Si dijera que el libro se me hizo corto y amable mentiría
como un bellaco, y no es mi estilo. El libro es denso como la pez y arduo como
pocos recuerdo y en particular sus primeros muchos capítulos. Interesante a
ratos y tedioso y confuso para mí en muchos otros. El autor somete a un
análisis exhaustivísimo las tradiciones que investiga. El proceso se hace largo
y tortuoso para el pensador precario, para el lector de inestables
conocimientos filosóficos como es mi caso.
El tono de este libro es absolutamente distinto a Tras la virtud. Da la impresión de que
MacIntyre no entra al cuerpo a cuerpo contra nada y contra nadie y se limita
solo a exponer con la mayor claridad posible los planteamientos encontrados de
pensadores, filósofos, tendencias…, pero el texto está lejos del calor que
hallé en Tras la virtud; si este me
pareció un ensayo cálido, Justicia y
racionalidad se me antoja un manual y bajo los manuales, muchas veces, hace
frío. Permítaseme una opinión con escaso fundamento: cuando miro algunos párrafos
de esta obra me pregunto si no podría decirse eso mismo de un modo más clarito,
más directo… ¿o acaso socavaría la claridad y la concisión la calidad y
precisión necesarias del contenido? ¿Será la traducción? Insisto: es mera
opinión, con la que me quiero explicar por qué tengo que leer algunos párrafos
dos veces para saber qué se me quiere decir y que soy capaz de resumir en menos
de la mitad… del párrafo y de modo más claro y sencillo. Pero sabedores tiene
la cosa. No obstante decía Ortega que la claridad es la cortesía del filósofo.
Me pregunto a quién puede interesar una entrada sobre un
libro como este. En principio, siguiendo los planteamientos del autor: a todo
aquel que se interese por la justicia y lo justo, a todo aquél que se pregunte
por su modo de obrar, a todo aquel que se pregunte si tal o cual planteamiento
particular o social es correcto, bueno o sencillamente malo, si es justo y
desde qué punto de vista…
Los análisis éticos
de MacIntyre se ocupan, como no puede ser de otro modo, del quehacer ordinario
de las comunidades y de sus actuaciones, de la base de la que parten tanto ellas
como los individuos, de lo que comparten para que esa comunidad pueda tener un
funcionamiento adecuado y ordenado al bien de todos. Los análisis históricos,
sociológicos, etc. del autor son sumamente minuciosos para llegar a exponer con
claridad los presupuestos morales que dan sustento y base a las sociedades para
enjuiciar el quehacer de todos y la función de todo. El autor rastrea las historias de tres tradiciones distintas: la que
comienza con Homero y Aristóteles y luego pasa a través de los escritores
árabes y judíos a Alberto Magno y al Aquinate; la que se transmite desde la
Biblia por medio de Agustín al Aquinate; y la que lleva la tradición moral
escocesa del aristotelismo calvinista a su encuentro con Hume. Este libro
presenta un esquema de la historia narrativa de tres tradiciones de
investigación de la racionalidad práctica y la justicia, junto con un
reconocimiento de la necesidad de escribir una historia narrativa de una cuarta
tradición, esto es, del liberalismo.
MacIntyre plantea que distintas investigaciones de
autores a lo largo de la historia bien pueden encontrarse en callejones sin
salida eficaces al confrontarse con otras posturas. Es llegado el momento de
entender hasta dónde alcanza lo nuestro
y lo del otro y continuar camino. Si
bien se puede dar la inconmensurabilidad de las distintas posturas por diversos
motivos es entonces llegada la hora de generar: “Una capacidad de reconocer
cuándo los recursos propios de uno son inadecuados para semejante encuentro, o
cuándo uno no puede formular satisfactoriamente lo que los otros tienen que
decir de crítica o de réplica, y una sensibilidad para las distorsiones que
puedan surgir al intentar captar —dentro del esquema propio de uno— las tesis
originalmente nativas en otro, son todas esenciales para el crecimiento de una
tradición cuyos conflictos son mínimamente complejos y cuyas mutaciones
significan transiciones de un tipo de orden social y cultural a otro, y de un
lenguaje a otro”.
No se debe olvidar que la tradición que sigamos en los distintos
planteamientos entra en conflicto con un principio muy específico de la
modernidad cual es el cosmopolitismo: “la creencia confiada en que todos los fenómenos culturales deben ser
potencialmente traslúcidos para la comprensión, que todos los textos deben ser
susceptibles de traducción al idioma en que todos los seguidores de la
modernidad hablan entre sí”.
Todos estos planteamientos nos pueden sentar en el
desconcierto. ¿Cómo saber qué razonamientos y qué soluciones son mejores para
acertar con aquello que debemos hacer, para alcanzar la vida buena? ¿Cómo
podremos decidir entre pretensiones rivales y mutuamente excluyentes? ¿Acaso
hay algún criterio neutral, independiente de cualquier tradición, de tipo
racionalmente justificable al que podamos apelar? Se plantea y nos plantea
MacIntyre, como ejemplo: “Consideremos lo que significa el intento de valorar
las pretensiones rivales acerca del razonamiento práctico comparando cada una
con lo que se toma por los hechos básicos acerca del razonamiento práctico.
Hume, por ejemplo, dice que la razón no puede ser otra cosa sino la esclava de
las pasiones. Aristóteles y el Aquinate dicen que la razón puede dirigir las
pasiones. ¿Acaso debemos proceder, entonces, considerando una gama tan amplia
como podamos de ejemplos de acciones humanas, en los que tanto la razón como la
pasión están presentes y desempeñan algún papel en la génesis de la acción, y a
la luz de esos ejemplos, decidir entre las dos pretensiones rivales? El
problema es el siguiente: ¿cómo hemos de describir los ejemplos relevantes?”.
Cualquier “apelación a los ejemplos será en vano”, concluye.
En el razonamiento práctico
aristotélico es el individuo, en cuanto ciudadano, el que razona; en el
razonamiento práctico tomista es el individuo en cuanto investigador de su
propio bien y del bien de su comunidad; en el razonamiento práctico humeano es
el individuo en cuanto poseedor de propiedades o en cuanto participante
desposeído en una sociedad de un tipo particular de mutualidad y de
reciprocidad; pero en el razonamiento práctico del liberalismo moderno es el
individuo en cuanto individuo el que razona.
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