11 de marzo de 2015

MacIntyre, Alasdair, TRAS LA VIRTUD



 
          Cuando faltaban cuatro o cinco renglones para el final de la obra, tras 340 páginas de lectura densa, sumamente atenta, afirma MacIntyre que “Tras la virtud debería leerse como obra provisional”, lo que me resulta desalentador, pues me ha costado gran esfuerzo no ya leer la obra, sino abundar en ella, detenerme en pasajes enteros, meditarlos, etc. y ahora resulta que estamos en los prolegómenos de un partido que continúa en una obra, que ya tengo sobre la mesa, Justicia y racionalidad.
         En 1981 publicó la primera edición de Tras la virtud. En ella al autor le movía que, a pesar de los esfuerzos de tres siglos de filosofía moral y de un siglo de sociología, todavía careciésemos de cualquier propuesta coherente racionalmente defendible desde el punto de vista liberal individualista y, a la vez, pensaba que la tradición aristotélica podría restablecerse, en diálogo con ella, de manera que devolviera la racionalidad y la inteligibilidad a muchas de nuestras actitudes y a nuestros compromisos morales y sociales.
         Apenas es necesario repetir que la tesis central de Tras la virtud es que la tradición moral aristotélica es el mejor ejemplo que poseemos de tradición cuyos seguidores están en condiciones de tener cierta confianza racional en sus recursos epistemológicos y morales. Pero la defensa historicista de Aristóteles sorprenderá a algunos críticos escépticos como algo tan paradójico como las empresas quijotescas. Porque el propio Aristóteles, como señala el propio MacIntyre al exponer su interpretación de las virtudes, no era historicista, aunque algunos historicistas notables, incluidos Vico y Hegel, han sido aristotélicos en mayor o menor grado. Mostrar que esto no es paradójico es, por tanto, una tarea que MacIntyre considera muy necesaria; pero sólo puede cumplirse también en la medida en que lo pueda hacer en el libro que siguió a Tras la virtud.
         Son innumerables las veces en que varias personas, incluso con buena voluntad, con voluntad, digamos, de entendimiento no llegan a parte alguna, a acuerdo amable. Está en otra longitud de onda, decimos. También afirmamos que “hablando se entiende la gente”, “tiene buena voluntad…”, sin embargo más se cumple lo primero que lo segundo: no hay manera humana de aclararse y llegar a acuerdo posible. MacIntyre viene a demostrar que partimos de presupuestos tradicionales o no, de narrativas tan distantes que a veces creemos usar las palabras en un mismo sentido y no es así: ni siquiera en un sentido aproximado. Es por ello que se hace imposible el entendimiento en una sociedad absolutamente relativista, desconecta, sin fines comunes, sin conceptos y acuerdos básicos para alcanzar el bien común sencillamente porque no sabemos ni entendemos lo mismo por este mismo bien común que acabo de citar: no estamos de acuerdo en qué sea bien, bien común, virtud, vida buena, valor; y dentro de las virtudes no sabemos qué es la justicia, ni la valentía, ni la veracidad ni la sinceridad, ni el amor… y así vamos chismorreando como cacatúas, creyendo a trechos que nos entendemos, pero sin saber ni a dónde vamos, ni siquiera a muchos les interesa, ni creen que haya una finalidad en la vida, ni que la sabiduría y la prudencia… ¿lo qué?, que dicen en Salamanca…
         Hago firme propósito de releer esta obra, pues he hallado muchas perlas intelectuales en ella. Enfoques que ignoraba o que dan cumplida cuenta de realidades que ya sabía, pero de las que no tenía o toda la perspectiva o perspectivas distintas que han enriquecido mi visión de la realidad.

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