A don Alfonso Sancho Sáenz
Cuando se publicaron en 1981 estos poemarios en la
edición de AUSTRAL, Dámaso Alonso comentó que «resulta un libro muy variado,
aunque temo la extrañeza del lector ante la diferencia que existe entre los
poemas escritos por un hombre casi viejo y los que escribió un muchacho
adolescente estudiante de Filosofía y Letras»[1]. ¡Por
algo lo haría que no comenta!, pero sí el periodista: “realizado por
necesidades editoriales”.
Este
libro lo componen tres obras bien distintas como dice el propio autor, esos Gozos de la vista, poemas escritos en
torno a 1954, ya de un Dámaso “casi viejo”, poemas narrativos en algunas de sus
composiciones, diez secciones componen la obrita, y me adentro contemplando
entre sus versos.
Los
densos poemas que conforman estos Gozos
son expresión de la alegría de poder ver, mirar, contemplar. Pensé que pudiera
ser sinónimo de estar vivo, pero no es así. El vivo ciego no puede alcanzar esa
realidad que es la luz, la gama de colores que esta facilita, sus cambios, las
realidades que se iluminan y que alcanzan al vidente. Esa normalidad de ver por
la que no damos gracias: la damos por descontada, “nada se echa en falta hasta
que se pierde”. El poeta agradece a Dios poder ver, el don de la vista, le
plantea sus dudas al Creador, confiesa imágenes, suposiciones, creencias. Bajo
mi modesto punto de vista, estos diez poemas tienen valor distinto. Me resultan
personalmente más atractivos los menos narrativos por más sugerentes.
Los valles miran siempre hacia ternura
inicial, hacia origen, hacia infancia
de hombres o mundos. Contempláis un valle
y el corazón se os llena de nostalgia,
¿de qué, Señor?
Por momentos los poemas se adentran
en la oscuridad del ciego de nacimiento o de quien perdió la vista y ese mundo
gozoso se torna cerrado, limitado, oscuro, triste, pésimo. El tacto sin la
vista es insuficiente. La pérdida de la vista, la carencia de ella comporta
vivir en una realidad distinta a la que ocupamos los videntes. La hermosura de
lo creado no es gozosa para el invidente… Tremendos poemas sobre esta realidad.
Si me quieres llevar, llévame entero.
pero nunca me
dejes
huérfano de color, acá torpe en las salas
de las tres dimensiones lóbregas, tanteando,
triste lombriz de tierra, borrosa larva en duelo,
con el zumo, la pulpa del color, aún vibrante,
ardiendo en mi memoria. ¡Entero, hacia tus gozos!
Dámaso Alonso, lo conocí en
persona, era pequeñajo, miope, feo y calvo: ni un pelo de tonto. Con ojos, como
él mismo dice, de sapito. La nostalgia de la que Alonso habla en los versos
arriba citados es la nostalgia del Ser, la nostalgia de quien va de camino, la
luz que a la Luz se vuelve. Y Dámaso Alonso sabe que hay dos riberas… Ya habló
de ellas cuando comentó a san Juan de la Cruz.
Extraño
poemario que leo por vez primera con asombro. Rebusco y no hallo largos
comentarios en la red sobre él que me iluminen… Releo algunos poemas. Me
distancio y me adentro en Poemas Puros.
Poemillas de la ciudad.
[1] ttps://elpais.com/diario/1981/03/20/cultura/353890814_850215.html
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