saber que llegaré,
que llego seguro sobre lo valioso de lo que leo… ¡Hasta donde me da de sí la
vida! Vaya lo uno por lo otro. A muchos, por desgracia, ni llego.
El libro que comento incluye las
cuatro primeras obras de Claudio Rodríguez: Don
de la ebriedad, Madrid, Adonáis, 1953, (Premio Adonáis); Conjuros, Torrelavega, Ed. Cantalapiedra,
1958; Alianza y condena, Madrid,
Revista de Occidente, 1965, (Premio de la Crítica); y, por último, El vuelo de la celebración, Madrid,
Visor, 1976.
Perdóneseme que comente el libro
y no obra por obra, aunque algo diga de ellas, quizá más abajo.
Se me antoja dura la poesía de Claudio Rodríguez tras leer a Aleixandre. A veces
ocurre también con los sabores, los olores, con las sensaciones en general… No
sé si el término es dura o fuerte. Quizá lo segundo. Perfiles
agudos, metáforas de elementos alejados o que no hallo. Me hace Rodríguez mirar
una Castilla, que me aprendí y vi en los versos, sobre todo, de Machado, y las
prosas de Azorín… Estos dos autores, como Baroja o Unamuno, todos del 98, no son naturales de Castilla y
Rodríguez lo es de Zamora. Cierto que como aquellos gusta de caminar por los
campos, pero esos campos son los campos que desde niño vio el castellano, sus
campos (su familia tenía tierras), los caminos que conocía y vivió. Tiene una
mirada singular. Libera a la palabra de su función comunicativa funcional y la
dota de connotaciones extraordinarias que reviven en el lector realidades
novedosas en otros equilibrios, dicho con perdón, quizá de la pedantería.
Internet es abrumador. Pido algún
dato que confirme algunas de mis impresiones y quedo sepultado por la
sobreinformación. Veo una entrevista del poeta y ahí está…, mas ¿cómo llegar a
todo? ¡Qué amable me resulta Rodríguez!: sonriente, explícito, cercano, afable…
No lo conocía. Es la poesía para el poeta castellano, según dice, “una aventura
segura”, “un seguro azar”, siguiendo
el título de Salinas. Es don, pero es pericia que da ritmo al verso, y ese don
conduce al entusiasmo, a la ebriedad… Si la vida no tiene por qué ser poesía
(el biografismo en que, a veces,
caemos al interpretar un texto), sí que la poesía es vida, forma parte de la
vida y muy especialmente de algunas personas. Sigo leyendo…
Los versos y
el poema, los poemas, que hallamos en Don
de la ebriedad, en apariencia narrativos, cuentan con más lances y quiebros
sorprendentes que narración de vida. Las imágenes inesperadas desencajan al
lector atónito. ¿Con quién habla el poeta -me pregunto-, quién es el tú a que
se dirige? ¿Es acaso otro yo, el poeta desdoblado, a quien cuenta su andar sin
aparente rumbo a quien describe campos carentes de seres humanos? Todo parece
partir de una esencia misma hacia un fin y el poeta sorprende a la realidad,
esa la que sea, en ese momento inicial, adámico y virginal, desde la
perspectiva subjetiva que la mira.
El poeta,
conocedor de las tierras y sus pobladores, plantas y pájaros -casi siempre-, habla
con el surco y se convierte en grajo, en hijo de una madre que calla, que no
parece existir. Cuando habla a las personas estas no son tales, pues ninguna
responde: nadie le responde ni se dirige a él, el poeta, me atrevo a decir,
casi les habla dirigiéndose a sí propio… Me ensimisma esta poesía. No diré que
me hipnotice, pero me impele, me obliga a leer y leer y releer algún verso. El
poema largo, abundante, en Conjuros
me abruma y me pierdo. El sucederse de las imágenes me desconcierta y confunde.
Mi lectura, imperceptiblemente, se hace agrado y gozo.
La poesía en general de
Claudio Rodríguez la califico de sorprendente, cautivadora, enigmática,
difícil, sugerente, fresca. Y a renglón seguido me pregunto si algo puede ser
todo eso, siendo a su vez tan contradictorio. ¿Qué tiene su poesía que siendo
de compleja o difícil comprensión... cautiva, incita al lector a seguir verso a
verso, poema tras poema? Me da la impresión de que el poeta llega a lo profundo
del lector: al inconsciente, al sentimiento, a la irracionalidad, a las
emociones... y todo ello se despierta por las imágenes, las sugerencias... El
poeta habla del poema como misterio y aventura. El autor se lanza a lo desconocido
armado de las palabras, de las imágenes, de las vivencias y plasma un mundo
particular, personal, pero no por ello intransferible, traducible a la
experiencia de quien siente y lee, de quien ha vivido.
Discúlpeme. Aquí me paro… Corto y pego de Yubero
Ferrero (http://www.cervantesvirtual.com/portales/claudio_rodriguez/semblanza/)
“La finalidad de la poesía, solía decir, es «hallar
la certeza única, el nudo que ate y dé sentido a tantas imágenes rotas, tanta
oscura presencia, tanta vida sin tino». El mundo lírico expresado así expresado
se resuelve en canto y celebración, siempre en una irrenunciable voluntad de
salvación de la realidad”. Y yo me voy contento, feliz… de mi corazón a esos
otros asuntos de los demás y míos…
Antonio, tienes buena pluma para escribir y dar matices. Y sensibilidad de escritor artista. Lo veo en tu blog. Gracias por tu libro Educar para el trabajo. Me ayudó para aprender a ser profesor, un poco más, cuando estaba empezando. Y más en concreto por ejemplo me ayudó a enfocar las tutorías, con alumnos y con sus padres. Queda con Dios. Un abrazo fuerte desde Granada.
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