Cuando faltaban cuatro o cinco renglones para el final de la obra, tras 340 páginas de lectura densa, sumamente atenta, afirma MacIntyre que “Tras la virtud debería leerse como obra provisional”, lo que me resulta desalentador, pues me ha costado gran esfuerzo no ya leer la obra, sino abundar en ella, detenerme en pasajes enteros, meditarlos, etc. y ahora resulta que estamos en los prolegómenos de un partido que continúa en una obra, que ya tengo sobre la mesa, Justicia y racionalidad.
En
1981 publicó la primera edición de Tras
la virtud. En ella al autor le movía que, a pesar de los esfuerzos de tres
siglos de filosofía moral y de un siglo de sociología, todavía careciésemos de
cualquier propuesta coherente racionalmente defendible desde el punto de vista
liberal individualista y, a la vez, pensaba que la tradición aristotélica
podría restablecerse, en diálogo con ella, de manera que devolviera la
racionalidad y la inteligibilidad a muchas de nuestras actitudes y a nuestros
compromisos morales y sociales.
Apenas es necesario repetir que la tesis
central de Tras la virtud es que la
tradición moral aristotélica es el mejor ejemplo que poseemos de tradición
cuyos seguidores están en condiciones de tener cierta confianza racional en sus
recursos epistemológicos y morales. Pero la defensa historicista de
Aristóteles sorprenderá a algunos críticos escépticos como algo tan paradójico
como las empresas quijotescas. Porque el propio Aristóteles, como señala el
propio MacIntyre al exponer su interpretación de las virtudes, no era
historicista, aunque algunos historicistas notables, incluidos Vico y Hegel,
han sido aristotélicos en mayor o menor grado. Mostrar que esto no es
paradójico es, por tanto, una tarea que MacIntyre considera muy necesaria; pero
sólo puede cumplirse también en la medida en que lo pueda hacer en el libro que
siguió a Tras la virtud.
Son
innumerables las veces en que varias personas, incluso con buena voluntad, con
voluntad, digamos, de entendimiento no llegan a parte alguna, a acuerdo amable.
Está
en otra longitud de onda, decimos. También afirmamos que “hablando se
entiende la gente”, “tiene buena voluntad…”, sin embargo más se cumple lo
primero que lo segundo: no hay manera humana de aclararse y llegar a acuerdo
posible. MacIntyre viene a demostrar que partimos de presupuestos tradicionales
o no, de narrativas tan distantes que a veces creemos usar las palabras en un
mismo sentido y no es así: ni siquiera en un sentido aproximado. Es por ello
que se hace imposible el entendimiento
en una sociedad absolutamente relativista, desconecta, sin fines comunes, sin
conceptos y acuerdos básicos para alcanzar el bien común sencillamente porque
no sabemos ni entendemos lo mismo por este mismo bien común que acabo de citar: no estamos de acuerdo en qué sea bien, bien común, virtud, vida buena, valor; y dentro de las virtudes no sabemos qué es la justicia, ni la
valentía, ni la veracidad ni la sinceridad, ni el amor… y así vamos
chismorreando como cacatúas, creyendo a trechos que nos entendemos, pero sin
saber ni a dónde vamos, ni siquiera a muchos les interesa, ni creen que haya
una finalidad en la vida, ni que la sabiduría y la prudencia… ¿lo qué?, que dicen en Salamanca…
Hago
firme propósito de releer esta obra, pues he hallado muchas perlas
intelectuales en ella. Enfoques que ignoraba o que dan cumplida cuenta de
realidades que ya sabía, pero de las que no tenía o toda la perspectiva o
perspectivas distintas que han enriquecido mi visión de la realidad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario