20 de abril de 2016

Jardiel Poncela, Enrique: AMOR SE ESCRIBE SIN H (I de II)


Jardiel no confiaba en sus semejantes. Confiaba sin límite en Bobby, su perro, pero no en las personas. Su mirada al mundo es de desconcierto y sospecha. El hombre que él conoció no era bueno antes de la guerra, se mató a tiros durante esta y tras esta no tuvo la impresión de que hubiera mejorado.
            Dicen que es imposible entender el teatro de Jardiel sin haber leído sus novelas y, en particular, La “tournée” de Dios. Es posible que sea así y no sea verdad. Creo que a Jardiel hay que buscarlo en todo Jardiel, en su mirada desde su 1,62, sentado en un café, el cigarrillo en el cenicero, las cuartillas sobre la mesa y la pluma en su mano… mientras el mundo pasa y él lo contempla asombrado y un tanto acobardado: la única posibilidad de salir vivo es la risa más o menos inteligente y acertada contra un mundo asqueroso: “la vida es como el palo de un gallinero, corta, pero llena de mierda”.
La cultura británica, tan aparentemente racional y contenida, ha desarrollado, desde tiempos que bien podrían catalogarse de remotos, un tono característico, un modo de afrontar la vida que se bifurca en dos tonalidades claramente diferenciadas, pero con un denominador común, que es precisamente el humor: serían, por un lado, una mezcla desconcertante de crueldad y burla y, por otra parte, la más elegante y circunspecta, una imparable tendencia a las observaciones sutiles en clave de absurdo. En este marco cabría introducir y aplicar una variante del célebre planteamiento goyesco: la razón llevada al límite también produce monstruos.
En el fondo, la razón es bien sencilla y estriba en las características específicas del humor negro español, tal como de hecho se ha dado en nuestros lares. Un humor negro excesivo y descompensado, aunque sólo fuera por el hecho de que, como apunté antes, la negrura corre el riesgo siempre de engullir al humor propiamente dicho. Un humor que suele ser hijo de la desmesura, del tremendismo, cuando no directamente de la amargura, de la inquina o, para entendernos, de la pura y simple mala leche. El humor negro español raramente es neutro, mucho menos piadoso o, simplemente, comprensivo. Normalmente es hijo de la envidia, de la maledicencia, del mal… humor. Dispara casi siempre contra algo o contra alguien y, por supuesto, dispara a matar. Entra a saco, para despellejar y luego, si es posible, exhibe el botín de guerra.
Es incuestionable que, a lo largo de la historia, y así lo ha recogido la literatura, el humor español ha sido talmente: áspero, seco, descarnado, tan poco propicio a la ironía y tan volcado al sarcasmo, tan refractario a la finura como cercano a la simple befa.
Los autores españoles pese a su disparidad, en una «visión discordante, poco grata, malhumorada y casi siempre despiadada de la vida». Ríen, en efecto, pero ríen… para no llorar. Así, «el humor negro español pocas veces arranca la risa franca y abierta y cuando lo logra (como en el Quijote), está siempre impregnada de la más honda melancolía o cargada de veneno». Sea. Llegados a este punto, desde esta perspectiva global que nos ha ocupado en este comentario, poco tengo que añadir. Otra cosa será que desgranemos más concienzudamente temas, épocas y autores. Pero esa, como digo, será otra historia: la dejaremos para otra ocasión.
Un curioso, que mira el título de la obra que leo y ahora comento, me pregunta por el sentido, para él absurdo, de esta novela. La explicación es tan breve como irracional. No olvidemos que el humorismo, nombre que Jardiel da al tenor de fondo del humor de sus creaciones, esa perspectiva concreta desde la que Jardiel quiere que miremos su obra es, reitero, no ya una figura retórica, sino un modo de mirar la realidad, de alcanzarla, de interpretarla. El humorismo en general, y el de Jardiel en particular, procura en su discurso romper la relación lógica, causa-efecto, entre el escritor y su lector. Jardiel recurrirá a todos los medios a su alcance (ironía, antífrasis, dilogías, paradojas…) con la intención clara de arrancar una sonrisa o sencillamente sorprender al lector con la humorada que se agazapa tras el renglón y que viene a romper la lógica esperable, la idea predecible, la acción sensata, el hecho ordinario.


2 comentarios:

  1. excelente profesor...me permito sugerirle que con estos y otros muchos posts que tiene por qué no escribe un libro de texto o una guí para iniciarse en la literatura ??' voy a mirar qué es una antífrasis y una dilogía... me la la impre de que a fecha 2016 se tira a matar sin humor, ni negro, ni blanco

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    1. Gracias, doctor Tirapu... Le agradezco la idea, pero estas entradas más tienen de ideas al hilo, volanderas y en bandada sin orden ni apenas concierto, que otra cosa. Además..., a estas alturas: ¿a quién le interesa realmente leer, unas orientaciones sobre lecturas...?
      Sí... en España el humor se escribe con odio y mucho plomo, traducción de cómo se pelan los pollos en Utrera, según el doctor Hidalgo: vivos, con poca agua y muy fría. Un saludo.

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