Pedro Salinas, joven. |
Entre la generación o grupo llamado del 27
siempre sentí predilección por Pedro Salinas, Guillén y Dámaso Alonso por
motivos distintos que no vienen al caso. Nunca fui excelente y continuo lector
de poesía, pero me resulta muy amable, sobre todo cuando tengo tiempo de
releerla.
Hemos
hablado otras veces sobre cómo surgen los libros que se van leyendo, por qué sí
o por qué no, por qué se anteponen unos a otros, cómo los que estaban a punto de
ser leídos van a su puesto de la balda y allí pasan meses, quizá años sin ser
atendidos. Ha dado la casualidad de que este verano, de modo impremeditado,
Salinas se ha erigido en el autor de muchos de mis ratos de lectura.
Hoy
comento una biografía. Aunque extensa, más de 400 páginas, no es una biografía
exhaustiva ni excesivamente ordenada. Me da la impresión de que es el resumen
de una obra que fue incluso más amplia, aunque la autora advierte que actualizó
una anterior que editó… Es una biografía, si se me permite, emotiva. Creo que hay ciertos libros que
se escriben de rodillas y que sin llegar a la hagiografía, se aproximan a ella
quienes dedican cientos de horas, muchas veces más aún, a convivir
literariamente con un personaje. Este me parece que es el caso de la autora: escribe
desde el encandilamiento, y me parece bien.
Cierto
que este libro me lleva a conocer más y mejor a Pedro Salinas con quien me
disgusté muchísimo tras el libro que comenté de sus Cartas a Katherine Whitmore. Creo que aquello fue un exceso de
concentración sobre un mismo tema… Me saturé de las mismas imágenes, no
comprendía la esquizofrenia de Salinas al decir lo que decía y, a su vez,
escribir lo que escribía a su esposa… En esta biografía de Jean Cross Newman
este asunto se aborda bien y por derecho, pero no es la sal continua del mismo
plato.
El
Salinas que aquí se nos retrata es el hombre culto, inseguro casi de continuo,
la persona que necesita ser sujetada por su mujer, Margarita, o por su amante,
Katherine, que se hace un niño ante ellas, él, que fue hijo único, sustentado,
sostenido y mimado por su mamá.
Trabajador
incansable. Alegre. Bromista. Se muestra también Salinas como un niño en el
gusto por los juguetes que compra allí por donde va y regala a sus hijos, sus
nietos o a los hijos y los nietos de los amigos. Le encantan los juguetes con
mecanismos.
Políticamente
hablando nos encontramos con una persona que amaba la paz. Que la Guerra Civil
le coge a un paso de marcharse a los Estados Unidos y puede darlo, y lo da.
Margarita y sus hijos se marchan a Argel. Propiamente por tanto él no se exilia
por la Guerra, sino que la Guerra se inicia cuando él se marchaba. Ya no
volverá. Será uno de los españoles que vivirá su destierro con enorme dolor (lo
peor del desterrado es no ser ya de ninguna parte, escribió Juan Ramón). Será
bien acogido en Estados Unidos, allí por donde pasa dando clase. Puerto Rico le
parecerá el Cielo en la tierra. Allí vivirá la ruptura definitiva con
Katherine, allí se reencontrará con su esposa (emotivas, sinceras, admirables
las letras que esta le escribe en esos momentos).
No
serán pocos los intelectuales, de distinta altura, calidad, amigos o conocidos
a quienes Salinas busque hueco en universidades americanas. De continuo
carteándose con su amigo del alma Jorge Guillén. Allí reiniciará su vida no sin
dificultades: añora escuchar y poder hablar el español de lo indecible. Allí se
educarán sus hijos y nacerán sus nietos… Allí morirá el poeta en 1951.
Pedro Salinas, viejo. |
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