Toda
actividad humana tiene trascendencia. Todo trabajo, todo quehacer, todo empleo,
toda vida por mínima e insignificante que en apariencia sea es importante, única
e irrepetible. En la novela de Kazuo Ishiguro el protagonista es el mayordomo
de una gran residencia inglesa habitada por lord Darlington: solo de este se
habla que habitase esa mansión; él y sus sirvientes: mayordomo, ama de llaves,
doncellas, cocineras, jardineros… ¡una legión! Nos cuenta la historia Stevens,
el mayordomo, quien se irá de viaje durante unos días para visitar a la antigua
ama de llaves de la mansión, miss Kenton. El lector, desde el primer momento,
intuye que hay algo más que una mera visita formal, de trabajo… Excelente obra
de Ishiguro.
El
autor por boca del mayordomo va deslizando temas variados relacionados con las
vivencias de Stevens en Darlington Hall y que va confesando al lector de forma
muy precisa, de un modo casi servil, pues el mayordomo se siente profundamente
afectado hasta lo más profundo de su ser por su oficio y la trascendencia del
mismo. Habla de su padre, que también fue mayordomo, así como de otros que lo
fueron famosos y sirvieron en casas de gran fuste en lo político y en lo
económico: antiguas familias de rancio abolengo. Por Darlington Hall, para ver
a lord Darlington, pasarán grandes personajes de la historia de Inglaterra que
no participan sino como figurantes en la novela: Churchill, von Ribbentrop,
etc.
La
obra confesional se va deslizando por temas, insisto, diversos, pero
ordinarios: la limpieza de la plata, tal y cual suceso relevante para el
servicio de la casa, cómo Stevens en su viaje en el coche de su nuevo señor -un
multimillonario americano- se queda sin gasolina y recala en casa de unos
aldeanos que lo confunden con un gran señor, menos el médico que comprende que,
en realidad, su señorío no es otro que el roce con los verdaderos grandes
señores... Stevens se siente orgullosísimo de su trabajo. Su servicio de copas,
de tabaco, de orden de la casa, en los grandes eventos, son medios capitales
para la buena marcha de las relaciones internacionales en las que participan
esos grandes señores que pasan por la mansión, que él organiza y lleva con
suave mano de hierro y a la que se debe en cuerpo y alma. Incluso por atender
al servicio no llegó a acompañar a su padre, que servía en la misma mansión y en
esta agoniza, en el momento de su muerte porque la obligación está por encima
de cualquier otro quehacer. Como modelo de ello, cuenta la anécdota de un
mayordomo que, estando con su señor en la India, entró en el salón antes del
almuerzo, o cena, y le comunicó a este con gran discreción que, bajo la mesa
del comedor, donde en breve pasarían, había un tigre, a lo que su señor le pide
que solucione el problema sin escándalo: al rato vuelve el mayordomo, cargado
de la dignidad que tanto preocupa a Stevens, diciendo que se ha solucionado el
problema e incluso ha dado tiempo a limpiar la sangre vertida… Los señores pueden
pasar al comedor. Todo un modelo de discreción y de dignidad, palabra, insisto,
sobre la que una vez tras otra vuelve Stevens… Un mayordomo sin dignidad nunca
podrá alcanzar la categoría de un gran mayordomo…
Hasta
el último capítulo el lector no alcanzará el sentido del título, Lo que queda del día. Magnífica novela,
excelente el modo en que el autor lleva por la estructura sinuosa, lenta,
suave, agradable al lector hasta comprender al final… qué debe meditar el
lector y, sin duda, no es baladí el tema. Ya los maestros griegos en sus
escuelas enseñaban a examinarse a sus discípulos: cómo hacerlo por escrito,
cómo hacerlo más de una vez al día, anotar los propósitos o metas… ¡Qué importante
aspecto de nuestra vida! A Stevens el examen no le coge por sorpresa, pero sí
la meta, el propósito: quizá erró su disparo, el sentido de su existencia. Será
tras la conversación con miss Kenton, el ama de llaves, cuando comprenda que
todo cuanto nos venía contando durante más de doscientas páginas quizá sea solo
paja, solo bagatelas, lata reluciente bajo nombres altisonantes de personas, de
lugares, de actitud o supuestas virtudes mal interpretadas, mal vividas, que
vienen a dar en hipocresía o en el “deber ser” kantiano, pero vacíos de
verdadera vida, de verdadera virtud… Efectivamente, nunca es tarde si queda tiempo,
será cuestión de aprovechar Lo que queda
del día.
Le
aconsejo la novela del último premio Nobel de Literatura, creo que no se
arrepentirá.
Fantástica novela, y el film un peliculón.
ResponderEliminarGracias por su apunte. Intentaré ver la peli; eso me han dicho. Si la logro ver pronto quizá pueda comentar algo aquí... Un saludo
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