En
1988, hace 29 años, visité por casualidad la que fue primera exposición de Las Edades del hombre. La muestra tuvo
lugar en la Catedral de la Asunción de Valladolid y llevó por título El arte en la Iglesia de Castilla y León.
Las circunstancias han hecho que vuelva a visitar la exposición de este 2017,
bajo el título Reconciliare, expuesta
en tres sedes de Cuéllar (Segovia). Si la primera me impresionó, no lo ha hecho
menos esta, si bien he percibido notables cambios, pues 29 años y la
experiencia adquirida, entiendo, no pasan en balde.
En
aquella primera visita estuve acompañado de algún amigo y estoy seguro de haber
seguido la contemplación de las obras con un catálogo y ayudándome de las notas
que a pie de cada una había. Este año lo he hecho sumado a un pequeño grupo
dirigido por un caballero que ha ido comentado las obras expuestas. El guía
sabía perfectamente de qué hablaba. Se notaba que no se había aprendido una retartalilla
que repetía como un loro al lado de cada obra. Las ha comentado en sus
contextos bíblicos, artísticos, acudiendo a la simbología icónica de los
distintos elementos en las obras, etc. y lo ha hecho con la naturalidad de
quien sabe de qué habla y tiene convicción en lo que dice. Y este es el motivo de esta entrada.
Es
la Junta de Castilla y León la que con la Iglesia de ese mismo sitio organizan
y disponen una iniciativa magnífica, pues dan a conocer el arte sacro de una
zona de España donde es no solo abundante, sino de gran calidad artística y
ayudan a la restauración de muchas de las piezas que se exponen, monumentos,
etc. De camino presentan y descubren al visitante zonas de Castilla que se
revalorizan y con ello colaboran a sus economías y sus gentes, etc.: más de once
millones de personas han visitado estas exposiciones. Habló el guía del pecado
original, del sentido de ese Reconciliare
que nos remite al perdón necesario para todos, de comprensión, de acercamiento
y concordia, de comunicación, de confesión -para los católicos-, de amor entre
Dios y los hombres y, por supuesto, entre los propios hombres entre sí…
Admirable. No daba crédito. Nadie del grupo allí presente sonrío ridiculizando
o desdeñando al guía, dando a entender que para “los cuentos de abuelas” ya
están los nietos: nadie lo interrumpió ni abandonó el grupo, ni lo contradijo o
corrigió…, sino que comprendieron, supongo, sus explicaciones en el contexto en
que las obras habían sido creadas, con las creencias de sus autores y sujetas a
unas explicaciones, desde el punto de vista historiográfico y artístico,
contrastadas y asentadas hasta donde me llegaba. ¿Quiénes componíamos el grupo?
Lógicamente lo ignoro. ¿Profesores de arte creyentes o ateos? No lo sé.
¿Votantes de tal o cual? ¿Reconciliados o sin reconciliar?... Ni idea.
Di
un salto en el espacio y fuime a mi tierra. ¿Sería posible una muestra así en
mi Andalucía con un guía como este? Me temo que no. Lo siento y me duele
decirlo. No deseo ser negativo ni cenizo. En mi tierra no existe la tolerancia
que observo fuera de ella, hasta donde conozco en este ámbito en concreto. La
intolerancia se ha ido convirtiendo en beligerancia contra toda manifestación
religiosa. Por doquier se pretende relegar la religiosidad al ámbito privado…
El laicismo rampante e irrespetuoso desea laminar esas creencias. Ignoro si es
por incultura, por incivilidad, por admisión de unos valores que el régimen ha
estatuido y poco a poco, como mancha de aceite, se extiende y profundiza…, no
en vano décadas de inficionamiento hacen su trabajo.
Escribe
quien sabe lo que es comentar obras literarias, pasajes… en las aulas, textos
donde se requiere de unos mínimos conocimientos bíblicos, digamos, y los
alumnos ignoran quién es Caín, quién Job, quiénes los ajusticiados junto a
Cristo en el Gólgota, quien es la Madalena, san Pablo… y esa incultura general
impide el respeto al otro y genera la barbarie. En esas distancias creadas
entre unos y otros no cabe la reconciliación, la amistad, la comprensión, sino
insisto la animadversión, la intolerancia, la inquina y el rencor (y si lo digo
es porque lo he visto y lo he padecido)
Quien
tenga la oportunidad de visitar esta magnífica exposición que no deje de
hacerlo, que la pasee y contemple en paz: se sentirá orgulloso de lo que son
capaces de hacer españoles de bien. Y si puede, después, acérquese en Cuéllar a
El rincón castellano y pida un
lechazo, que en los vinos y las cervezas… estarán bien asesorados por Rubén.
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