Antes,
en el tiempo, hace años, a lo peor siglos, cuando la justicia y la prudencia
eran virtudes se procuraba que toda actividad práctica humana se informara
por clases diferentes de tendencias, lo que los clásicos llamaron inclinationes. Aprehendemos el bien como el
concepto fundamental en la actividad práctica: queremos ese bien, y explicitamos lo que aprehendemos
en el reconocimiento que nuestras acciones prestan al principio de que el bien ha de hacerse y el mal evitarse. Toda persona, en cuanto ser racional y social, busca el
conocimiento (y sobre todo, busca el conocimiento de Dios, lo sepa o lo ignore).
Es, por tanto esencial, por la falta de tiempo, por prudencia… para toda
persona que estas inclinationes estén ordenadas. Cierto que no es el
caso que cada uno siempre ordena sus inclinaciones de esta manera, pero los
patrones generales de un comportamiento distintivamente humano muestran esas
tendencias de tal modo que son los fines a los que se dirigen los que
proporcionan nuestras experiencias primarias de la búsqueda de bienes
particularizados. Por tanto, cada individuo se enfrenta inicialmente con
preguntas similares a éstas ¿cómo alcanzo
los bienes que tengo delante? ¿Qué es
lo mejor que debo intentar conseguir ahora? ¿Es una determinada cosa realmente un bien o sólo se me aparece como
tal? Y esta confrontación inicialmente no es teórica, sino el contexto de
las inmediaciones de la práctica. Es obvio, charlie, que en este apoyadero estribaban
mis disquisiciones de antaño y en el mismo hallo las de Bloom. ¿Por qué debo leer? ¿Es bueno leer por qué?,
etc.
La obra de
Bloom está dividida en un prólogo y cinco partes. En el prólogo explica el
autor ¿Por qué leer? y en las cinco
restantes se centra en autores y obras, casi todas escritas originariamente en
inglés, salvo los inevitables clásicos universales rusos, franceses, italianos,
españoles…, que son minoría. Dos capítulos dedica a la novela, uno al cuento,
otro a la poesía y, por último, otro al teatro.
Lo
primero que me llama la atención de este autor, y en esta obra, es que así como
el tiempo se divide en antes y después de Cristo, el mundo de la literatura
para Bloom se divide en antes y después de Shakespeare: antes parece que hubo
bien poco y, siempre, como referencia y faro el dramaturgo inglés de intocable
prestigio a quien Bloom le reza: “Con Shakespeare me acuesto, con Shakespeare
me levanto, con su Hamlet y…”, en fin. No lo comparto. El Evangelio –busco
entre mis notas, pero no las encuentro- es comparado con Shakespeare y no es
que me parezca irreverente, que no lo es, sino sencillamente me parece una
memez. Copio y leo de algún sitio: Harold Bloom, el famoso crítico
literario, amaba la literatura hasta el extremo de afirmar: «Para mí,
Shakespeare es Dios». Y esto me lleva, como Chesterton ironizaba, a las
consecuencias del ateísmo: «Lo malo de que los hombres hayan dejado de creer en
Dios no es que ya no crean en nada, sino que están dispuestos a creer en
cualquier cosa».
Las
pautas que deben darse para una buena lectura, según Bloom, son las siguientes.
Las anoto y comento: su “primer principio, a fin de renovar la manera en que
leemos hoy, [es] un principio que me apropio de Samuel Johnson: Límpiate la mente de tópicos. El
diccionario nos dice que los tópicos o lugares comunes son fórmulas o clichés
convertidos en esquemas formales o conceptuales”. Principio imposible y que el
propio autor incumple en cada comentario de cada obra, pues lo que no es
tradición es plagio y así toda lectura se sitúa en contextos culturales, se incardina
en tradiciones, más o menos tópicos, de lo que nos hemos hecho idea. Para quebrar
la virginidad y la práctica del paracaidismo solo se necesita un salto… Quienes
hemos vivido, quienes hemos leído mucho… no acudimos nunca a la lectura de una
obra –el visionado de una película, a una fiesta de cumpleaños…- como si fuera
la primera vez… ¡porque no lo es! Cuántos no leen el Quijote porque no les gusta leer, porque es muy largo y, me temo, sobre todo, porque ya creen saber de qué va. ¿Quién
va a leer el Quijote, charlie, como san Pirulo? Imposible.
Sigo
con el segundo principio…
Dices, Antonio, que el autor separa entre antes y después de Shakespeare. Lo que te puedo decir es sobre la revolución que se operó con Shakespeare: antes de él, el teatro es medieval, alegórico, autosde fe, etc. Pero de pronto viene Shakespeare, que inventa un teatro nuevo, con personajes de alma y cuerpo, incluso seres cotidianos a nosotros, como un Hamlet o un Falstaf, un pillo de mucho cuidado.
ResponderEliminarSegún entiendo, pasa algo parecido con Don Quijote, aunque tú sabrás más en este punto: hay un antes y un después.
Alguien decía el otro día que para él, y era una persona significativa o importante, que la mejor novela del mundo... es Don Quijote.
Un abrazo, Antonio
Es obvio que tras un hecho, un acto, siempre hubo “un antes” y hay “un después”. Entiendo lo significativo que fue Shakespeare, pero compararlo con la venida al mundo de Dios, me parece una memez de órdago a la grande… Eso intenté decir. Gracias una vez más.
ResponderEliminarSí, en términos marxistas, sería más apropiado comparar Shakespeare con la instauración del capitalismo en Europa... los cambios sociales que se estaban produciendo en aquella época se reflejaron de manera magistral en su obra...
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