Con retraso… ¡como tantos
quehaceres!
Está la casa donde vivo junto a
una escuela. A diario oigo a los niños al entrar y al salir, cuando gritan y
juegan en el patio. Una puerta pequeña de hierro da acceso desde la calle al
aula por donde acceden los más pequeños. Los “No, no, no… ¡¡mamááá´!!”
desgarradores de algunos de ellos me parten el alma. Alguna vez he llegado a
salir a la puerta para… nada. La escuela, por mil motivos, desde que somos
niños, no es amable, no resulta un lugar agradable, es un espacio indeseable…
salvo, quizá, para algunos pocos, algunas veces. Venía a decir un excelente
poeta español, Juan Ramón Jiménez, que la escuela es una institución penal
dedicada a asesinar nuestra infancia; esta idea la popularizo Leopoldo María
Panero, otro poeta, cuando su madre le preguntó qué opinaba de sus años escolares…
Me adhiero absolutamente a ello. ¡Cuántas vidas torturadas entre pizarras,
lápices, planillas, mesas y malos ratos!
Pasan los años y se comprende la
dificultad que comporta hacer atractiva la escuela, el aprendizaje que en ella
se quiere llevar a término. Es cierto que la letra no entra con sangre -como la
aprendí yo-, pero no lo es menos que aprender es costoso, supone esfuerzo,
empeño, orden, tenacidad, paciencia, espíritu deportivo, concentración,
ilusión… y tener un para qué. El para qué de tantas actividades (y
activismos) de nuestra vida nos descubre el sentido de aquello en que
invertimos nuestra vida: tiempo, imaginación, inteligencia, empeño, dinero,
ilusión… Me paro y me pregunto para qué
escribo estas líneas y lo tengo claro: para hacer reflexionar al lector y
así ayudarle en su meditación a tomar algunas decisiones que le ayuden a
crecer, a mejorar, a ser más feliz, si es posible. No sé para quién escribo:
eso también es cierto. Si lo supiera, si pudiera encabezar mi escrito con un
“Querido Ángel”, “Estimada Elisa”… eso me ayudaría mucho, pero no lo sé… Voy a
acotar a mis lectores a partir de aquí, si no les incomoda… Me voy a dirigir a
bachilleres, adolescentes y jóvenes universitarios y así me centro un poquito.
En España en este otoño veraniego
en gran parte de ella ha comenzado ya el cole, el instituto, la universidad… Las
clases se han puesto en marcha. Las vacaciones son un pasado pluscuamperfecto.
Los primeros días de material y libros con olor a tinta, clases y colegas
conocidos y por conocer, nuevos profesores…. ¡son maravillosas novedades! Y están
por llegar el tedio de las largas horas de estudio no ya tanto en las aulas
como en casa, las clases particulares, los deberes penosos de los bachilleres
traducidos en ejercicios y ejercicios tantísimas veces inútiles. Las largas
tardes de calles oscuras y mesa de estudio.
Expongo una teoría sobre una
práctica y un quehacer que cada uno debe hacer virtud. El para qué no se da:
cada uno tiene el suyo y o lo encuentra o… ¡mal negocio! Uno no estudia para ser algo: sería triste alcanzar la
conversión en botijo o arado, por ejemplo. Todos somos un quién, un alguien,
¿luego? Luego ese no es el motivo. Sabemos hoy que los estudios que realizamos
bachilleres y universitarios ni siquiera nos garantizan un mañana mejor
económicamente, un empleo futuro… Sí dependerán, pero solo en parte, de
nuestros estudios y de las capacidades que hayamos adquirido en ese trayecto recorrido.
Se estudia, se pone esfuerzo para aprender y ese aprender puede llevarnos al
conocer y al saber y, cabalgando sobre ellos, se puede alcanzar la felicidad.
Las virtudes de las que hablé arriba, y el saber… nos ayudan como unas muletas
a caminar hacia la verdad, con sinceridad… Y todo eso, para un bachiller, suele
quedar lejos y para muchos universitarios oculto.
Seguir un horario semanal… que
quiere decir de siete días, que no de cuatro. ¿¡Cuántos son los estudiantes que
dejan los libros el viernes al medio día para no tocarlos hasta el lunes por la
mañana? Semana procede del latín septimāna
y en su primera acepción el diccionario de la RAE la defines como:
“1. f. Serie de siete días naturales consecutivos, del lunes al domingo”.
Insisto, perdona: siete y no cuatro. Es imprescindible un horario que soporte
un proyecto de vida cotidiana que no incluye solo tiempo de estudio, sino
también deporte, amigos, lecturas…, aficiones. En el cumplimiento ordenado,
constante, prudente del horario se verá si tu para qué tiene fuste o no, si es
capaz de mantener un esfuerzo sostenido o es un mero engaño sobre un papel
(tenlo escrito, como hacían ya los discípulos de las academias griegas antes de
Cristo y reléelo con frecuencia). Si repartes los quehaceres y el tiempo,
insisto, con prudencia y flexibilidad, verás que eres eficaz. No intentes ir al
día: quizá no sea posible, pero cuenta con los cinco módulos de los fines de
semana: viernes por la tarde y los cuatro de sábado y domingo mañanas y tardes;
procura ir a la semana. Si no llegas, algo pasa… ¿Te distraes en la mesa de
estudio? ¿Te falta concentración? ¿Con qué te despistas? ¿En qué piensas? ¿No
cumples con la palabra que te diste a ti mismo? ¿Sabes cómo enfocar el estudio
de esa materia? ¿Sabes lo que pretende el profesor? ¿Haces resúmenes o
esquemas? ¿Preparas los exámenes con antelación? ¿Qué proceso sigues para
memorizar? Si eres universitario, ¿amplías tus apuntes de clase o te ciñes a
ellos?...
Leído con gusto y agrado, llevado por tu buen castellano, disfrutando de las letras y las ideas envuelto en recuerdos muy gratos. Un fuerte abrazo y muchas gracias Don Antonio José
ResponderEliminarQuerido Antoniojosé,
ResponderEliminarTe agradezco enormemente la generosidad de compartir con todos tus lectores estas reflexiones. Te animo a que lo sigas haciendo. ¿Podrías comentarnos algún día algo sobre la vida y/u obra de Leopoldo María Panero, o de su hermano Juan Luis?
Un afectuoso abrazo.
Antonio Díaz Negrillo.