Ya
sabemos que el tiempo pasado da una pátina de melancolía deformante a los
recuerdos: de ordinario los dulcifica, los falsifica. ¡Secuelas de la memoria y
el tiempo! Aún recuerdo cuando contaba mis propios libros, los libros comprados
con mis ahorrillos… “cuarenta y ocho, cuarenta y nueve… ¡y cincuenta!”. La
inmensa mayoría de ellos eran ediciones de la vieja AUSTRAL -alrededor de 25
pesetas el ejemplar y una paga de cinco pesetas a la semana: ¡mejor no echar
las cuentas!-.
Busco
en la A, en poesía, Sombra del paraíso,
de Aleixandre, y me encuentro junto a él, una selección de poemas de Pere
Gimferrer, Antología total, editados
por Círculo, con octavillas que separan muchas de sus páginas y señalan poemas,
unos poemas que no recuerdo por qué los leí: causas que se llevaron los años y
que se tragó la desmemoria y su agente el tiempo… ¡Un libro del que ni siquiera
me acordaba! Ignoro por qué lo compré y cuándo, por qué leí esos poemas, cuánto
me costó ¿¡y acaso importa!? Lo echo en la bolsa de viaje y sigo pensando que
la poesía, seguro, es para el verano… (¡no me sé ni los libros de mi casa!).
Me
acerco a Aleixandre, tras leer a Dámaso Alonso, porque fue precisamente este
quien lo codujo al cultivo de la poesía, cuando se conocieron en Las Navas
(Ávila) allá por 1917. Aleixandre apuntaba a novelista, pero se dejó raptar por
la poesía, de la que hablará después en términos muy semejantes a como lo
hiciera Juan Ramón de ella.
Es
la poesía de Aleixandre, a ratos y por versos, dolorida y pesimista, pero nunca
agria y desabrida: bondadoso y pacífico… él, tiene Aleixandre una muy
particular sensibilidad para captar la armónica belleza del mundo en torno y
sus disidencias. Panteísta, ateísta… en lo religioso y con un anhelo de
comunión con el todo que es puro deseo. El poeta en sus versos se bate y rebate
con un mundo ideal, soñado, real, anhelando y anhelante de realidades dulces... y
feroces resultados. El amor es un intento de comunión con lo absoluto… Lo que
no deja de ser, con todos mis respetos, un brindis al sol que poco añade, pues
si en parte es cierto, no lo es menos la presencia de un deseo carnal so capa
de figuras literarias: símbolos, metáforas, símiles..., o no.
En Sombra del paraíso escribe el poeta de un momento presente (la
vida, como dice Ortega, siempre es ahora),
un momento de consciente oscuridad y de estremecimiento doloroso. Todo ello
debido a que lejos, antes, en otro momento, quedó lo maravilloso pasado:
idealización de la infancia, la pureza de un mundo primitivo, natural. En el
trasfondo del libro halla el lector la pesadumbre y la maldad, el artificio y
la mentira de un mundo deteriorado por la malicia del hombre. El poeta no
luchará por recuperar el mundo perdido, ese paraíso bueno en su origen, sino
que se resigna a lo perdido a sabiendas de que su recuperación es imposible.
Hallamos, por tanto, más nostalgia que ímpetu, más aceptación que magnanimidad.
Se ha escrito mucho sobre la
influencia de la Filosofía, de cierta Filosofía, en Aleixandre que ha llevado su
poesía por los caminos de la irracionalidad, especialmente en algunas imágenes.
Se han señalado como influencias a Heráclito, Parménides, Nietzsche, Unamuno,
Valéry o Freud (al que leyó en su juventud)… Todo ese supuesto influjo forma
parte, en algún grado, de una reiteración de una misma idea largamente
repetida, pero no siempre firme y claramente demostrada, leo. Él siempre negó
un arraigado ascendiente del surrealismo, pues no llegó a practicar la
escritura automática, y confirma que tuvo el dominio racional sobre su
creación, pero esto no es óbice para que hallemos imágenes distorsionadas,
sobrevenidas de la disyunción… propias de ese movimiento.
Los
poemas inclusos en Sombra, escritos entre
el 39 y el 43, los ordena Aleixandre sin respetar un orden cronológico de
creación (Bousoño y Leopoldo de Luis los han estudiado y hago gracia al lector
de algo, para él, quizá, como para mí, accidental meramente ahora). El lector
se pierde a veces, quizá poco avezado, entre las sugerencias aleixandrinas de
sus versos y ha de retomar la lectura, cuando versos abajo comprende que se
distrajo, se ensimismó versos arriba y ha de volver a lo que el poeta alumbra.
Porque su creación engendra o ilumina realidades que el pensamiento del todo no alcanza.
Van
cayendo cadenciosos los versos, las palabras, las imágenes del sevillano en
alguna parte que este lector ignora. Lo que lee lo va cautivando, lo aquietan más que lo excitan esas irracionales sinrazones de las que solo aquel lugar
sabe.
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