12 de agosto de 2017

Aleixandre, Vicente: SOMBRA DEL PARAÍSO


   Ya sabemos que el tiempo pasado da una pátina de melancolía deformante a los recuerdos: de ordinario los dulcifica, los falsifica. ¡Secuelas de la memoria y el tiempo! Aún recuerdo cuando contaba mis propios libros, los libros comprados con mis ahorrillos… “cuarenta y ocho, cuarenta y nueve… ¡y cincuenta!”. La inmensa mayoría de ellos eran ediciones de la vieja AUSTRAL -alrededor de 25 pesetas el ejemplar y una paga de cinco pesetas a la semana: ¡mejor no echar las cuentas!-.

    Busco en la A, en poesía, Sombra del paraíso, de Aleixandre, y me encuentro junto a él, una selección de poemas de Pere Gimferrer, Antología total, editados por Círculo, con octavillas que separan muchas de sus páginas y señalan poemas, unos poemas que no recuerdo por qué los leí: causas que se llevaron los años y que se tragó la desmemoria y su agente el tiempo… ¡Un libro del que ni siquiera me acordaba! Ignoro por qué lo compré y cuándo, por qué leí esos poemas, cuánto me costó ¿¡y acaso importa!? Lo echo en la bolsa de viaje y sigo pensando que la poesía, seguro, es para el verano… (¡no me sé ni los libros de mi casa!).

    Me acerco a Aleixandre, tras leer a Dámaso Alonso, porque fue precisamente este quien lo codujo al cultivo de la poesía, cuando se conocieron en Las Navas (Ávila) allá por 1917. Aleixandre apuntaba a novelista, pero se dejó raptar por la poesía, de la que hablará después en términos muy semejantes a como lo hiciera Juan Ramón de ella.

   Es la poesía de Aleixandre, a ratos y por versos, dolorida y pesimista, pero nunca agria y desabrida: bondadoso y pacífico… él, tiene Aleixandre una muy particular sensibilidad para captar la armónica belleza del mundo en torno y sus disidencias. Panteísta, ateísta… en lo religioso y con un anhelo de comunión con el todo que es puro deseo. El poeta en sus versos se bate y rebate con un mundo ideal, soñado, real, anhelando y anhelante de realidades dulces... y feroces resultados. El amor es un intento de comunión con lo absoluto… Lo que no deja de ser, con todos mis respetos, un brindis al sol que poco añade, pues si en parte es cierto, no lo es menos la presencia de un deseo carnal so capa de figuras literarias: símbolos, metáforas, símiles..., o no.

  En Sombra del paraíso escribe el poeta de un momento presente (la vida, como dice Ortega, siempre es ahora), un momento de consciente oscuridad y de estremecimiento doloroso. Todo ello debido a que lejos, antes, en otro momento, quedó lo maravilloso pasado: idealización de la infancia, la pureza de un mundo primitivo, natural. En el trasfondo del libro halla el lector la pesadumbre y la maldad, el artificio y la mentira de un mundo deteriorado por la malicia del hombre. El poeta no luchará por recuperar el mundo perdido, ese paraíso bueno en su origen, sino que se resigna a lo perdido a sabiendas de que su recuperación es imposible. Hallamos, por tanto, más nostalgia que ímpetu, más aceptación que magnanimidad.

   Se ha escrito mucho sobre la influencia de la Filosofía, de cierta Filosofía, en Aleixandre que ha llevado su poesía por los caminos de la irracionalidad, especialmente en algunas imágenes. Se han señalado como influencias a Heráclito, Parménides, Nietzsche, Unamuno, Valéry o Freud (al que leyó en su juventud)… Todo ese supuesto influjo forma parte, en algún grado, de una reiteración de una misma idea largamente repetida, pero no siempre firme y claramente demostrada, leo. Él siempre negó un arraigado ascendiente del surrealismo, pues no llegó a practicar la escritura automática, y confirma que tuvo el dominio racional sobre su creación, pero esto no es óbice para que hallemos imágenes distorsionadas, sobrevenidas de la disyunción… propias de ese movimiento.

    Los poemas inclusos en Sombra, escritos entre el 39 y el 43, los ordena Aleixandre sin respetar un orden cronológico de creación (Bousoño y Leopoldo de Luis los han estudiado y hago gracia al lector de algo, para él, quizá, como para mí, accidental meramente ahora). El lector se pierde a veces, quizá poco avezado, entre las sugerencias aleixandrinas de sus versos y ha de retomar la lectura, cuando versos abajo comprende que se distrajo, se ensimismó versos arriba y ha de volver a lo que el poeta alumbra. Porque su creación engendra o ilumina realidades que el pensamiento del todo no alcanza.

  Van cayendo cadenciosos los versos, las palabras, las imágenes del sevillano en alguna parte que este lector ignora. Lo que lee lo va cautivando, lo aquietan más que lo excitan esas irracionales sinrazones de las que solo aquel lugar sabe.

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