A Ramón de la Torre Carrasco.
De los caminos del
Señor ya se sabe… ¡que no se sabe! Me habla un amigo de un libro: El peregrino ruso. Nunca había
oído hablar de él. Nada de nada y nada me extraña… Me explica que es un libro
de ascética muy usado por los cristianos ortodoxos para aprender el trato
continuado con Dios. Busco el libro en la red y me hago con él. Lo leo y lo voy
meditando durante semanas, meses. De los caminos del Señor ya se sabe…
Quien de la historia del libro desee saber que busque en Internet que hallará
sobradas referencias. Lo leo con agrado, y lo medito. La historia del ruso que
peregrina, protagonista en primera persona de la narración, es la historia de
un hombre que desea hallar algo en principio muy simple en todo comienzo de la
vida interior: quiere orar y estar en la presencia de Dios de continuo…, mas
¿cómo se hace eso? El hombre vaga y busca. Por razones que él explica de su
vida se echa a los caminos y de un lado a otro busca un maestro espiritual -¡un
auténtico maestro!- que lo pueda orientar: alguien que le dé señales firmes,
seguras... Halla muchos que dicen saber, pero solo saben generalidades sobre la
oración y el trato con Dios, y que no logran ponerlo en el camino que desea…
Siguiendo lo escrito por san Pablo (orad
sin interrupción, 1 Tesalonicenses 5:17), anhela vivir en la presencia continua
de Dios.
Las vicisitudes de este hombre son innumerables. La peripecia más o menos
novelesca se hace entretenida, pues narra con sencillez… No tardará en
descubrir que todo comienzo en la vida ascética, que lleva al trato con Dios y
a la vida interior, nace del trato continuo repitiendo la llamada oración de Jesús: nunca oí este
modo de llamarla. La oración
de Jesús, ignorando yo su nombre, la
he repetido miles de veces en mi vida, pues se usa como jaculatoria entre los
católicos. La he repetido en latín y en español a lo largo de mi vida desde
hace más de cuarenta años… Domine
Iesu Christe, fili Dei, miserere mei peccatoris! o Señor Jesucristo, Hijo de Dios, ten
piedad de mí que soy un pecador. Los extremos de esta oración, su hondura,
etc. los dejo para el lector, si lo cree pertinente meditarlos. Algunos santos,
Escrivá de Balaguer, hablan de estos inicios en la vida interior, de esas
jaculatorias sencillas, frases que se repiten una y otra vez, y que son esos
palotes de quien empieza a escribir y a afirmar el trazo, a tomarle el pulso y
el ritmo al lápiz (¡imagen que también se usa en este libro!): es posible que
algunos piensen que no es una oración de gran hondura (jaculatorias hay a
cientos), pero quien lo practica sabe que ayudan a ahondar y comprender que
Dios vela por nosotros y nos mantiene en el Ser y, como Padre que es, nos ama
infinitamente. Para todas las objeciones que se le ocurran, hallará explicación
en la obra (antes de publicar esta entrada me tropiezo con este texto:
https://www.aciprensa.com/josegomez/el-rosario-es-la-oracion-para-nuestros-tiempos/,
que quizá le interese).
El libro se puede leer como una historia piadosa donde se nos narran algunos
hechos extraordinarios, que pueden ser verdad y no haber pasado. Esto no empece
para disfrutar de un libro que puede divertir sin más -¡como tantos
miles de libros!- al lector poco interesado en las realidades sobrenaturales o
puede ayudar al lector -¡como tantos miles de libros!- que está interesado en
el proceso de abundamiento de una persona que, con rectitud, en medio de tantas
tinieblas, en lugares lejanos en el espacio, el tiempo, las costumbres… busca
amar a Dios, corresponder a Dios y anhela empezar por su trato continuado y su
presencia.
Aprende el ruso caminante… ¡figura inequívoca de la existencia y de Cristo
mismo!... Soy el Camino, la Verdad y la Vida… que en su repetir la jaculatoria
que interioriza hallará el trato con Dios y por él y con Él la felicidad, la
paz que anhela: alcanzar el trato continuo con Dios. Uno puede pensar que es
poco…, pero esos juicios no me corresponde a mí hacerlos, ¿quién soy yo para
ello? El lector puede escuchar con los ojos al peregrino, si lee el libro…
Es curioso que hallo en este obra muchísimos pasajes donde hechos, reflexiones,
procesos de trato con Dios… me son conocidos: beben del Evangelio, de los
Santos Padres… y conforman el acervo común cristiano de siglos y siglos de
recto y verdadero saber de Dios y del hombre (mucho antes, también, por
supuesto de la venida de Cristo y que son cristianos por humanos). Comprende
uno que los caminos son muchos, que las veredas son tantas como personas. Es
cierto que hay corredores conocidos, carreteras abiertas…, pero… Recordaba al
hilo de este repetir, del uso de esa especie de rosario que usan los ortodoxos
(por cierto es de lana, y yo lo ignoraba), unas palabras del Papa Benedicto en
una larguísimas entrevista que le hicieron al comienzo de su pontificado y en
la que hablaba… en un sentido muy parecido… del rezo del Santo Rosario… y que
no llegué entonces a comprender del todo… Seguro que tengo nota tomada de ello,
pero ahora quizá venga muy traído por los pelos, pero esta lectura pone luz en
aquellas palabras del Papa sabio.
Sí, recomiendo el libro… Es una curiosidad amable, didáctica, que medito con
agrado: hay pasajes maravillosos sobre la oración, la confesión, el Evangelio…
¡Ah! Se me olvidaba: de la mano de este libro me encaminé a la Filocalia que también me ha ayudado… Como las
cerezas, los libros llevan a libros, autores, etc. y siempre, al final, es
posible que “nunca se sabe”… De los caminos del Señor ya se sabe… que no se
sabe, lo escribo al lector por si acaso.
Me haré con los dos que citas a ver qué tal. Ya te contaré. Pero antes tengo otros dos pendientes y que vienen de camino. Quizás los hayas leído:
ResponderEliminar—«Agustín», de Gareth B. Matthews, en Herder y...
—«Escritos de San Silouan el Athonita», de Archimandrita Sophrony, en la editorial Sígueme.
¡Y viene el verano! (Cargado de estudio y de buenas lecturas, amigo).