Las tradiciones que MacIntyre trata
entran en conflicto hasta llegar a la conclusión de que “la argumentación, por
el momento, ha conducido no es sólo que es a partir de los debates, de los
conflictos y de la investigación de tradiciones históricamente contingentes y
socialmente incorporadas que las pretensiones con respecto a la racionalidad
práctica y a la justicia se desarrollan, se modifican, se abandonan o se
sustituyen, sino también que no hay ningún otro modo de llevar a cabo la
formulación, la elaboración, la justificación racional y la crítica de los
relatos de la racionalidad práctica y de la justicia que no sea desde dentro de
alguna tradición particular en conversación, cooperación y conflicto con los
que habitan la misma tradición. No hay lugar común, no hay sitio para la
investigación, ningún modo de llevar a cabo las actividades de avanzar,
valorar, aceptar y rechazar el argumento razonado que no sea a partir de
aquello proporcionado por alguna u otra tradición”.
El estudio detallado
del liberalismo le lleva a MacIntyre, siguiendo el rastro de lo ya escrito en After Virtue, a diversas conclusiones
que son interesantes porque quizá al vivir y convivir con ciertos presupuestos,
más o menos liberarles, en la sociedad occidental, no nos preguntamos ni por
ellos ni por sus influencias en nuestras vidas, cuando tienen un peso en
absoluto desdeñable. Los presupuestos liberales conllevan, como no puede ser de
otro modo, aunque algunos lo pudieran negar, una tradición y la supuesta
apertura del individuo hacia cualquier planteamiento, por ejemplo, nos lleva a
pensar que cualquiera de ellos es igualmente bueno, defendible, etc. y en
realidad es sencillamente, no más, un problema de opinión intercambiable,
respetable, aceptable (?), pues no existe un único y verdadero concepto
concreto de justicia. Los argumentos al final se reducen a pura retórica y “Los abogados, y no los filósofos, son el clero del
liberalismo”.
Especialmente
interesante para el filólogo que pudiera llevar dentro es el capítulo XIX. TRADICIÓN Y TRADUCCIÓN, donde se abordan
realidades muy próximas a él. ¿Hasta qué punto son traducibles los textos?
Opciones hay para todos los gustos. Lo que no cabe duda es que la lengua que
aprendimos de los pechos de nuestras madres, como decía Juan de Valdés en su Diálogo de la lengua, nos inserta en una
cultura y en una tradición y nos condiciona en todos los planos existenciales
que se deseen abordar, pues la lengua forma parte esencial de la circunstancia
en que vivimos y por medio de ella la interpretamos, nos interpretamos…
(recuerdo al hilo de esto un librillo que es un librazo de Julián Marías: Breve tratado de la ilusión, que bien me
hizo disfrutar su reflexión en torno a esa realidad irrenunciable que es la
ilusión… es español).
Comenta MacIntyre
la postura postilustrada de Roland Barthes para quien la obra de literatura no
es como un hablar con importancia práctica que aclara las consideraciones
pragmáticas sacadas del contexto del hablar. Planteamiento absolutamente
propicio para las razones del liberalismo occidental. Dice Barthes: «Ese no es
el caso de una obra (oeuvre): la obra es sin circunstancia y
ciertamente, quizá, sea esto lo que la define mejor: la obra no se
circunscribe, ni se designa, ni se protege, ni se dirige por alguna situación,
no hay ninguna vida práctica que prescriba el sentido que se le adjudica... en
su ambigüedad es completamente pura: a pesar de su extensión, posee algo de la
brevedad de la sacerdotisa de Apolo, dichos en conformidad con un primer código
(la sacerdotisa no deliraba) y a la vez, abierta a un número de sentidos,
porque se habían dicho fuera de cualquier situación excepto, quizá, la
situación de la ambigüedad...» (Critique et Verité, París, 1966, p. 56).
Esta es una descripción espléndida de lo que deberían ser los textos
tradicionales extraídos del contexto de la tradición, presentados por Barthes
como si fuera un relato de cómo son los textos siempre y necesariamente.
