Un año más, quien sea -ni lo sé
ni creo que me importe demasiado- mantiene entre las lecturas “recomendadas”
para la Selectividad a ese prestigiosísimo y reconocido escritor llamado
Alberto Méndez, autor de una única obra compuesta por cuatro cuentos, como
modelo de la novelística de postguerra. Cela, Delibes, Torrente, Ana María
Matute, Martín Gaite, Laforet, Sánchez Ferlosio, Aldecoa… Muñoz Molina, Pérez
Reverte, Marías, Trapiello, Eduardo Mendoza… ¡esos pardillos! España siempre
será una unidad de destino para lo inútil, el rencor y la envidia… y que no
pare la música.
Dicho esto, sin acritud, celebro
que se haya cambiado Luces de bohemia por
Historia de una escalera. Una obra de
teatro por otra, una de la preguerra por otra de la postguerra, Valle por
Buero… Dos clásicos. Dos obras maestras. Tan indiscutible Valle como el Buero
del franquismo, para mí, el mejor Buero, el Buero inolvidable… Si el primer
párrafo, en tanto que alegato, es norma de este blog al comentar de pasada las
lecturas del curso 2º de bachillerato, no lo es menos la pregunta que me hago y
que aventura ¿quiénes leerían a Buero si no fuera por la “recomendación” de la universidad?
(¿¡Qué se podrá hacer en España sin recomendación y sin padrino!?). Aquí me
quedo. Supongo que nadie leería a Baroja ni a Buero, ni a Machado y aún así… no
creo que sean muchos los alumnos que los lean y disfruten. Y que siga el
reparto de cartas, ¡que no cese!
Como es lógico no voy a comentar Historia de una escalera a estas
alturas, que reeleré con gusto en los próximos días. Quizá diga aporte algunas
impresiones de lo que halle entre mis recuerdos de lo leído hace años -un par
de veces al menos- y lo que ahora, ya viejo, leo en ella.
El libro de Doménech, editado por
Gredos, me transporta. La colección Románica Hispánica es un clasicazo de todos
cuantos anhelábamos ir más allá en el conocimiento de la Literatura. Se
empezaba por las obras de AUSTRAL, se ascendía en la facultad a Cátedra,
Castalia… ¡y Gredos! donde publicaban los grandes santones, los intocables, de
la época: catedráticos de la Complu, de Oviedo, de… ¡libros carísimos,
impagables, de páginas intonsas! Pasear hoy por sus páginas de color caña es
volver a ver: sí, vivir es ver volver, decía José Martínez Ruiz… Hoy, sin
embargo, lejos de aquellos años cándidos, años de aprendizaje, de verdadero
gustazo al pasar las páginas, al aprender al adentrarme en las obras de los
autores, en sus interrelaciones con otros escritores o pensadores, en sus
influencias, en sus mecanismos que quedaban más o menos al descubierto… ¡Qué
selectiva es la memoria! Ahora, sin embargo, cuando releo a Doménech lo que me
cuenta “me suena”: ya lo leí, ya lo estudié… En parte lo olvidé, pero no tiene
el carácter brillantemente atractivo de lo nuevo. Esa urraca que es el hombre,
que tanto gusta del brillo de lo flamante… se retrae ante lo ya visto y sabido…
bestia cupidissima rerum novarum, es el hombre, se dice.
Si vivir es ver volver, don Jorge tenía razón: las aguas de curso
arriba, las aguas pasadas, el tiempo vivido en el recuerdo actual fue mejor:
“cualquiera tiempo pasado/fue mejor”. Ya no me resulta novedoso lo leído y
sabido desde hace años: Buero pregunta al espectador por boca de sus personajes
(figuras los llamaba Spang, si no recuerdo mal), y el espectador inquirido debe
hallar respuesta a los problemas que se plantean: problemas sociales y
existenciales (no confundirlos unos con otros), las limitaciones del hombre: la
ceguera…, porque quien no ve es como quien no sabe: ciegos en El Concierto de San Ovidio, ciegos en La fundación… ¿Qué hay de la
libertad y el destino? nos espeta don Antonio. ¿Es el hombre libre, se puede
librar de la escalera heredada… o el status viatoris es yugo
insalvable que no deja resquicio a la libertad…? Y así el espectador no puede
permanecer pasivo: los actores no le permiten arrellanarse en su butaca, se ven
inmersos esos espectadores en la realidad que de continuo demanda su elección
en dilemas o trilemas…, entre malo y peor, ante el asombro de la injusticia que
nos impele, la mentira, la modorra que nos adormece y Buero nos lleva a la
tragedia entendida como búsqueda y medio del sentido de la existencia… El
hombre se autoconstituye en la acción, dice Aristóteles. Otro tanto nos repite
Buero… El espectador, en tanto que persona, se cuestiona, se asombra, se
pregunta y empieza a revivir: el hombre no es una cosa, se mueve, necesita
perfeccionarse y perfeccionar su entorno, a los de su entorno… y y ahí empieza
la “salvación” de la tragedia que es toda vida… Sí, ahí está El tragaluz, pero usted elige. Tú debes tirar necesariamente de
continuo, obligatoriamente… ¡te toca!
¡Qué de ratos amables de lectura so capa de estudio! Lecturas de obras
críticas, de obras de los autores, de Buero
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