6 de noviembre de 2017

Ishiguro, Kazuo: LO QUE QUEDA DEL DÍA



Toda actividad humana tiene trascendencia. Todo trabajo, todo quehacer, todo empleo, toda vida por mínima e insignificante que en apariencia sea es importante, única e irrepetible. En la novela de Kazuo Ishiguro el protagonista es el mayordomo de una gran residencia inglesa habitada por lord Darlington: solo de este se habla que habitase esa mansión; él y sus sirvientes: mayordomo, ama de llaves, doncellas, cocineras, jardineros… ¡una legión! Nos cuenta la historia Stevens, el mayordomo, quien se irá de viaje durante unos días para visitar a la antigua ama de llaves de la mansión, miss Kenton. El lector, desde el primer momento, intuye que hay algo más que una mera visita formal, de trabajo… Excelente obra de Ishiguro.

El autor por boca del mayordomo va deslizando temas variados relacionados con las vivencias de Stevens en Darlington Hall y que va confesando al lector de forma muy precisa, de un modo casi servil, pues el mayordomo se siente profundamente afectado hasta lo más profundo de su ser por su oficio y la trascendencia del mismo. Habla de su padre, que también fue mayordomo, así como de otros que lo fueron famosos y sirvieron en casas de gran fuste en lo político y en lo económico: antiguas familias de rancio abolengo. Por Darlington Hall, para ver a lord Darlington, pasarán grandes personajes de la historia de Inglaterra que no participan sino como figurantes en la novela: Churchill, von Ribbentrop, etc.

La obra confesional se va deslizando por temas, insisto, diversos, pero ordinarios: la limpieza de la plata, tal y cual suceso relevante para el servicio de la casa, cómo Stevens en su viaje en el coche de su nuevo señor -un multimillonario americano- se queda sin gasolina y recala en casa de unos aldeanos que lo confunden con un gran señor, menos el médico que comprende que, en realidad, su señorío no es otro que el roce con los verdaderos grandes señores... Stevens se siente orgullosísimo de su trabajo. Su servicio de copas, de tabaco, de orden de la casa, en los grandes eventos, son medios capitales para la buena marcha de las relaciones internacionales en las que participan esos grandes señores que pasan por la mansión, que él organiza y lleva con suave mano de hierro y a la que se debe en cuerpo y alma. Incluso por atender al servicio no llegó a acompañar a su padre, que servía en la misma mansión y en esta agoniza, en el momento de su muerte porque la obligación está por encima de cualquier otro quehacer. Como modelo de ello, cuenta la anécdota de un mayordomo que, estando con su señor en la India, entró en el salón antes del almuerzo, o cena, y le comunicó a este con gran discreción que, bajo la mesa del comedor, donde en breve pasarían, había un tigre, a lo que su señor le pide que solucione el problema sin escándalo: al rato vuelve el mayordomo, cargado de la dignidad que tanto preocupa a Stevens, diciendo que se ha solucionado el problema e incluso ha dado tiempo a limpiar la sangre vertida… Los señores pueden pasar al comedor. Todo un modelo de discreción y de dignidad, palabra, insisto, sobre la que una vez tras otra vuelve Stevens… Un mayordomo sin dignidad nunca podrá alcanzar la categoría de un gran mayordomo…

Hasta el último capítulo el lector no alcanzará el sentido del título, Lo que queda del día. Magnífica novela, excelente el modo en que el autor lleva por la estructura sinuosa, lenta, suave, agradable al lector hasta comprender al final… qué debe meditar el lector y, sin duda, no es baladí el tema. Ya los maestros griegos en sus escuelas enseñaban a examinarse a sus discípulos: cómo hacerlo por escrito, cómo hacerlo más de una vez al día, anotar los propósitos o metas… ¡Qué importante aspecto de nuestra vida! A Stevens el examen no le coge por sorpresa, pero sí la meta, el propósito: quizá erró su disparo, el sentido de su existencia. Será tras la conversación con miss Kenton, el ama de llaves, cuando comprenda que todo cuanto nos venía contando durante más de doscientas páginas quizá sea solo paja, solo bagatelas, lata reluciente bajo nombres altisonantes de personas, de lugares, de actitud o supuestas virtudes mal interpretadas, mal vividas, que vienen a dar en hipocresía o en el “deber ser” kantiano, pero vacíos de verdadera vida, de verdadera virtud… Efectivamente, nunca es tarde si queda tiempo, será cuestión de aprovechar Lo que queda del día.

Le aconsejo la novela del último premio Nobel de Literatura, creo que no se arrepentirá.

2 comentarios:

  1. Fantástica novela, y el film un peliculón.

    ResponderEliminar
  2. Gracias por su apunte. Intentaré ver la peli; eso me han dicho. Si la logro ver pronto quizá pueda comentar algo aquí... Un saludo

    ResponderEliminar