Frente al planteamiento de Bathes, por ejemplo,
MacInturye afirma que Aristóteles, el Aquinate y Hume, y ciertamente, los otros
filósofos de los que hemos tratado, se situaran históricamente del modo en que
se situaban, justamente como miembros de tales formas de comunidad, que se
involucraran inevitablemente en los conflictos centrales de la vida de esas
comunidades que se desarrollaban históricamente en aquellos tiempos y lugares,
por tanto, no es un hecho meramente accidental o periférico con respecto a la
filosofía de cada uno. No sólo tenemos que comprender cada filosofía como una
unidad, de modo que las concepciones distintivas de la justicia y de la
racionalidad práctica elaboradas por cada pensador se comprendan como partes de
ese todo, sino que también tenemos que comprender cada filosofía en los
términos del contexto histórico de la tradición, del orden social y del conflicto
del cual cada una ha surgido.
Qué nos hace pensar
que podemos pasar de Aristóteles a Kant sin contextualizar a estos filósofos.
¿Acaso sus planteamientos y soluciones están al margen de las sociedades en que
viven? ¿Son equivalentes, idénticas las realidades de las que hablan aunque se
nombren de igual modo? Todo texto requiere al comentarse, y cualquier filólogo
lo sabe, un contexto. Comentar un texto fuera de su contexto puede ser
sencillamente no entenderlo en absoluto; si defendemos que el texto es una
realidad autónoma, al margen de cualquier otra realidad, posiblemente estemos
llegando a esa concepción del lenguaje que cree que todo es traducible.
Al proceder del modo que defiende MacIntyre, de esa
forma, evitamos dos tipos opuestos de error, uno, característico de muchas
historias pasadas de la filosofía, otro, de al menos alguna obra de la
sociología del conocimiento. Los historiadores de la filosofía, con bastante
frecuencia, han presentado el contexto histórico de la vida de cada filósofo como
un mero escenario. Han sido obligados por el modo en que filósofos tardíos
comentan sobre los anteriores, reconocer alguna secuencia histórica, pero poco
más que esto. Por eso, nos presentan el desarrollo del pensamiento filosófico
como algo relativamente autónomo, como una empresa socialmente desmembrada que
se ocupa de problemas relativamente atemporales. Por contraste, algunos
sociólogos del conocimiento han dado relatos del pensamiento y de la
investigación filosófica que los hace depender de —o incluso, que dicen que no
son nada más que— máscaras utilizadas
por los intereses sociales, políticos y económicos anteriormente definibles de
grupos particulares. Según este punto de vista, lo que produce el cambio no
puede ser un progreso en la racionalidad; en el mejor de los casos, ese
progreso puede ser el resultado accidental de lo que se toma por un tipo de
cambio más fundamental.
En el último capítulo de nuevo nos sitúa MacIntyre ante
la persona que busca el sentido de sus conceptos de justicia, racionalidad,
etc. y cómo debe actuar en la práctica. Cómo puede ser su relación con otras
tradiciones y propuestas opuestas a la suya. ¿Qué se puede hacer y con qué
alcance? Dados los problemas de comunicación que existen entre los distintos
lenguajes, las tradiciones, las lenguas propias… La cultura liberal,
post-ilustrada, nos lleva a un tipo de planteamientos relativistas,
acomodaticios, multiformes, pragmáticos (?)… “Semejante individuo, por tanto, considera el orden social y cultural,
el orden de las tradiciones, como una serie de fiestas de disfraces que se
falsean las unas a las otras. No puede pertenecer a ninguna comunidad de
discurso, porque los vínculos de lenguaje que hablan con cualquier esquema
presupuesto de creencia son lo menos estrechos admisibles. Por eso, los
lenguajes naturales de personas alienadas de esa forma son los lenguajes
internacionalizados de la modernidad, los lenguajes de todas partes y de
ninguna parte a la vez”.
Ratos hubo en la lectura de esta obra en que temí perder
el tiempo que tan escaso es a los pobres. Terminada la obra me queda la
satisfacción de haber subido un pico arduo desde donde veo nuevos relieves,
nuevas perspectivas que me ayudan a completar el mapa de mi ignorancia. Si se
encuentran con ánimo y el tema les atrae… no lo duden.
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